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Salmos 93-102 y Hechos 8-9

¿Quién se levantará por mí contra los malhechores?
¿Quién me defenderá de los que hacen iniquidad?
Si el Señor no hubiera sido mi ayuda,
Pronto habría habitado mi alma en el lugar del silencio.
Si digo: “Mi pie ha resbalado,”
Tu misericordia, oh Señor, me sostendrá.
Cuando mis inquietudes se multiplican dentro de mí,
Tus consuelos deleitan mi alma.
(Sal. 94:16-19)

Una de las batallas mundiales que seguimos perdiendo está en el campo de la venta y el consumo de drogas. El narcotráfico sigue siendo un negocio rentable con un mercado y una demanda altísima, aunque se gasten billones de dólares en la lucha contra esa lacra. Los gobiernos del mundo buscan alternativas que permitan bajar los índices de drogadicción, así como evitar el tráfico de drogas y sus funestas consecuencias. Por ejemplo, Estados Unidos, Holanda, Portugal, España, Italia, Luxemburgo y hasta Uruguay han descriminalizado la posesión y uso de algunas drogas, y otros países han hecho efectivamente lo mismo renunciando a las penas criminales para aquellos que no están en el negocio, sino solo son consumidores.

Vitalino Canas, ex-ministro de gobierno portugués, dijo en una entrevista para el Washington Post: “Por supuesto nuestro mensaje es, ‘no uses drogas’, pero la gente no siempre está oyendo. Entonces nosotros les decimos, ‘si tú las usas, no uses drogas fuertes. Y si tú usas drogas fuertes, no te las inyectes. Pero si tú te inyectas, no compartas las agujas’. Nosotros pensamos que esto es más realista que ‘A la droga dile no’”. Me pregunto si detrás de las palabras del ministro solo hay una bien intencionada rendición, tirándole la toalla a un problema que termina acomodándose al refrán, “si no puedes contra ellos… úneteles”. Vivimos una época de pesimismo ético. Pareciera que las armas contra la maldad se han trabado, han perdido las municiones o están en desuso. Aún algunos cristianos han dejado de remar y están dejando que la corriente los lleve para donde va todo el mundo.

Como el salmista, deberíamos estar levantando la voz, buscando a aquellos que comparten los ideales de Dios y que muestren, de forma evidente, que están nadando contra la corriente. Es triste reconocerlo, pero pareciera que ese tipo de hombres y mujeres ya no están por ninguna parte. Esa tremenda necesidad nos lleva a compartir con el salmista la desolación de los que sienten que levantan banderas por causas perdidas: “No puedo dormir; Soy cual pájaro solitario sobre un tejado” (Sal. 102:7). El salmista nos dice poéticamente que somos como observadores solitarios y silenciosos de lo que ocurre en medio nuestro, sin poder intervenir y sin siquiera poder lograr un cambio.

Ahora, ¿Caeremos en el desánimo solo por el hecho de quedarnos solos en la defensa de causas y los valores que consideramos legítimos? No. El Señor no nos ha dejado solos, nos ayuda y Él no ha dejado de ser justo y capaz: “Más que el fragor de muchas aguas, Más que las poderosas olas del mar, Es poderoso el Señor en las alturas” (Sal. 93:4). El mundo nos podrá dejar enmudecidos por su maldad, pero al observar la grandeza de nuestro Soberano Dios, nuestra boca volverá a abrirse para declararle al mundo que existe un Señor del Universo que ha establecido un orden inconmovible para toda la creación que le pertenece.

Las corrientes son fuertes y peligrosas, podemos caer, pero es allí cuando nos esforzaremos en creer y afirmar que nuestros pies están sobre la Roca, Jesucristo mismo, nuestro Salvador, Señor y Redentor. Es natural que muchos sólo intenten ponerse a salvo y salir huyendo en medio de una tormenta, en vez de probarse a sí mismos que los cimientos de sus casas están estables sobre el Fundamento divino. Otros tratan de ignorar todo lo que pasa a su alrededor porque gozan del privilegio de permanecer en un ‘ghetto’ de felicidad, provisión y sosiego, sin importarles que el mundo de los demás se deshaga en pedazos producto de sus propias calamidades.

El consejo del Señor para con sus siervos, que imitan su ejemplo, es que sus corazones mantengan el vigor y la exaltación que nace de la sensibilidad por toda causa que el Señor considere válida y justa, que devuelva la dignidad y la valía de la naturaleza humana creada a imagen y semejanza del Creador. Como cristianos, seguimos siendo instrumentos de Dios, no para salvarnos a nosotros mismos o iluminar las condenas a todos los pecadores, sino para ayudar a preservar a nuestros congéneres de su propia desintegración.

Guerras, hambres, injusticia, destrucción, venganza, dolor, abuso, desastres, perplejidad y una absurda negación de nuestra humanidad. Podríamos seguir enumerando sin fin los males de la humanidad. Sin embargo, para nosotros los cristianos hay una esperanza superior y firme que descansa en las consolaciones de Dios que alegran nuestra alma que, fortalecida en Él, batalla y se enfrenta (con mentalidad victoriosa) a los dramas que nuestro mundo sin Dios ha sabido establecer. Por eso el salmista nos exhorta y, al mismo tiempo, fortalece nuestra fe al decirnos: “Los que aman al Señor, aborrezcan el mal; El guarda las almas de Sus santos; Los libra de la mano de los impíos. Luz se ha sembrado para el justo, Y alegría para los rectos de corazón” (Sal. 97:10-11). Si nuestro pesimismo nos ha llevado a un punto de inconsciencia o nos ha llevado a mirar al costado, te invito a alzar tus ojos al cielo porque el Señor está mirando, y hay algo que debes saber sobre la opinión del Señor para nuestro hoy y también para nuestro mañana:

“Esto se escribirá para las generaciones futuras, Para que un pueblo aún por crear alabe al Señor. Pues El miró desde Su excelso santuario; Desde el cielo el Señor se fijó en la tierra, Para oír el gemido de los prisioneros, Para poner en libertad a los condenados a muerte; Para que los hombres anuncien en Sion el nombre del Señor Y Su alabanza en Jerusalén, Cuando los pueblos y los reinos se congreguen a una Para servir al Señor” (Sal. 102.18-22).

Eso fue justamente lo que hicieron nuestros primeros antepasados cristianos cuando, haciendo lo impensable en la época, le anunciaron el evangelio a los samaritanos y los reconocieron como sus hermanos. Una enemistad de siglos se desvaneció en la salvación de Jesucristo, manifestada individualmente entre aquellos a los que Él había elegido entre este pueblo menospreciado. No podemos olvidar que poco tiempo antes, el mismísimo apóstol Juan le había sugerido al Señor el hacer que descienda fuego del cielo para acabar con una aldea de samaritanos. Sin embargo, ahora que es testigo del evangelio, toda actitud cambia y ahora, al volver a Jerusalén, Pedro y Juan iban “…anunciando el evangelio en muchas aldeas de los samaritanos” (Hch. 8:25b).

El mismo Felipe, quien fue el que predicó el evangelio a los samaritanos, luego fue llevado por el Señor al desierto y, una vez más, es empujado por el Señor a hablarle a un etíope que volvía de Jerusalén luego de un tiempo intenso de mucha religiosidad, aunque sin entendimiento de la verdad espiritual. Felipe le predica el evangelio, el etíope es convertido por el Señor, y ahora ya no está volviendo a su tierra lleno de dudas, sino que, “… continuó su camino gozoso” (Hch. 8:39b).

También nos encontramos con un hombre llamado Ananías, quién obedeciendo al Señor, fue el primer cristiano que le abrió los brazos a su más sangriento enemigo, Saulo de Tarso, dándole a conocer que el Señor que lo tocó en el camino a Damasco, es Señor, quién cambia su corazón por completo y lo transforma de enemigo de la iglesia a convertirse en un “… instrumento elegido, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, de los reyes y de los hijos de Israel” (Hch. 9:15).

Felipe hubiera podido caer en pesimismo y pensar que una enemistad de cientos de años con los samaritanos era irresoluble, y seguir de largo. Ananías hubiera podido ser bastante pesimista al pensar que Saulo de Tarso estaba engañando a todo el mundo y se hubiera negado a ser el primer cristiano que abrace a este sangriento perseguidor de los cristianos. Pero lo cierto es que el pesimismo no cabe cuando somos saturados del evangelio. Lucas nos demuestra que, bajo el poder del evangelio, pueblos desunidos por siglos son unidos en Cristo; hombres religiosos sin entendimiento, pueden entender el evangelio si se les predica las buenas nuevas; que aun el mayor enemigo de la fe, el hombre que podría situarse más lejos del Señor que cualquier otro, puede ser abrazado como un hermano porque el Señor Jesucristo, cuando llama, nadie se le resiste.

¿Pesimismo? ¡Jamás! El evangelio no nos permite esa actitud negativa en nuestro corazón.


Imagen: Lightstock.
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