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El libro de Josué narra cómo Acán fue condenado por hurtar objetos prohibidos en Jericó, una ciudad conquistada y declarada «maldita» por Dios:

Entonces Josué, y todo Israel con él, tomaron a Acán, hijo de Zera, y la plata, el manto, la barra de oro, sus hijos, sus hijas, sus bueyes, sus asnos, sus ovejas, su tienda y todo lo que le pertenecía, y los llevaron al valle de Acor. Y Josué dijo: «¿Por qué nos has turbado? El SEÑOR te turbará hoy». Todo Israel los apedreó y los quemaron después de haberlos apedreado (7:24-25).

Pasajes como este nos resultan perturbadores al leer que toda una familia pagó con su vida por un pecado cometido por el padre, y nos preguntamos: ¿Cómo puede un Dios de amor respaldar un juicio como este? Comprender plenamente el proceder del Señor en esta situación es un verdadero desafío. Sin embargo, la Escritura nos ayuda a entender las circunstancias y las razones por las que se dio este hecho histórico.

El anatema y sus consecuencias

La Biblia nos dice que el pecado de Acán, fue tomar del anatema de Jericó (Jos 7:1). El término griego «anatema» se traduce en ocasiones como maldito.1 El equivalente hebreo de «anatema» es jerem (hb. חֵ֑רֶם) la misma raíz que se usa para hablar de un objeto o una persona dedicada a Dios para darle honra. Sin embargo, jerem en ciertos contextos —como en la historia de Acán— significa que algo o alguien es consagrado a Dios por ser malo o maldito, y que por lo tanto debe ser exterminado.2 Este concepto y sus implicaciones derivan de tres textos que establecen tres declaraciones sobre el anatema:

  • Quien toma del anatema, se vuelve anatema él y su casa (Dt 7:26).
  • Quien toma del anatema, debe morir. Una persona llegaba a ser anatema por hurtar algo de la ciudad que había sido destruida y maldecida, y debía morir (Lv 27:29; cp. Jos 6:18).
  • Solo la muerte del anatema aplacará la ira de Dios (Dt 13:17; cp. Jos 7:26).

Después de que Acán y su familia sufrieran el juicio de Dios, los israelitas «levantaron sobre él un gran montón de piedras que permanece hasta hoy… y el SEÑOR se volvió del furor de su ira» (Jos 7:26).

Acán decidió tomar del anatema, pero el texto no menciona que su familia fuera cómplice. La pregunta que se desprende aquí es: ¿Por qué la familia de Acán murió con él? Esto lo analizamos en el siguiente punto.

El representante de la familia

En Deuteronomio, Dios ratificó a los padres su tarea de cuidar la vida espiritual de sus hijos y, por lo tanto, serían los responsables de traer bendición o maldición a sus familias (Dt 6:1-2; cp. 30:19-20).

En el Antiguo Testamento, las buenas o malas decisiones del padre afectaban de manera directa a la familia. Por eso las frases «tú y tu casa» o «yo y mi casa» describen que el padre era el responsable de lo que le sucedería a la familia, tanto para bien como para mal (Gn 34:30; 45:11; Jos 24:15; Jr 38:17; Hch 16:31).

Aunque la ley prohíbe que los hijos mueran por el pecado de los padres (Dt 24:16), estamos frente a una excepción que revela la gravedad del anatema, pues el pecado de Acán no solo trajo muerte para él y su familia, sino también para la nación.3

Con esto en mente, la prohibición de tomar del anatema es más clara: «No traerás cosa abominable a tu casa, pues serás anatema como ella; ciertamente la aborrecerás y la abominarás, pues es anatema» (Dt 7:26, énfasis añadido). Acán llevó a su casa lo que hurtó y con eso llevó la maldición del pacto para él y su familia. Es decir, el veredicto para Acán y sus familiares estaba definido por ley, una primera razón por la que murieron con él.

Recuerda el mandato sobre el anatema: debe ser exterminado (Lv 27:29). Esa era la única manera de aplacar la ira santa de Dios ante un pecado de desobediencia tan grave.

En resumen, Acán valoró y eligió objetos materiales por encima del pacto que Dios estableció con Su pueblo. Al hurtar del anatema, desafió la ley de Dios y despreció Su voluntad. Además de robar, mintió, provocó un juicio severo para el pueblo y llevó la maldición a sus familiares, los cuales, según opinan algunos expertos, llegaron a ser cómplices del padre y esa fue una segunda razón por la que fueron sentenciados (Jos 7:11).4

Lecciones para la iglesia hoy

La experiencia de Acán nos recuerda que debemos evitar el individualismo que nos lleva a creer que el pecado es un asunto exclusivamente particular. Por el contrario, el pecado siempre tendrá alcances colectivos aunque no estemos conscientes de eso.

Tanto en este caso como en el de Ananías y Safira (Hch 5:1-11), el Señor ejerció Su soberanía al definir que los involucrados morirían físicamente por su pecado y no hay injusticia en eso, porque Él da vida y la quita a quien desea (Dt 32:39; 1 S 2:6; Ro 9:15; Jn 5:21). Más importante aún es recordar que todo pecado delante del Dios santo nos hace merecedores de muerte inmediata (Gn 2:17; Ro 6:23), por lo que constantemente vivimos experimentando la misericordia de Dios. Es por esto que Él es totalmente justo y bueno cuando exige pena de muerte debido a algunos pecados en tiempos del Antiguo Testamento.

Frente a este escenario lamentable, Cristo vino a rescatarnos de una condenación segura, tanto por nuestro pecado original después de la caída, como también porque la ley nos acusaba por nuestra incapacidad de cumplirla.

En el Nuevo Testamento, hay dos textos claves para comprender quiénes están bajo un anatema: «Si alguien no ama al Señor, que sea anatema. ¡Maranata!» (1 Co 16:22) y «Si alguien les anuncia un evangelio contrario al que recibieron, sea anatema» (Gá 1:9). Sin embargo, quienes estamos en Cristo —aunque por nuestro pecado a veces tengamos que ser disciplinados en amor por nuestro Padre para nuestra santificación (Heb 12:11)— somos por gracia libres de toda condenación (Ro 8:1) y esas son las mejores noticias en el mundo.


1 Amador Ángel García Santos, “anathema”, Diccionario del griego bíblico: Setenta y Nuevo Testamento (Navarra, España: Editorial Verbo Divino, 2018) p. 66.
2 Luis Alonso Schökel, “jerem”, Diccionario bíblico hebreo-español (Madrid, España: Editorial Trotta, 1999) p. 280.
3 John MacArthur, Carl Friedrich Keil y Franz Delitzsch interpretan este juicio como algo real. En Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento, p. 1014.
4 Carl Friedrich Keil y Franz Delitzsch, Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento: Pentateuco e históricos (Barcelona, España: Editorial Clie, 2008) p. 1013.
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