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La ciudad importa más en la actualidad que nunca antes. Ahora mismo viven más personas en las ciudades que en cualquier otra época de la Historia. Jamás había sido tan urbana la mayoría de la población mundial.

Las ciudades siempre han desempeñado un papel fundamental en la Historia. Han perdurado como lugares de desarrollo cultural, de influencia y de invención ofreciendo esperanza, refugio y nuevos comienzos. No obstante, nunca habían estado tan pobladas ni habían gozado de tanto poder e importancia como hoy.

El mundo está cambiando. Nuestro mundo está sufriendo el mayor crecimiento urbano de la Historia. Actualmente es un mundo predominantemente urbano y no hay vuelta atrás. Esta nueva realidad, este nuevo mundo, presenta una oportunidad única en la Historia para los cristianos.

Las ciudades dan forma al mundo. Lo que ocurre en ellas no se queda ahí, sino que se expande; tal como va la ciudad, así va la cultura de forma más amplia. Piensa en las ciudades como fábricas. Lo que se produce en la fábrica (ciudad) se transporta y se distribuye por todo el mundo. Los productos que envía la fábrica dan forma a la vida mucho más allá de las cuatro paredes de la fábrica. Las ciudades envían y dan forma. Son importantes porque poseen un poder de “envío” y de “forma” mayor que cualquier otro asentamiento humano, como podrían ser una comunidad suburbana o en el mundo rural.

Las ciudades son el centro del desarrollo cultural y económico en nuestro mundo del siglo XXI. Producen personas, recursos económicos, negocios, arte, universidades, sistemas políticos e investigación y desarrollo, es decir, bienes culturales, que dan forma y definen nuestra sociedad moderna. Lo que ocurre en Londres o en Hong Kong hoy afectará al mercado financiero estadounidense más de lo que ocurre en los suburbios de Chicago. La innovación tecnológica en Silicon Valley pronto tendrá su efecto en Manila, en Tokio y en Ciudad del Cabo, junto con sus respectivos países y comunidades colindantes.

Las ciudades ya no dan forma solamente a las regiones que las circundan, sino al mundo entero. Este nuevo mundo presenta a los cristianos y a la iglesia una oportunidad sin precedentes para llevar el evangelio de Jesucristo a todos los ámbitos de la vida humana. Dios está haciendo algo nuevo y grande en nuestras ciudades y nos está llamando a algunos a participar en ello.

Nuestra opinión es que los libros sobre la ciudad muchas veces han tenido una idea equívoca de esta y la han representado incorrectamente. Gran parte de la literatura cristiana sobre la ciudad se ha centrado básicamente en los aspectos más problemáticos de ella (la delincuencia, los sin techo, etc…) y en cómo un ministerio urbano podría arreglar tales problemas, en lugar de proporcionar un análisis completo de la ciudad. Con o sin intención, las ciudades se han retratado como lugares problemáticos y no como espacios que ofrecen oportunidades y bendición. La realidad es mayor y más bella de lo que típicamente ha mostrado el retrato evangélico, ya que la ciudad es un lugar maravilloso, dinámico, estimulante y saludable para que la gente viva, trabaje y marque una diferencia. Esperamos desmontar la definición por defecto con la que muchos cristianos han crecido creyendo que “las ciudades son lugares incómodos y congestionados llenos de delincuencia, suciedad y tentaciones”, y eliminar su infección a lo largo de este libro.

Las ciudades son lugares variados y densos en los que interactúan diferentes tipos de personas. Están pobladas con gente de diversas culturas, con cosmovisiones y vocaciones dispares. Las ciudades obligan a los individuos a pulir sus supuestos culturales, sus creencias religiosas y su llamado a medida que se afilan entre ellos las aristas de los supuestos, creencias y pericia de otros habitantes de la ciudad. Un joven de venintipico años de una pequeña población, que sea blanco, de clase media y creyente practicante del mediooeste estadounidense con el deseo de enseñar a alumnos de secundaria, se encuentra con una oportunidad tremenda de crecer cuando se muda al centro de Boston. Se convierte en un nuevo tipo de profesor cuando da clase por primera vez a estudiantes de todo tipo de razas, culturas, estatus sociales y cosmovisiones. Hay encuentros que tienen lugar en las ciudades y que no se dan en ninguna otra parte.

Las ciudades no son sitios en los que exista una homogeneidad. No hay nada que permanezca igual en ellas. Se da un movimiento constante. Al vivir la mayoría de la población mundial en las ciudades, estas se convierten en lugares en los que se concentra la población para vivir, realizar negocios y recibir educación. Este ADN urbano rico y diverso crea un entorno en el que puede tener lugar una tremenda creación de cultura. Aunque también pueda conllevar a la formación de ídolos y al orgullo cultural, la ciudad siempre ha sido una pieza clave en los planes de Dios con su pueblo. La ciudad se establece como una de nuestras mayores esperanzas para renovar nuestro mundo imperfecto.

Dado que la primera referencia de la Biblia a una ciudad fue la ciudad construida por Caín el fugitivo (Génesis 4:17) tendemos a pensar que las ciudades son una consecuencia desafortunada de la caída. Tal suposición surge por leer erróneamente la línea narrativa de la Biblia. La Biblia nos enseña que la ciudad es una idea, invención e intención de Dios.

Nuestro Dios trino creó el hombre y la mujer a su imagen para ser representantes de su presencia en la tierra. Después de crear al primer hombre y a la primera mujer, Dios les encargó una vocación que llevar a cabo. Básicamente, Dios llamó a la humanidad a que siguieran haciendo lo que él mismo había hecho: crear. Dios dio al hombre y a la mujer el Mandato Cultural, es decir, un llamado “a ser fructíferos, a multiplicarse, a llenar la tierra, y a cultivar y desarrollar el jardín. Este mandato era en último término un mandato urbano, un llamado a crear asentamientos donde la gente podía vivir y trabajar juntos para ser fructíferos, a multiplicarse, a desarrollarse, a cultivar y a prosperar”.

La ciudad es una extensión natural y prevista de la comunidad floreciente, con la que nuestro Dios trino siempre ha disfrutado como Padre, Hijo y Espíritu, y del mandato que dio a los primeros colonizadores humanos de crear cultura. Cuando el Hijo de Dios vino a la tierra, residió en una ciudad terrenal. Y cuando Jesús regrese a la tierra, traerá con él una nueva ciudad, una “ciudad santa” donde Dios y el hombre habitarán juntos (Apocalipsis 21). La Biblia nos invita a algunos a ser gente de ciudad, a comprometernos con nuestras ciudades como Jesús lo hizo, a contribuir significativamente al comercio y a la cultura de nuestras ciudades.

La gente tiende a adoptar una manera de ver la ciudad de las dos que hay. Algunos se retiran de la ciudad y, pensando que son lugares peligrosos e intimidantes, se aventuran a ir a esta exclusivamente cuando les es necesario. Otros usan la ciudad y, pensando que son lugares que proporcionan estímulos y beneficios, se aprovechan de ella para ganar todo lo que pueden, ya sean riquezas, méritos, experiencia laboral, un cambio de aires o un muestreo turístico de varios bienes culturales.

Las Escrituras, en cambio, nos inducen a relacionarnos con la ciudad de una manera insólita. La Biblia nos invita a comprometernos y establecernos en ella y a aportarle algo (Jeremías 29). En lugar de retirarnos de nuestras ciudades, se nos anima a comprender y formar parte de lo que ocurre en ellas. En lugar de hacer turismo por nuestras ciudades, se nos invita a echar raíces en estas. En lugar de recibir de nuestra ciudad y nada más, se nos exhorta a contribuir a aumentar la vida y el desarrollo de ella, ya sea mediante el arte, las empresas, el derecho, la literatura, la música, la medicina, la educación, las finanzas, etc. La invitación que nos hace la Biblia consiste en buscar el bien común de nuestra ciudad. Es un llamado contracultural, un llamado a ver la ciudad como nuestro hogar y a cuidar correctamente de ella.

Las ciudades de nuestro mundo están creciendo en tamaño y en influencia, y necesitan cristianos e iglesias atentos que residan en ellas. Para que nuestra cultura sea renovada con el evangelio y que nuestro mundo sea restaurado, deberemos llegar a nuestras ciudades.

Nota del editor: Este es un extracto del libro “Por qué las ciudades son importantes: Para Dios, la cultura y las iglesias” de Stephen T. Um y Justin Buzzard. Publicaciones Andamio, Agora, 2016.

Imagen: Lightstock

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