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“No puedo creer que hicieras eso!”.

Esta afirmación incrédula es una respuesta demasiada familiar de padres (incluyéndome a mi) que descubren que un niño ha pecado. Pero para los padres cristianos, tal afirmación es antagónica a Cristo porque implica hablar como si el evangelio no fuera verdad. Representa la respuesta de un padre que quiere criar a un fariseo religioso. Si el objetivo de un padre es mantener las apariencias y una imagen exterior de justicia, entonces es correcto enfocarse de forma miope en el comportamiento exterior. Después de todo muchas veces razonamos que no somos como “esas personas” que hacen las cosas de esa manera. Somos las “personas buenas”. Tal forma de ser padre no corresponde con la cruz incluso si los padres son cristianos. No es raro que los padres cristianos comiencen con buenas intenciones y luego sutilmente caigan en dedicarse al sueño de lo que ellos quieren para las vidas de sus hijos más que lo que Dios quisiera de ellas. En lugar de amar a Dios amando a sus hijos, ellos comienzan a amar su propia visión de lo que debería ser la manera exitosa de criar a los niños. Un niño que vive exitosamente las aspiraciones de los padres puede llegar a ser la terrible forma por la cual los padres se validan a sí mismos. Los padres que toman sus decisiones basados en cómo otros los perciben a ellos y su posición social están tratando a sus hijos como puntos de apoyo en una campaña de relaciones públicas.

En Efesios, Pablo declara que el Dios trino está trabajando en el Cielo y la tierra reuniendo todas las cosas en Cristo (Ef. 1:10). Como todas las cosas, la paternidad cristiana se resume en Cristo. Hay una manera centrada en Cristo, saturada por el evangelio, distintivamente en forma de cruz para la paternidad cristiana. Por lo tanto la crianza de nuestros hijos debe ayudar a crear una cultura en nuestra casa donde el evangelio sea cada vez más fácil de entender, de otra manera, inevitablemente diseñaremos una cultura donde el evangelio sea cada vez más difícil de entender.

Entonces, ¿cómo hace un cristiano cuya vida se ha comprometido a seguir a Jesús para pensar en el pecado de sus hijos? La reacción inicial debe ser confrontar al niño con su pecado. Seguido por hacer que el niño sepa que usted está orando para que Dios use esto para enseñarle que tiene que pedir perdón por los pecados cometidos. Los padres deben disciplinar y enseñar a sus hijos que el pecado tiene consecuencias.

La crianza cristiana centrada en el evangelio no está marcada por una auto compasión cuando el pecado de un niño ha sido descubierto o expuesto. Cada pecado revelado ofrece una oportunidad única para compartir el evangelio. Los padres deben asumir su responsabilidad dada por Dios como mayordomos del evangelio en la vida de sus hijos (Ef. 6:1-4). Sería una pesadilla, no una bendición, si los niños fueran tan expertos en ocultar su pecado que sus padres nunca los atraparan en un acto pecaminoso. Es solo cuando el evangelio ha sido eclipsado en nuestra forma de pensar que nos gustaría no tener que lidiar con el pecado de nuestros hijos. Solo aquellos que ven y confiesan su pecado son quienes pueden siempre gritar: “¡Dios, sé misericordioso de mí, un pecador!” (Lucas 18:13). Cuando los padres cristianos comunicamos que el problema es que “Es nuestra vergüenza que nuestros hijos hagan una cosa así”, estamos respaldando implícitamente al fariseo diciendo: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres” (Lucas 18:11).

En algunos círculos cristianos no es raro que los padres describan su crianza permisiva como llena de amor o gracia. Tal lenguaje falla en concordar con un entendimiento bíblico de un evangelio de amor y gracia. La Escritura describe a los padres que no ejercen la autoridad y la disciplina como una manifestación de odio en lugar de amor (Prov. 13:24). El evangelio no es que Dios mire hacia otro lado cuando nosotros pecamos, dejándonos hacer lo que queremos. Más bien declara que en la cruz Jesús satisfizo la ira de Dios por los pecadores que ponen su fe en Él. La autoridad sin amor conduce a que la autoridad sea despreciada y el amor sin autoridad hace al amor incomprensible.

El regalo más importante que los padres pueden dar a sus hijos es un matrimonio lleno de amor y centrado en el evangelio. Esto es fundamental para una crianza cristiana porque el diseño de Dios para el matrimonio es que sea una imagen viva de Cristo y la Iglesia (Efesios 5:32). La relación entre marido y mujer es la más íntima y sagrada sobre la tierra y debe ser una prioridad. Sin embargo, muchas familias cristianas son culpables de idolatrar a sus hijos. Los padres que centran su vida en sus hijos y dejan a un lado a Jesucristo y su relación matrimonial, están, sin saberlo, capacitándolos en una vida de insatisfacción narcisista.

Parece que el manifiesto moderno para la crianza evangélica estadounidense es: Sé amable, sé feliz — no importa que suceda—. El problema es que ninguna de esas afirmaciones representan los valores cristianos distintivos. En 2005, Christian Smith y los investigadores en el Estudio Nacional de la Juventud y Religión en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill observaron de cerca a las creencias religiosas de los adolescentes estadounidenses. Encontraron una fe que describieron como “moralista deísta y terapéutica”, que se puede resumir como una creencia en un Dios que existe, si se le necesita, y que quiere ayudar a las personas a ser buenas, felices y seguras y si lo son, van a ir al Cielo cuando mueran. Me temo que esta es una cosmovisión teológica que han aprendido por observar a sus padres y lo que ellos realmente valoran y a lo cual le dan prioridad a diario.

En una obsesión para mantener felices a los niños, muchos padres actúan como víctimas que deben proporcionar a sus hijos todo lo que deseen. Recientemente he escuchado a un padre explicándole a otro, “Yo no quería darle a ella un iPhone todavía, pero tuve que hacerlo porque todos los niños de su clase tienen uno, No quiero que la miren como rara”. Su hija tenía ocho años. Los niños que crecen creyendo que tener todo lo que desean los hará felices, muy a menudo viven vidas muy infelices. Los padres que proporcionan a sus hijos acceso al Internet las 24 horas del día con smartphones y computadoras en su dormitorio, en un esfuerzo por no restringir su libertad, están condenando a sus hijos a una vida de esclavitud. Pocas cosas son más lamentables que un hombre joven que es criado en un ambiente de libertad autosatisfactoria que le lleva a la esclavitud a la pornografía. La declaración de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lucas 9:23), significa que la enseñanza de la abnegación es una parte importante de levantar a los hijos conforme a la cruz. “No” es una palabra esencial en el vocabulario de un padre cristiano que quiere que sus hijos conozcan la verdadera libertad (Ga. 5:1).

De todos los nombres que usó la gente para llamar a Jesús en la Biblia, ni una sola vez se le refirió como alguien agradable o alguien con quien no se corría peligro. Jesús fue descrito como alguien que hablaba con autoridad, un loco, un glotón, un blasfemo, un pecador y como alguien que actuó por el poder demoníaco. Jesús no se acomodó cómodamente a la sabiduría del mundo, sino que fue más bien alguien que trastornó la sabiduría del mundo. En una época de padres entrometidos, los padres cristianos deben saber qué es mejor que estar flotando sobre sus hijos tratando de mitigar todos los riegos de sus vidas. Vivir la vida implica riesgos inevitables, y los padres cristianos deben enseñar a sus hijos a tomar riesgos calculados, de manera sacrificada para la gloria de Cristo y el bien de los demás.

La seguridad es mucho menos importante que la valentía y el coraje que exalta a Cristo. Los padres deben formar a sus hijos tanto en el coraje físico como en el moral. De acuerdo con la sabiduría bíblica, la pereza no es solo un problema físico sino espiritual, y representa una vida de maldad y locura. La madre o el padre que está satisfecho con tener un niño agradable que consigue buenas calificaciones pero duerme hasta el mediodía y hace muy poco sirviendo a la familia y a los demás de forma sacrificial está criando un tonto (Pr. 6:6-11; Pr. 21:25 ; Pr. 26:13-16). Vivimos en una época que exalta el bajo rendimiento intencional con trofeos de participación y consignas de “todo el mundo es un ganador”. Los padres cristianos deberían estar desafiando el espíritu de la época mediante la enseñanza a los niños de una ambición conforme a la cruz. “Así que, ya sea que comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Co. 10:31).

Me temo que en el nombre de niños buenos, felices y seguros muchas familias cristianas están prácticamente abandonando “la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3). Afirmar el mensaje del evangelio con nuestros labios, pero criar todos los días como si este no fuera verdad, tendrá consecuencias desastrosas. Los adultos que creen que la vida se trata de ser bueno, feliz y seguro no comprometen su vida en alegría para llevar el evangelio hasta los confines de la tierra (Hechos 5:41). De hecho, cuando se enteran de que alguien hace un sacrificio o que sufre para que el evangelio avance pueden responder lamentablemente, “no puedo creer que hicieras eso”.


Este artículo fue publicado originalmente el 17 de septiembre 2014 en el blog de SBTS. Traducido por Carlos A. Franco.
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