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Esta es la segunda parte de una serie de cuatro artículos sobre un pensamiento teológico acerca de las tensiones raciales. Puedes leer el artículo introductorio aquí.


Al hablar de raza, la imagen de Dios parece ser un fundamento obvio y sobre el cual existe un acuerdo. Sin embargo, tiene más que enseñarnos y más formas de corregirnos de las que nos percatamos en un principio.

La doctrina misma es multifacética. Considerando su importancia como concepto teológico, resaltada tres veces en los primeros capítulos de Génesis (1:26-28; 5:1-2; 9:6-7), la imagen de Dios no siempre ha sido fácil de definir.

Los teólogos de más edad solían enfatizar los aspectos estructurales de la imagen de Dios. Vieron la capacidad del hombre para la inteligencia, la racionalidad, la moralidad, la belleza, y la adoración como aquello que nos distingue de los animales. Incluso en bebés no nacidos y en personas con discapacidades severas, todavía existe una capacidad humana única para estas cualidades, aunque esté restringida por limitaciones físicas o psicológicas.

Los teólogos más recientes se han centrado en los aspectos funcionales de la imagen de Dios. Es decir, relacionan la imagen de Dios más con nuestra ética que con nuestra esencia. De acuerdo con pasajes como Romanos 8:29 (“los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de Su Hijo”) y 1 Corintios 15:49 (“como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial”), la imagen de Dios no es solo algo que tenemos, es nuestra meta escatológica: lo que estamos llamados a hacer y ser (1 Jn. 3:2-3).

Ambos aspectos nos enseñan algo importante sobre la imagen de Dios, pero la Biblia nos permite decir mucho más sobre lo funcional (lo que hacemos) que lo estructural (lo que tenemos). Nota, entonces, tres dimensiones adicionales de cómo desplegamos la imagen de Dios.

Primero, los seres humanos son representantes de Dios. Así como un antiguo rey colocaba estatuas de sí mismo en todo su reino, marcando su propiedad y gobierno, nuestra presencia en el mundo como portadores de Su imagen marca la tierra como propiedad de Dios. Además, como representantes, estamos llamados a ser gobernantes y mayordomos. Somos separados de los animales en que se nos hace “señorear sobre las obras de [sus] manos” (Sal. 8:6; Gn. 1:28).

Segundo, los seres humanos fueron creados para estar en una relación con Dios. Único entre sus criaturas, Adán fue creado para un pacto (Os. 6:7). Como observa Michael Horton, la imagen de Dios no es tanto algo en nosotros, como es algo entre nosotros y Dios (p. 381). Ser portador de su imagen es ser el tipo de criatura que puede conocer, servir, y adorar conscientemente al Creador.

Tercero, los seres humanos fueron creados para reflejar la justicia de Dios. El Nuevo Testamento define la imagen de Dios como verdadero conocimiento, justicia, y santidad (Ef. 4:24; Confesión de Fe de Westminster 4.2). Aunque el pecado ha dañado la imagen divina en el hombre, todavía podemos ser renovados por Dios para ser semejantes a Cristo y así reflejar cada vez más su imagen (Col. 3:9-10).

No entenderemos lo que significa ser creado a imagen de Dios a menos que conozcamos a Cristo, quien es la imagen del Dios invisible

Este último punto necesita ser enfatizado. No entenderemos lo que significa ser creado a imagen de Dios a menos que conozcamos a Cristo, quien es la imagen del Dios invisible (Col. 1:15-20). El evangelio es el mensaje sobre la “gloria de Cristo, que es la imagen de Dios” (2 Co. 4:4-6), y por su Espíritu podemos transformarnos en la misma imagen de gloria en gloria (2 Co. 3:17-18). En otras palabras, la imagen de Dios ahora se trata, antes que nada, de Cristo.

La imagen de Dios y la raza

Esta es solo la más breve descripción de un extenso tema. Pero ya que se han establecido suficientes ideas generales, podemos pensar en las implicaciones del imago dei para la raza y el racismo. Aquí hay aplicaciones que vale la pena considerar:

Primero, y más notoriamente, la imagen de Dios habla del valor y la dignidad inherente de cada ser humano. No debemos pasar por alto este punto fundamental. Para empezar, aunque el mundo habla a menudo sobre el valor y la dignidad individual, no está claro en qué se basan las voces seculares para hacer tal afirmación. ¿Hay alguna razón ontológica y universal por la que todo ser humano deba ser tratado con respeto? ¿El valor de cada persona antecede y es independiente de nuestra determinación personal o legal? Estas son preguntas que la doctrina cristiana de la imagen de Dios puede responder. Los supuestos seculares no descansan sobre el mismo cimiento seguro. 

Además, la triste realidad es que a veces los cristianos han negado o pasado por alto la imagen de Dios en aquellos que consideran inferiores. Esto se materializa en algunas ocasiones al simplemente sugerir que el “otro” es menos que humano. También puede ser visto al ubicar la imagen de Dios estructuralmente en atributos intelectuales, por ejemplo, de modo que si crees que el “otro” es por naturaleza intelectualmente inferior, entonces también tiene menos de la imagen de Dios. En muchas ocasiones, sin embargo, el imago dei en el “otro” se afirma en un nivel dogmático básico sin haber realmente penetrado el corazón.

En las generalidades teológicas mencionadas arriba, vimos que la imagen de Dios puede ser algo en la cual podemos crecer, pero en otro nivel es algo inherentemente cierto para cada ser humano: blanco y negro, joven y viejo, dentro y fuera del útero. Piensa en Génesis 9:6, donde la pena capital es introducida sobre la base de la condición irreducible del hombre como portador de la imagen de Dios. Santiago 3:9 es otro texto clave: “con [la lengua] bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a la imagen de Dios”. Aquí la imagen no admite grados. Al contrario, se nos da un comando universal que depende de la universalidad de la imagen y semejanza de Dios en el hombre.

Haríamos bien en examinar nuestros corazones y ver si hay alguna parte de nosotros, cuando nos encontramos con alguien de una raza o etnia diferente, que se pregunta si en realidad no estamos hechos de algo más refinado, más noble, y más divino

Mientras reflexiono sobre varios puntos raciales críticos en los últimos años, me temo que he sido demasiado rápido en pensar: “Sí, por supuesto, imagen de Dios. Todo cristiano ya lo sabe y cree eso”. Pero los cristianos blancos no siempre han creído eso, o al menos no siempre han actuado como si realmente lo creyeran. La esclavitud en Estados Unidos se originó en la codicia más que en el racismo. Mientras sobrevivió, esta institución sacó el racismo del corazón humano. Se podría argumentar, trágicamente, que fue precisamente porque Estados Unidos era tan cristiano que el racismo se volvió tan virulento. La mayoría de los estadounidenses sabían lo que la Biblia requería de ellos al amar a su prójimo como a sí mismos y al respetar la imagen de Dios en otros seres humanos. Pero en vez de dejar que su teología corrigiera su práctica, desarrollaron formas perversas para concluir que los negros, de hecho, no eran sus vecinos, no eran portadores de la imagen de Dios, y no eran completamente humanos. Para muchos cristianos blancos, la forma de buscar coherencia entre su cristianismo y la esclavitud era convencerse de que el esclavo no era el mismo tipo de ser humano que veían en sí mismos. Aún hoy, haríamos bien en examinar nuestros corazones y ver si hay alguna parte de nosotros, cuando nos encontramos con alguien de una raza o etnia diferente, que se pregunta si en realidad no estamos hechos de algo más refinado, más noble, y más divino.

Segundo, si la imagen de Dios nos recuerda quiénes somos, también nos dirige a lo que deberíamos ser. Como portadores de la imagen de Dios, fuimos creados para conocerle y conformarnos a la imagen de su Hijo. Esto nos da valor, pero también nos da una vocación. Como lo expresa John Kilner: la imagen de Dios es tanto nuestra dignidad como nuestro destino.

Si nos centramos solo en nuestro valor como portadores de su imagen, la doctrina cristiana puede terminar sonando igual que cualquier mantra de autoestima mundano. Por supuesto, el cristiano tiene razones metafísicas más consistentes para concluir lo mismo, pero por sí mismas “Las vidas negras importan” o “Todas las vidas importan” recogen solo un aspecto del imago dei. La imagen de Dios no es solo lo que poseemos, es lo que se ha dañado y lo que debe renovarse. La imagen de Dios nos da dignidad, y nos da dirección. Nos dice que somos importantes y para qué fuimos creados.

La imagen de Dios habla del valor de todas las personas, y llama a cada persona de cada tribu, lengua, y pueblo a adorar a Aquel en cuya imagen debemos ser transformados

Qué maravilloso sería ver a nuestra cultura recuperar la imagen de Dios tanto como un antídoto contra el racismo hacia nuestros semejantes, así como un antídoto contra la rebelión hacia Dios. No ayudamos a las personas a comprender la imagen correctamente a menos que les señalemos la justicia, santidad, y el verdadero conocimiento de Dios. La imagen de Dios habla del valor de todas las personas, y llama a cada persona de cada tribu, lengua, y pueblo a adorar a Aquel en cuya imagen debemos ser transformados.

Tercero, haríamos bien en comenzar con lo que tenemos en común y no con lo que nos separa. A pesar de todo lo que se habla de la misma imagen de Dios en cada persona, rápidamente nos acostumbramos a hablar y actuar como si hubieran diferentes especies de seres humanos separados por un vasto abismo epistemológico y ontológico. No estoy hablando de un daltonismo mítico, como si pudiéramos trascender colectivamente todas las categorías de raza y todas las permutaciones de racismo. Si bien la raza puede que no exista como una categoría biológica esencial, es un hecho observable de la existencia humana que el color de la piel no es el mismo. No estoy evitando cada uso de la palabra “raza”. Lo que estoy sugiriendo es que los cristianos rechacen cualquier ideología que sugiera que la raza es la primera, y quizás la principal, determinación de lo que significa ser humano.

Toma un grupo de negros, blancos, asiáticos, hispanos, y cualquier otra expresión de diversidad racial o étnica. ¿Qué podemos decir de todos en la sala? Todos fueron creados a imagen de Dios, todos heredaron la culpa original y la corrupción original de Adán, y todos necesitan la justicia imputada de Cristo. Debemos recordar que antes de que exista la experiencia única de ser blanco o negro, existe una naturaleza humana compartida. No se equivoquen, durante gran parte de la historia de Estados Unidos, los blancos ejercieron un poder opresivo sobre los negros. Eso genera diferentes experiencias, diferentes heridas, y diferentes miedos. Sin embargo, esas diferencias no son intrínsecas al blanco y al negro. En otros lugares y en otros tiempos, las diferencias se han desarrollado entre blanco y blanco, o negro y negro, o árabe y judío, o chino y japonés, o romanos libres y romanos esclavizados.

Cuando conoces a alguien de una raza diferente, debes ver en ese hombre o mujer alguien como tú, en vez de alguien diferente a ti: alguien que, en el fondo, tiene el mismo tipo de miedos, pecados, necesidades, y aspiraciones

No hay una naturaleza blanca, negra, asiática, o hispana. Hay una naturaleza humana. Cualquier noción contraria solo refuerza el tipo de ideas racializadas que estamos tratando de superar. Cuando comenzamos con blanco o negro en lugar de la imagen de Dios, nos excluimos el uno al otro de nuestra humanidad compartida, conduciéndonos como si apenas pudiéramos hablarnos el uno al otro, aprender unos de otros, o amarnos en la división racial. Cuando conoces a alguien de una raza diferente, debes ver en ese hombre o mujer alguien como tú, en vez de alguien diferente a ti: alguien que, en el fondo, tiene el mismo tipo de miedos, pecados, necesidades, y aspiraciones. Deberíamos pensar: “Este es mi vecino con un alma inmortal. Y aunque puede tener experiencias, para bien o para mal, que yo no he tenido, estoy en frente de alguien que ha sido creado a imagen de Dios igual que yo”.

Cuarto, como portadores de la imagen de Dios, somos agentes morales libres, responsables ante Dios de nuestras decisiones. Por “libre” no me refiero a negar que la voluntad no regenerada está esclavizada al pecado. Estoy hablando de la libertad que tenemos como seres humanos para hacer lo que nuestra voluntad desee. Como he dicho antes, si el intelecto tiene el poder de decisión (libertad de la necesidad física) y la voluntad puede ejercerse sin compulsión externa (libertad de la necesidad de coacción), entonces nuestros pecados pueden ser llamados voluntarios y podemos ser responsabilizados por ellos.

Esto significa que si bien queremos tratar de entender por qué las personas toman decisiones pecaminosas (ver más abajo), en última instancia, no queremos excusar esas decisiones. Esto es cierto si ese ambiente es el sur de los Estados Unidos en los 1800, una universidad prestigiosa, una comunidad rural, o un gueto urbano. No importan las normas culturales o las expectativas sociales, el alborotador sin ley no está excusado en su pecado, ni el racista de nuestra era está justificado en su pecado. Siempre somos moldeados por nuestra historia y nuestro entorno, pero nunca somos un mero producto de estos. Sugerir lo contrario es negar quiénes somos como seres morales hechos a imagen de Dios.

Quinto, debemos tratar de entender a nuestros compañeros portadores de la imagen de Dios como personas íntegras, no como versiones truncadas de las peores partes de su vida y carácter. Este compromiso es un complemento necesario del punto anterior. Piensa en la respuesta que el policía da, al matar a un hombre negro con antecedentes penales. Algunas voces recuerdan rápidamente (y repiten) la hoja de antecedentes penales del hombre. El hombre muerto se reduce a una lista de errores que cometió o al número de citas y arrestos que recibió. Por supuesto, debemos entender el contexto inmediato en el que ocurrió el tiroteo, especialmente si se estaba produciendo una actividad criminal violenta en ese momento. Pero dicha actividad ha estado ausente en muchos de los tiroteos más conocidos de los últimos años. Recitar el récord de la víctima, entonces, tiene el efecto de comunicar, si no un “era de esperarse”, entonces al menos un “de todos modos no era un buen tipo”. El hombre se presenta, implícitamente y a menudo explícitamente, como nada más que un rufián.

Como cristianos, sabemos que nuestro prójimo merece ser tratado con respeto, no solo porque porta la imagen de Dios, sino porque estamos llamados a tratarlo como queremos ser tratados

Como cristianos, sabemos que nuestro prójimo merece ser tratado con respeto, no solo porque porta la imagen de Dios, sino porque estamos llamados a tratarlo como queremos ser tratados. Este principio se aplica tanto a los muertos como a los vivos. Las personas del pasado son, en muchos sentidos, las personas más extranjeras que “conoceremos”. Podemos participar más de las suposiciones y experiencias compartidas con alguien que vive en el otro lado del mundo que con alguien que vivió en nuestro propio país hace doscientos años. Además, cuando tratamos con los muertos, tratamos con personas que no pueden responder a nuestras acusaciones, no pueden cambiar nada de lo que han hecho o dicho, y no pueden demostrarnos ningún otro crecimiento o cambio. Eso pone el objeto de nuestro estudio en una posición precaria y exige al historiador honestidad y caridad.

¿Significa esto que tenemos que abstenernos de contar la historia con todos sus defectos? Por supuesto que no. Pero debemos evitar contar una historia que sea “defectos y nada más”. Las complejidades del pasado son reducidas rápidamente a puntos de conversación simplistas para el presente. Aún cuando las personas del pasado merecen una censura severa, es demasiado fácil para nosotros condenarlas totalmente con las mismas tendencias reduccionistas que despreciamos cuando son usadas para juzgarnos o juzgar a las personas que queremos defender.

No estoy llamando al relativismo moral, sino al razonamiento moral. Hay una diferencia entre el hombre imperfecto que logró grandes cosas y defendió una causa heroica y el hombre imperfecto que logró cosas dudosas y defendió una causa pecaminosa. Pasado, presente, o futuro, nadie quiere ser definido únicamente por sus fallas. Tratar con nuestro prójimo portador de la imagen de Dios como una persona completa, con honestidad, compasión, y caridad, no eliminará las tensiones raciales, pero podríamos ser capaces de enmendar parte de la división que nos separa.

Sexto, debemos demorar en atribuir a los individuos portadores de la imagen de Dios características desfavorables asociadas con una identidad de grupo más amplia; especialmente cuando esa identidad de grupo más amplia no fue elegida libremente o el grupo más amplio denuncia esas características desfavorables. Este último punto requiere la mayor cantidad de matices, pero también puede ser el más importante. Regresa al pasaje donde Santiago instruye al creyente a domesticar la lengua porque no debemos maldecir “a los hombres, que han sido hechos a la imagen de Dios” (Stg. 3:9). La advertencia contra la maldición no es idéntica a “atribuir características desfavorables”. Entiendo que Santiago está haciendo una aseveración más seria, pero la lógica subyacente es instructiva. Según Santiago, la persona la cual estás a punto de maldecir se encuentra ante ti irreductiblemente como alguien hecho a semejanza de Dios. Cualquier otra cosa que pienses sobre él o quieras decir sobre él, sin importar los pecados que haya cometido, primero debes considerarlo como un individuo que es hecho a la imagen del Creador antes de cualquier otra cosa.

Habrá pocas esperanzas de sanar nuestra tierra hasta que nos neguemos a derribar a la gente y a callarles la boca en base a los peores ejemplos de su identidad grupal más amplia. Y antes de que tu pienses (o yo) que este es el problema de otra persona, considera:

  • Cuando sucedió el 11 de septiembre, ¿pensaste “así son los musulmanes”, o te preocupó que los musulmanes fueran señalados injustamente por las acciones de unos pocos extremistas islámicos?
  • Cuando alguien señala que el COVID-19 se originó en China y que los funcionarios chinos mintieron sobre lo que estaba sucediendo, ¿te aseguras de que los asiáticos en general no sean maltratados?
  • Cuando los cristianos son burlados en la prensa convencional, ¿crees que fue el resultado de un mal periodista o es algo sintomático de una profesión que desprecia a los conservadores religiosos?
  • Si realmente se colocó una cuerda en forma de nudo de horca en el garaje de Bubba Wallace, y el perpetrador era blanco, ¿verías esto como una ilustración de la supremacía blanca sistémica o la acción de un solo racista?
  • Cuando un oficial de policía blanco dispara a un hombre negro desarmado, ¿es probable que llegues a la conclusión de que el oficial era una manzana podrida o que este es solo un ejemplo más de parcialidad policial contra los negros?

Podría seguir elaborando escenarios que involucren a casi cualquier grupo racial, religioso, o étnico (y también a algunas profesiones). El hecho es que todos escuchamos noticias de ciertos tipos malos y rápidamente pensamos: “sí, así son esas personas”, mientras escuchamos noticias de otros tipos malos y queremos decir: “esperen un minuto; la mayoría de esas personas no son así”. Nos vendría bien una dosis saludable de individualismo, no del tipo “llanero solitario”, sino del tipo que permite a una persona portadora de la imagen de Dios presentarse ante nosotros como individuo antes de ser definido o considerado representante de algún grupo más amplio. Sé que el individualismo puede ser problemático (¿no son la mayoría de los ismos?), y tal vez “agencia individual” sea una mejor expresión, pero no olvidemos que fue el cristianismo quien enseñó a Occidente a valorar al individuo. Después de todo, Dios no creó primero una comunidad; hizo un hombre, y estaremos ante él como un hombre o mujer individual (Heb. 9:27). Interpretada correctamente, existe una justificación bíblica para tratar a las personas como individuos.

Sé que es más fácil decirlo que hacerlo. Como práctica absoluta, es imposible. No podemos evitar generalizar en función de algunos factores externos y sacar conclusiones más amplias de la evidencia anecdótica. La ropa que uso, la forma en que hablo, el trabajo que tengo, el lugar de donde soy, el color de mi piel, todos dan información significativa sobre mí. El objetivo no es fingir que no hacemos generalizaciones y extrapolaciones. El objetivo es hacer nuestro mejor esfuerzo para no asumir lo peor y dejar que las personas que pertenecen a grupos más amplios, y eso somos todos, nos sorprendan con su individualidad. Incluso si no podemos evitar las primeras poderosas impresiones, podemos realizar estas evaluaciones provisionalmente, con la mano y el corazón abiertos.

Además, decir que deberíamos ser lentos para atribuir características desfavorables a las personas en función de la afiliación grupal no es decir que debemos ser lentos para enfrentar malas ideas, malas políticas, y malos antecedentes que puedan existir en esos grupos. Podemos hacer preguntas sobre la naturaleza de la vigilancia, o la naturaleza del Islam, o la naturaleza del cristianismo evangélico sin imputar los peores ejemplos a cada oficial de la policía, musulmán, o cristiano.

Un pensamiento final

Hace varias semanas, una fiesta del día de la emancipación en el norte de Charlotte estalló en violencia. Se dispararon cientos de tiros, con más de una docena de personas muertas o heridas. El concejal de la ciudad de Charlotte, Malcom Graham, que sirve al distrito donde ocurrió el tiroteo, expresó su tristeza por la violencia renovada en un área que ha estado haciendo esfuerzos para mejorar. “Esto no nos define, pero ciertamente es algo muy trágico”, dijo Graham. “Lo que sucedió anoche en la ciudad y en esa esquina, que tiene antecedentes de autosuficiencia, de buen trabajo realizado por líderes y organizaciones del vecindario. Anoche ciertamente no definirá quiénes somos, pero ciertamente es motivo de preocupación sobre cómo nos comportamos”.

Estoy de acuerdo con el concejal Graham. Las acciones de unos pocos no deberían definir el carácter de muchos. Y lo que vale para el norte de Charlotte, vale para todo el país. En el corazón de nuestra tensión racial actual hay un sentimiento compartido por casi todos: ¿Por qué me juzgan en base a los peores ejemplos de mi color de piel, mi origen étnico, o mi profesión?

Hay 330 millones de personas en Estados Unidos. Si se conocieran todos nuestros pensamientos, palabras, y acciones, podría defender el caso de una América terriblemente distópica. Si buscamos lo suficiente, encontraremos justificación para nuestros peores temores. Siempre tendremos ejemplos de nuestra tribu siendo víctima de la otra tribu. Siempre tendremos ejemplos de que nuestro lado se comporta noblemente y el otro lado se comporta cobardemente. Nos asegura a todos que nuestra narrativa preferida es completamente infalsificable.

Algunos de los portadores de la imagen de Dios cometen actos de maldad atroz. Deben ser disuadidos, denunciados, y castigados. Algunas instituciones y leyes en el mundo de Dios son injustas. Deben ser cambiadas y sus efectos mejorados. Al mismo tiempo, amar con seguridad a nuestros vecinos implica dar el beneficio de la duda a los demás siempre que sea posible: no asumir lo peor del individuo y no asumir que el peor individuo es representativo de todo el grupo. Si vamos a quemar el país, figurativa y literalmente, cada vez que vemos a los malos haciendo cosas malas, le damos poder a las peores personas para que establezcan nuestra agenda en lugar de las mejores personas. Deberíamos rechazar cualquier narrativa que nos diga que “esas otras personas”: negros, blancos, hispanos, asiáticos, policías, manifestantes, musulmanes, cristianos, judíos, ateos, ricos, pobres, republicanos, demócratas, conservadores, liberales, son tan malos como las peores personas de su clase. No debemos maldecir a las personas hechas a semejanza de Dios. Más aún, deberíamos tener una buena razón antes de castigarlos también.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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