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Nuestras mayores alegrías y sufrimientos provienen de nuestras relaciones. Desde que abrimos nuestros corazones a otros, estamos abriéndonos a la posibilidad del dolor.

El Señor en su Palabra nos advierte que en este mundo lleno de pecadores (incluyéndonos a ti y a mi) tendremos dolor y tendremos sufrimiento (Juan 16:33). Habrán otros que serán hostiles contra nosotros (Salmo 119:157) y en muchas ocasiones nuestros corazones serán heridos. Y es en ese momento donde se hace necesario el perdón.

El Diccionario de la Real Academia Española define la palabra perdón de la siguiente manera: “Remisión de la pena merecida, de la ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente”.  Cuando perdonamos estamos liberando a otros de una deuda u obligación pendiente contra nosotros, pero, lo que es más importante, estamos obedeciendo a Dios y liberando nuestros corazones de todo rencor y amargura.

No importa cuan duro haya sido, cuan horrendo fue lo que nos sucedió o cuan heridos estemos el llamado que Dios nos hace es a perdonar:

“Soportándose unos a otros y perdonándose unos a otros, si alguno tiene queja contra otro; como Cristo los perdonó, así también háganlo ustedes”, Colosenses 3:13.

El evangelio nos ayuda a perdonar

El evangelio son las buenas nuevas de salvación para los pecadores, las buenas nuevas del perdón para los transgresores. En Jesús encontramos el mayor ejemplo del perdón. No importa cuan grande sea nuestro pecado en Cristo encontramos perdón para nuestras almas, un perdón que nos salva y un perdón que diariamente está disponible para nosotros. “Y cuando estaban muertos en sus delitos y en la incircuncisión de su carne, Dios les dio vida juntamente con El, habiéndonos perdonado todos los delitos, habiendo cancelado el documento de deuda que consistía en decretos contra nosotros y que nos era adverso, y lo ha quitado de en medio, clavándolo en la cruz”, Colosenses 2:13-14.

En Romanos 12 podemos encontrar algunos principios que pueden ayudarnos a vivir el evangelio en nuestra práctica del perdón Aquí 5 de ellos.

1) “Bendigan a los que los persiguen. Bendigan, y no maldigan” (Ro. 12:14).

Nuestro llamado como creyentes es alto. El mandato es a bendecir la vida aun de aquellos que nos persiguen, aun de aquellos que nos han hecho daño. Ese es el ejemplo de nuestro Señor.

2) “No sean altivos en su pensar” (Ro. 12:16b).

Sin darnos cuenta, ese es el pensar detrás de la falta de perdón: “Yo nunca haría algo así. Yo soy mejor”. Debemos recordar que así como otros han pecado contra nosotros, así hemos hecho y continuamos haciendo nosotros contra Dios (y, muchas veces, ¡contra otros!). Es su gracia que guarda nuestros pasos porque en nuestro pecado somos capaces de hacer aun las peores cosas.

3) “Nunca paguen a nadie mal por mal” (Ro. 12:17).

La respuesta del creyente debe ser hacer el bien a aquellos que le hacen mal. Buscar el bienestar de la otra persona no siempre es fácil, pero contamos con la gracia y el poder de Dios para poder hacerlo.

4) “Si es posible, en cuanto de ustedes dependa, estén en paz con todos los hombres” (Ro. 12:18).

Todo creyente debe procurar estar en paz con todos. Nuestro llamado es a hacer todo lo que esté en nuestras manos para procurar la paz en nuestras relaciones. Un detalle importante en este verso: “en cuanto dependa de ustedes”. Necesitamos recordar que no somos responsables de las respuestas del otro, y que no siempre perdón implica reconciliación. Pero en cuanto a nosotros dependa, debemos procurar agotar todos los recursos que tengamos en nuestras manos para procurar la paz.

5) “Nunca tomen venganza ustedes mismos, sino den lugar a la ira de Dios…” (Ro. 12:19).

Dios es el único Juez Justo, el único que conoce cada corazón en toda su profundidad. La venganza no es nuestra es del Señor, recordemos que cada uno de nosotros tendremos que rendir cuentas a Dios por cada una de nuestras acciones. Nuestro llamado es a quitarnos del medio y dejar que Él sea el juez. Él es el único justo, y solo Él conoce lo suficiente. Él es el juez, no nosotros.

Cristo perdonó lo inexcusable en nosotros. Como creyentes debemos perdonar un aquello que consideremos inexcusable.

Pidámosle a Dios que nos dé corazones humildes que aprendan a vivir vidas de perdón.

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