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La historia: El presidente Biden ha «perdonado» millones de la deuda federal de préstamos estudiantiles. Veamos por qué esta acción es una forma de injusticia intergeneracional.

El contexto: La semana pasada, el presidente Biden anunció que el gobierno federal «perdonará» millones de préstamos estudiantiles. Los deudores que ganen menos de 125 000 dólares al año tendrán la posibilidad de que se les condonen hasta 10 000 dólares en préstamos estudiantiles federales, mientras que los beneficiarios de las becas Pell que ganen por debajo de ese mismo umbral podrán condonar hasta 20 000 dólares de deuda estudiantil. Los préstamos para estudios de posgrado también pueden ser objeto de esta medida, aunque no pueden optar a los 10 000 dólares adicionales que se ofrecen a los beneficiarios de las becas Pell. Los estudiantes actuales solo pueden optar a la ayuda si los ingresos de sus padres están por debajo del límite de calificación y si sus préstamos se originaron antes del 1 de julio.

El Washington Post señala que se trata de «la mayor descarga de deuda educativa jamás registrada». Un análisis hecho por el Modelo Presupuestario Penn Wharton de la Universidad de Pensilvania, una iniciativa no partidista y basada en la investigación, estima que el plan costará un mínimo de 500 000 millones de dólares y podría costar a los contribuyentes hasta un billón de dólares.

Qué significa: Para comprender plenamente por qué esta forma de «condonación» de la deuda es injusta, tenemos que entender qué hace que sean únicos los préstamos federales para estudiantes.

Un préstamo estudiantil es un tipo de instrumento de deuda que se utiliza para pagar un tipo estrecho de producto —un título de educación superior— que es intransferible, lo que significa que no se puede vender ni intercambiar. No puedes vender directamente tu licenciatura en estudios medievales a otra persona, ni tampoco puedes dársela a alguien más. Por lo tanto, el título solo tiene un valor monetario para su titular y principalmente en la medida en que aumenta los ingresos de la persona. Si se adquiere por razones no monetarias, como el crecimiento personal, entonces el título es simplemente un producto de lujo caro. Si realmente creyéramos que los títulos superiores son siempre valiosos para crear una ciudadanía educada, los financiaríamos públicamente como hacemos con el sistema K-12 (escuelas públicas). Para muchos estadounidenses, no está claro que la mayoría de los títulos proporcionen una educación sólida a su titular o un claro beneficio para la comunidad.

Dado que un título es un producto valioso solo para su titular, los préstamos para pagar un título normalmente requerirían algún tipo de garantía. Pero las personas que piden estos préstamos no suelen tener garantías suficientes. Si se supiera que los títulos son intrínsecamente valiosos, las universidades estarían dispuestas a respaldar esos préstamos con una parte garantizada de los ingresos del solicitante. Pero las universidades saben mejor que nadie que la mayoría de sus títulos no tienen casi ningún valor monetario (La excepción es la informática y casi cualquier título en el campo de la ingeniería).

¿Qué institución financiera prestaría dinero para un producto sin garantía que no puede ser revendido y que normalmente no tiene valor monetario? El gobierno de los Estados Unidos. En la actualidad, el gobierno federal emite más del noventa por ciento de todos los préstamos estudiantiles.

El gobierno estadounidense proporciona el dinero a los estudiantes, que luego pagan a las universidades. Pero el gobierno estadounidense no tiene dinero propio. Para adquirir los recursos, el gobierno federal debe vender bonos del Tesoro de EE.UU. o tipos de valores similares. Esto significa que hay dos prestatarios, no solo uno: (1) el estudiante que pidió el préstamo y (2) el gobierno de Estados Unidos.

Lo importante es que el gobierno siempre tiene que pagar esos bonos o emitir otros nuevos y pagar los intereses indefinidamente. Si el individuo que tiene el préstamo estudiantil realiza un pago de su deuda, entonces el dinero va al Tesoro de los Estados Unidos para que el gobierno pueda pagar la deuda en la que incurrió al otorgar el préstamo. Cuando el individuo no lo devuelve o el gobierno se lo «perdona», entonces el contribuyente estadounidense es responsable de la deuda y debe realizar los pagos de la misma. Desgraciadamente, la deuda no es pagada por el contribuyente actual. Como el gobierno está continuamente prestando más dinero para los préstamos estudiantiles, el capital nunca se paga. Solo pagamos los intereses de esa deuda y dejamos el capital para que lo paguen las generaciones futuras.

Esta es una explicación larga, pero es necesaria para corregir una percepción errónea común de que tales préstamos pueden ser «perdonados». En realidad, la deuda se transfiere a una tercera persona que se hace responsable del pago.

Un préstamo estudiantil federal es un acuerdo entre un prestamista (el gobierno de EE.UU.) y un solicitante de préstamo (la persona que busca el título). El proceso de «condonación» del préstamo estudiantil federal es la transferencia de la deuda a una tercera persona que no ha hecho el acuerdo. Se les obliga a aceptar la deuda sin recibir ningún tipo de beneficio del préstamo original.

En términos bíblicos, esto es lo que se considera una injusticia.

Si lo sustituyéramos por casi cualquier otra forma de bien económico, la injusticia sería evidente. Imaginemos, por ejemplo, que el gobierno federal diera un terreno de 10 000 dólares a una persona que gana casi tres veces la renta media de un hogar (actualmente 44 225 dólares) y luego enviara la hipoteca a una familia aleatoria de bajos ingresos. La mayoría de los estadounidenses se indignarían. El mismo sentimiento deberían compartir los cristianos que creen que las deudas no deberían transferirse a un tercero inocente sin una justificación abrumadora.

La Biblia es clara en cuanto a que quienes piden prestado deben pagar lo que deben. El apóstol Pablo dice: «Paguen a todos lo que deban: al que impuesto, impuesto» (Ro 13:7). Del mismo modo, el salmista advierte: «El impío pide prestado y no paga» (Sal 37:21). Proverbios nos dice: «No niegues el bien a quien se le debe, cuando esté en tu mano el hacerlo. No digas a tu prójimo: “Ve y vuelve, Y mañana te lo daré”, cuando lo tienes contigo» (3:27-28), implicando que aquellos que tienen la capacidad de pagar una deuda están obligados a hacerlo.

Si nosotros, como ciudadanos, debemos pagar los impuestos y las rentas que nos corresponden, ¿no deberían hacer lo mismo las autoridades civiles que se erigen como «ministros de Dios» (Ro 13:4)?

Como el gobierno federal ya está endeudado y no puede pagar lo que debe, la nueva deuda que se está creando con el programa de condonación de préstamos federales está dejando una obligación de deuda a personas que aún no han nacido. Eso hace que la deuda nacional sea una cuestión de justicia intergeneracional. La Enciclopedia de Filosofía de Stanford explica la frase: «Se puede decir que las generaciones actuales ejercen poder sobre las generaciones futuras cuando, por ejemplo, crean condiciones que hacen que sea costoso para las generaciones futuras decidir no continuar con los proyectos de las generaciones presentes». En este caso, el proyecto que las generaciones futuras deben continuar es el pago de los intereses de los préstamos y, como los préstamos ya están «perdonados», los futuros ciudadanos no tendrán la opción de dejar de pagarlos.

Como ha dicho John Coleman, «la deuda [del gobierno] puede verse a menudo, esencialmente, como un préstamo de las generaciones futuras a la generación actual». Estamos tomando dinero para pagar los títulos universitarios y enviando la factura a las generaciones futuras, todo ello sin darles voz ni voto en el asunto. Esto significa que estamos utilizando el poder del gobierno federal para subsidiar las universidades y hacer que lo paguen las generaciones futuras. El resultado es que esas generaciones tendrán menos recursos para sus necesidades, como cuidar de los pobres y los ancianos.

Los actuales poseedores de préstamos estudiantiles están legítimamente frustrados (y tendrán que discernir si aceptan la «condonación» que se les ofrece). Se les animó, a menudo a una edad temprana, a pedir dinero prestado con cargo a sus ingresos futuros para pagar un título que se les dijo que era necesario para su prosperidad. Hay que revisar todo el sistema para evitar que los estudiantes sigan cayendo en esta trampa de la deuda. Pero la solución no es dejar que los que tienen préstamos estudiantiles transfieran su deuda a otros.

Sería un lamentable acto de injusticia que la deuda de los préstamos estudiantiles se trasladara a los contribuyentes que viven hoy. Pero pasarlos a los que aún no han nacido es un acto escandaloso de injusticia intergeneracional. Aunque no podemos hacer mucho sobre la injusticia que nos impusieron las generaciones anteriores, deberíamos trabajar para romper el ciclo de ejercicio de un poder injusto sobre nuestros descendientes.

Anexo:

«¿Pero qué hay del jubileo?».

Cualquier debate entre los cristianos sobre la condonación de la deuda girará inevitablemente en torno al concepto del año del jubileo. Según Levítico 25:8-17, cada cincuenta años en Israel debía anunciarse como año de jubileo y toda la tierra debía volver automáticamente a su dueño original (Lv 25:10, 13). Los que se habían vendido como esclavos a sus hermanos a causa de su propiedad también recuperarían su libertad (Lv 25:10, 39).

No está claro por qué muchos creen que este pasaje se refiere a la «condonación de deudas». Los versículos 15-16 dejan claro que lo que se compra no es la tierra, sino el uso de la misma durante un número determinado de años:

Conforme al número de años después del jubileo, comprarás de tu prójimo, y él te venderá conforme al número de años de cosecha. Si son muchos los años, aumentarás su precio, y si son pocos los años, disminuirás su precio; porque es un número de cosechas lo que te está vendiendo.

El objetivo del jubileo no es el perdón de las deudas, sino que la tierra y las personas no puedan ser transferidas permanentemente a otro propietario. Como explica el estudioso del Antiguo Testamento Gordon Wenham:

Levítico 25 prohíbe que alguien se venda a sí mismo o a su tierra de manera permanente. En efecto, solo puede alquilar su tierra o su trabajo durante un máximo de cuarenta y nueve años. El alquiler se paga en una sola suma por adelantado, como si se tratara de una venta, pero en el año del jubileo la tierra vuelve a su propietario original y el esclavo queda libre.

(Para más información sobre los malentendidos sobre el año del jubileo, ver Five Myths about Jubilee [Cinco mitos sobre el Jubileo]).

Hay, por supuesto, otros pasajes en la Biblia sobre el perdón de las deudas (p. ej. Mt 18:23-35). Pero en cada caso, la persona dueña de la deuda perdona el préstamo; no se transfiere a una tercera persona no dispuesta, como en el caso de los préstamos estudiantiles.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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