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El corazón de Sara se aceleró al despertarse de una vívida pesadilla. En su sueño, ella cometió un acto asesino contra alguien a quien ella nunca había conocido. Muy pronto estaba turbada de que su mente pudiera pensar tal cosa, y no sabía qué hacer después. ¿Había pecado? ¿Debía pedirle a Dios que la perdonara?

Los sueños vívidos de actos viles pueden interrumpir el sueño de los santos más fieles. Algunos sueños son recurrentes mientras que otros solo pasan una vez. Estos actos imaginarios de adulterio, inmoralidad, venganza, engaño, mentira, robo, y asesinato pueden dejarnos paralizados con vergüenza y culpa. 

Si tú o alguien a quien tú estás ministrando tiene un sueño pecaminoso, ¿qué deberías hacer?

¿Deberías buscar una interpretación? 

¿Deberías sentirte culpable?

¿Deberías confesar a la persona que lastimaste en tu sueño? 

¿Deberías arrepentirte de tu asesinato, adulterio, o lo que sea que hiciste, aun cuando en realidad no lo hiciste? 

Si buscamos en las Escrituras, encontramos suficiente sabiduría para desarrollar varios principios que nos ayudarán a responder estas preguntas. 

1. Los sueños no son la realidad 

Los sueños son, en primer lugar, sueños. Si tú no cometiste adulterio en la vida real, pero soñaste acerca de cometer adulterio, en realidad tú no cometiste adulterio. Hay una diferencia clara y significativa entre lo que tú sueñas y lo que en realidad haces. 

El profeta Isaías habla de un hombre hambriento que sueña con un banquete, sin embargo, se despierta con gruñidos en su estómago (Is. 29:8). La razón de que aún esté hambriento es que aunque comía en su sueño, en realidad no estaba comiendo; era un sueño. 

Antes de descansar, descansa en Jesús

Esto nos conforta con la certeza de que, aunque nuestras mentes pudieran ejecutar malas obras al descansar, no estamos haciéndolas en realidad. Nuestra voluntad no está envuelta. No estamos intencionalmente ofreciendo nuestros cuerpos al pecado (Ro. 6:13). No somos culpables de pecado si solo soñamos con ese pecado.

Nuestra falta de culpabilidad por un pecado específico, sin embargo, no debería llevarnos a menospreciar nuestros sueños del todo. Una teología fidedigna del pecado nos alerta que nuestros sueños pudieran revelar deseos oscuros que permanecen ocultos en nuestros corazones. 

2. Los sueños pueden revelar nuestra depravación 

Frecuentemente, los sueños se orientan sobre la base de tus temores o fantasías. ¡Yo he tenido sueños recurrentes de presentarme a hablar en algún lugar solo para descubrir que estaba desnudo, retrasado diez minutos, y que había olvidado prepararme! Ningún profeta ha confirmado la interpretación, pero sospecho que esos sueños revelan el miedo a los hombres que invade mi corazón. Aunque no he pecado en mis sueños, he visto mi pecaminosidad a través de mis sueños. 

Jesús enseñó que “del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias” (Mt. 15:19). Independientemente de si la ira sale a relucir cuando alguien se te adelanta en el tráfico o mientras estás soñando, su origen es el mismo. Viene de ti, de tus deseos pecaminosos (Stg. 1:14). Y no debemos ignorar ninguna instancia en la que el pecado sea evidenciado, ya sea en nuestras horas despiertos o dormidos.

Ciertamente, algunos sueños pueden ser ignorados. Pero no deberías ignorar aquellos sueños en los que te levantas recordando el pecado y sintiéndote culpable. ¿Están tus sueños asociados con algo que tú deseas o temes? ¿Están marcados por cosas que quieres o por tus temores?

No somos culpables de pecado si solo soñamos con ese pecado

Pídele a Dios que te muestre qué pecado remanente podría estar evidenciado en tus sueños (Gn. 40:8; Dn. 2:28; Stg. 1:15). Haz esto, no para confesar un pecado que has cometido, sino para confesar que eres un pecador en necesidad de gracia. Trata lo que está siendo expuesto en tus sueños pecaminosos como harías con cualquier otro pensamiento pecaminoso intrusivo. Pídele a Dios que te ayude a odiar lo que Él odia y a amar lo que Él ama.

3. No alimentes sueños pecaminosos

El apóstol Pablo nos recuerda: “El que siembra para su propia carne, de la carne segará corrupción” (Gá. 6:8). Esto es verdad en cada área de la vida, incluyendo nuestros sueños. Si fomentas amargura o falta de perdón en tu corazón, no deberías de sorprenderte si tus sueños están marcados por la malicia. Por otra lado, si nos disciplinamos a nosotros mismos para buscar la piedad, podríamos encontrar que aun nuestro sueño está marcado por la paz (Ro. 12:2; 1 Ti. 4:8). 

El rey Salomón advirtió a sus hijos: “Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él brotan los manantiales de la vida” (Pr. 4:23). ¿Estás guardando tu corazón con una vigilancia reflexiva? ¿Se destacan tus noches por el entretenimiento que satisface la carne? ¿Estás viendo notificaciones en las redes sociales que acarician o desinflaman el ego? ¿Comes alimentos innecesarios o bebes alcohol antes de acostarte? Si bien ninguna de esas actividades pueden ser inherentemente pecaminosas, sí pueden ser aperitivos egoístas para tu carne pecaminosa que a su vez provocan sueños impíos.

4. No materialices tus sueños pecaminosos

Aunque no puedes controlar lo que sueñas, el Espíritu Santo puede ayudarte a controlar cómo respondes a tus sueños (Gá. 5:16-17, 22-23). O como Martín Lutero bromeó una vez: “No puedo evitar que un pájaro vuele sobre mi cabeza. Pero puedo evitar que hagan nido en ella o que me arranquen la nariz” (Las obras de Martín Lutero, 21:88-89). Si tienes un sueño lleno de pecado, tú tienes la responsabilidad de no hacerlo realidad. De hecho, una forma de pensar acerca de los “sueños pecaminosos” es que son una advertencia de Dios, antes de tiempo, para prepararnos para no pecar en la vida real en la forma en la que lo hicimos en el sueño. 

Si te despiertas de un sueño lujurioso, tú estás vulnerable y necesitas resistir la tentación de fantasear sobre tu sueño o seguir los impulsos de actuar en consecuencia. Si tienes un sueño vengativo, podrías estar irritable o fácil de airarte. Necesitas resistir la urgencia de ser duro con otros o desconfiar de ellos simplemente porque tus sueños te tientan a hacer eso. 

Una vez que te despiertes, pon todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo (2 Co. 10:5) y no proveas para las lujurias de tu carne (Ro. 13:14). 

5. Deléitate en Dios antes de que sueñes

Si algo hacen los sueños pecaminosos, es mostrarnos nuestra necesidad de un salvador. Necesitamos un salvador e intercesor eterno para rescatarnos de la pecaminosidad que nos descarría. Necesitamos que Jesús limpie nuestros pensamientos pecaminosos, purifique nuestros deseos pecaminosos, y nos proteja de nuestros sueños manchados por el pecado. Necesitamos gracia mientras estamos despiertos y mientras dormimos. La buena noticia es que tenemos un Dios que jamás se adormecerá ni dormirá (Sal. 121:4). 

Si tienes un sueño lleno de pecado, tú tienes la responsabilidad de no hacerlo realidad

Aunque Jesús durmió mientras vivió entre nosotros (Mr. 4:38), Jesús nunca tuvo sueños que le condujeron a pecar, porque Él nunca pecó (Heb. 4:15). Su corazón era santo y nunca meditó en el mal durante la noche. En lugar de eso, Él estaba lleno de amor por el Padre y por lo que le placía (Jn. 4:34). Ahora, nuestro gran sumo sacerdote está siempre preparado para darnos la gracia y la misericordia que nosotros necesitamos. 

Antes de dormirte, pon tu mente en Dios a través de su Palabra y de la oración. Llena tu corazón con la verdad (Fil. 4:8). Echa toda ansiedad sobre Él (1 P. 5:7). Clama a Él y ruega que te de el sueño que Él ha prometido (Sal. 127:2). 

Richard Baxter sabiamente nos aconseja con estas palabras con respecto a nuestros sueños:

“Si endulzas tus últimos pensamientos con el amor de Cristo y los recuerdos de sus antiguas misericordias, o la anticipación del gozo eterno, o si puedes echar tus pensamientos y a ti mismo sobre alguna promesa, esto se ocupará de aquietar tu descanso y del sabor de tus sueños: y si murieras antes que llegue la mañana, ¿no sería más deseable que tus últimos pensamientos fueran santos?” (Las Obras prácticas de Richard Baxter, 2:469-72).

Antes de que descanses, descansa en Jesús. Míralo a Él y confía en que “él da a su amado aún mientras duerme” (Sal. 127:2).


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Román González Pérez.
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