Este poema describe de manera gráfica el actuar del orgulloso y nos apunta a la humildad de nuestro Salvador.
Qué curioso es este orgullo
escondido en buenos hechos;
como oruga en un capullo
se oculta e infla el pecho.
Hablar con candidez
es un hábito virtuoso;
seamos cándidos entonces,
dice el pillo y orgulloso.
Los modales respetables
traen de fruto buena fama,
todo hombre es honorable
si el asiento da a la dama.
Si ¡Buen dia! ¡Buena tarde!
exclama al dar mano,
se disipa su alarde;
se le considera hermano.
Es su cómplice el servicio,
de los dones el más honroso;
solitario sirve al vicio
acompañado al menesteroso.
Su prestigio le gobierna,
del orondo es su rey.
Su lengua es su princesa
y su agenda es su ley.
Su prójimo y su amante
son peldaños decorados,
los silenciosos son honrados
los que enmiendan son errantes.
Le sacian las miradas,
el aplauso lo cautiva;
como un cántico de hadas
es su nombre como almíbar.
Se deleita en sus banquetes
y así compra compañeros;
exponiendo sus juguetes
gana aplomo y cuenta ceros.
¡Oh, pecado doloroso
que engaña el corazón!
Que endulza al más piadoso
y cauteriza la razón.
Si el más digno se humilló,
¿Quién soy yo para exaltarme?
¿Cómo veo esto en otros
y no al examinarme?
¿Quién es manso y humilde?
¿Quién sufrió la humillación?
Solo Cristo quien por mí
dejó celestial mansión.
Sea tu obra hecha así
en mi vida, oh Señor,
que el servicio sea a ti
obediencia en amor.
Que terrible es este orgullo
escondido en buenos hechos.
Aquí estamos, sí, maltrechos
mas seguimos siendo tuyos.