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Ezequiel 1-4 y 1 Timoteo 5-6

“Tal vez te escuchen, tal vez no, pues son un pueblo rebelde; pero tú les proclamarás mis palabras” (Ezequiel 2:7 NVI).

Entramos en la vida y ministerio de Ezequiel. Más que un profeta, este hombre era un sacerdote al que le tocó vivir el terrible período de la deportación y el exilio forzado. Como hijo de sacerdote, lo más seguro es que pasó su infancia cerca del templo de Jerusalén, de donde fue tomado y llevado a Babilonia en el 597 a.C. Lo más seguro es que permaneció en el exilio toda su vida, por lo que cada una de sus palabras refleja los pensamientos dolorosos que siempre lo hacían volver a la tierra feliz de su infancia. Al parecer, empezó su ministerio a los 30 años y ministró por casi un cuarto de siglo. A él le tocó hablarle a una generación que tendría que escuchar desde las consecuencias de su desobediencia, ya que para los judíos que vivían en Babilonia todos sus pesares se basaban en “hechos consumados”. Sin embargo, me sorprende la indeclinable decisión de parte del Señor de seguir insistiendo en hablar a su pueblo antes, durante, y aun después de los actos de desobediencia de Israel.

El Señor se empeña en no dejar de comunicarse con su pueblo a pesar de que conoce la naturaleza rebelde de Israel. El Señor sabe que somos huesos duros de roer y que nos cuesta escuchar o prestar atención. Por eso advierte al recién contratado Ezequiel que no se haga muchas ilusiones con sus oyentes: “Te estoy enviando a un pueblo obstinado y terco, al que deberás advertirle: ‘Así dice el SEÑOR omnipotente’. Tal vez te escuchen, tal vez no, pues son un pueblo rebelde; pero al menos sabrán que entre ellos hay un profeta” (Ez. 2:4-5 NVI). Esta actitud de indisposición a escuchar es de naturaleza espiritual, y está en directa relación con nuestra relación con Dios. Estamos hablando de una deficiencia espiritual con la que nacemos los seres humanos y que nos hace tener una actitud de agresión velada y sutil ante Dios y sus asuntos. Ezequiel también debió entender que el rechazo que Israel manifestaba no era contra él, sino contra Dios mismo: “Pero el pueblo de Israel no va a escucharte porque no quiere obedecerme… ” (Ez. 3:7).

La insistencia de Dios en no permanecer callado es una profunda demostración de su inmenso amor.

Como hemos dicho, esta insistencia de Dios en no permanecer callado es una profunda demostración de su inmenso amor. Estos mensajes no tenían la intención de generar remordimientos y más dolor sobre la herida abierta de este pueblo obstinado. Por el contrario, buscaban servir de aviso protector para salvaguardar a sus criaturas a las que todavía Dios les concedía, por su sola gracia, nuevas oportunidades.

Ezequiel no se convierte en un sacerdote que oficia una extremaunción, sino más bien, el Señor lo establece como un guardia que anunciará lo que está por venir: “… a ti te he puesto como centinela del pueblo de Israel…” (Ez. 3:17 NVI). Un centinela es un vigía que observa desde un lugar alto para dar la voz de alarma cuando se presenta algún peligro. Esa era la tarea de Ezequiel, anunciar anticipadamente el consejo de Dios para prevenir mayores  desgracias.

Mucha gente mal informada percibe a la Palabra de Dios como un mensaje moralista que siempre llega tarde y cuyo único propósito es “aguar la fiesta”. Nada más equivocado. La Palabra de Dios es lámpara para el camino que nos permite visualizar el futuro desde la perspectiva divina; o sea, desde la altura en que Dios se encuentra y que le permite tener una visión panorámica de nuestras circunstancias que nosotros no tenemos. Por tanto, necesitamos de su consejo para evitar desviarnos, seguir solo nuestras meras percepciones u opiniones, y cometer graves errores.

La Palabra de Dios es lámpara para el camino que nos permite visualizar el futuro desde la perspectiva divina.

Por ejemplo, a la torre de control le interesa dirigir al avión sin peligros a un buen aterrizaje antes que estar preocupada por llamar la atención sobre lo que hicieron o no hicieron los pilotos durante las últimas horas de vuelo. Así también nuestro Dios, quién sabe todo lo que hemos hecho sin perder detalle, no solo nos recordará el pasado y lo calificará, sino que su preocupación también será el futuro, como dijo Jesús a la mujer sorprendida en adulterio: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ya nadie te condena?… tampoco yo te condeno [pasado]. Ahora vete, y no vuelvas a pecar [futuro]” (Jn. 8:10-11 NVI). ¿Jesús estuvo actuando injustamente con esta mujer? De ninguna manera. Pero lo que nuestro Señor sí sabía era que las consecuencias de las maldades de esta mujer ya eran suficientes para hacer su vida miserable, por lo que Él también no se preocupa por hacerla aun más difícil. En cambio, se preocupa por salvar lo que queda del mañana a través de su misericordia y poder, por lo que en más de una oportunidad Él exclamó en diferentes tonos: “Pero vayan y aprendan lo que significa: ‘lo que pido de ustedes es misericordia y no sacrificios’. Porque no he venido a llamar a justos sino a pecadores” (Mt. 9:13 NVI). Su consideración para con nosotros al querer hablarnos y guiarnos es incomprensible. Conociendo nuestra actitud hostil para con Él, con todo insiste en hablar a nuestra conciencia y dejar que tomemos nuestras propias decisiones: “… El que quiere oír, que oiga; y el que no quiera, que no oiga…” (Ez. 3:27 NVI).

Creo, entonces, que al Señor le gusta el sistema “pre-daño”, que es literalmente escucharle antes de meter la pata. Un conocido evangelista dijo alguna vez que él no visitaba las ciudades para dar un mensaje de Dios que sirva para solucionar los problemas de la gente, sino que iba para dar un mensaje de Dios para que la gente no se meta en problemas.

En el otro extremo, está el más popular sistema “post-daño” que es sumamente peligroso pero muy divulgado. En pocas palabras, es hacer lo que nos venga en gana, en absoluta y feliz ignorancia de la voluntad de Dios. Cuando metemos la pata y empezamos a vivir las malas consecuencias de nuestras necedades, entonces vamos a la iglesia a golpearnos el pecho y a preguntarle a Dios por qué nos pasa lo que nos pasa. Y como ya es demasiado tarde y los problemas nos agobian, le decimos: “Disculpa Dios, pero tú sabes todos mis problemas. En este instante me es imposible oírte porque estoy apremiado y mira todo lo que me pasa. Otro día, cuando las cosas estén más calmadas, te prometo que te presto más atención. Solo te pido que arregles las cosas como te las estoy pidiendo. Amén”.

Hagamos una comparación de los dos sistemas: El “pre-daño” trabaja diariamente buscando saber lo que Dios tiene que decir. El “post-daño” es esporádico, casi anecdótico, un apagafuegos. Podríamos decir que goza de una graciosa ignorancia. El primero requiere obediencia, el segundo… resignación y su frase más común es: “De haberlo sabido… ¿dónde estaba cuándo lo dijeron?… Ah, lástima ese día estaba haciendo mi voluntad a todo galope”.

Dios siempre nos ha enseñado que es un Señor Soberano que quiere dirigir nuestro camino y no solo criticar nuestro pasado.

Para los que viven bajo el régimen “pre-daño”, el domingo es el primer día de la semana, justo antes de empezar toda tarea, en donde la adoración y sumisión a Dios es antes que todo, y luego se deja delante de Él todo lo que uno tiene por delante, y escucha su Palabra iluminadora y directiva para enfrentar el mañana. No es así para los “post-daño”, porque para ellos el domingo es el último día de la semana. Van a la iglesia para ver qué puede hacer Dios con todo el desastre previo que ellos han dejado en sus vidas en los seis y más días anteriores (porque claro, ellos no van todos los domingos. ¡Eso es de fanáticos!). Para ellos, escuchar la Palabra es como leer un periódico de ayer. El “pre-daño” anticipa y promueve espacios para estar con el Señor, escuchar su voz, y buscar su voluntad. El “post-daño” siempre espera tener el tiempo, pero su agenda siempre está copada de asuntos “más importantes” que Dios.

El “post-daño” nunca llegará a leer estas líneas, te lo aseguro. Más de cinco párrafos les parecerán imposibles, más de quince minutos son intolerables; un sermón de cuarenta minutos… una pesadilla mientras dormita. Seguramente archiva este mensaje para leerlo después, o lo borra para no castigar su pobre conciencia.

El “pre-daño” es el único sistema que Dios mismo promueve porque siempre nos ha enseñado que es un Señor Soberano que quiere dirigir nuestro camino y no solo criticar nuestro pasado. Él no quiere que le contemos nuestras historias, sino que quiere ser protagonista y guionista de nuestros hechos. Él no quiere que vayamos a decirle con miedo lo mal que lo hicimos, sino que quiere que vayamos a consultarle sobre las cosas que todavía son un sueño o que solo están en su corazón para nosotros.

Pre o post… Tú eliges cómo vivir. Solo recuerda que el Dios proclamado en la Biblia nunca vendrá detrás de ti porque Él siempre irá delante y nosotros siguiéndole. Mira cómo Pablo alaba a ese Dios: “Al único y bendito soberano, Rey de reyes y Señor de señores, al único inmortal, que vive en luz inaccesible, a quien nadie ha visto ni puede ver, a él sea el honor y el poder eternamente. Amén” (1 Ti. 6:15-16).


Imagen: Lightstock.
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