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Esta es la tercera parte de una serie de cuatro artículos sobre un pensamiento teológico acerca de las tensiones raciales. Publiqué un artículo introductorio hace dos semanas. La semana pasada escribí sobre la imagen de Dios

Este artículo ha sido difícil de escribir. De todos los temas de esta breve serie, este es el que literalmente me ha mantenido despierto en la noche. Cada vez que pensaba que ya sabía qué decir, diez ideas más bombardearon mi cerebro. Cada vez que pensaba que sabía cómo decir lo que quería decir, una docena de advertencias relegaban mi pensamiento anterior. Parte de lo que hace que esta publicación en particular sea tan desafiante es que los temas aquí son tan personales y tan prevalentes. En el centro de cada discusión sobre el racismo está la realidad del pecado y la culpa. Aún entre las personas seculares, aunque no usen las palabras “pecado” y “culpa”, la energía moral detrás de las protestas contra el racismo y la insistencia en los programas de diversidad corporativa asume que el racismo es éticamente repugnante y que aquellos que son culpables de racismo merecen corrección y censura, si no una rápida retribución.

Este tema es un asunto urgente dentro de la iglesia, no solo porque todavía existe racismo manifiesto entre los cristianos, sino porque existe confusión acerca de: (1) lo que constituye el racismo, (2) si la mayoría (o la totalidad) de los blancos son culpables de racismo, y (3) cuán seguros podemos estar de que las personas puedan estar libres de racismo. Si bien casi todos los cristianos afirmarían que el racismo es un pecado, esa convicción por sí sola no ha aclarado otros aspectos importantes de nuestra fe y práctica.

Con eso en mente, aquí hay cinco declaraciones (más un pensamiento final) para ayudarnos a pensar personal, corporativa, y existencialmente sobre el pecado y la culpa.

1. El racismo es un pecado

La Biblia nunca habla del racismo per se. Eso no significa que estamos mal al hablar del racismo (nuestras Biblias tampoco contienen las palabras “Trinidad” o “misiones”). Pero sí significa que haríamos bien en comenzar con los pecados bíblicos explícitos y ver cómo se relacionan con la categoría moderna de racismo en lugar de tomar la posición opuesta.

Hay más de 20 listas de vicios en el Nuevo Testamento (Mt. 15:19; Mc. 7: 21-22; Ro. 1:29-31; 13:13; 1 Co. 5:10-11; 6:9-10; 2 Co. 6:9-10; 12:20-21; Gá. 5:19-21; Ef. 4:31; 5:3-5; Co. 3:5, 8; 1 Ti. 1:9-10; 2 Ti. 3:2-5; Tit. 3:3; Stg. 3:15; 1 P. 2:1; 4:3, 15; Ap. 9:21; 21:8; 22:15), las cuales, cuando son consideradas juntas, mencionan docenas de pecados diferentes. Aquí, por ejemplo, está Gálatas 5:19–21, una de las listas más conocidas y completas:

“Ahora bien, las obras de la carne son evidentes, las cuales son: inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, herejías, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes, contra las cuales les advierto, como ya se lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”.

Obviamente, el racismo no está en esta lista de pecados ni en ninguna de las otras listas de vicios. Pero, como es obvio, podemos ver cómo el racismo podría mapearse en estas obras de la carne. Mira los pecados sociales a la mitad de la lista. ¿No podríamos decir que el racismo es enemistad (basado en la raza), pleitos (basado en la raza), enojos (basado en la raza), rivalidades (basado en la raza), disensiones (basado en la raza), y divisiones (basado en la raza)? Odiar a los demás está mal, y la raza (grupos de personas que comparten características físicas como el color de la piel) puede ser una razón por la que las personas odian. El orgullo y la ambición egoísta están mal, y la raza puede ser motivo de orgullo y ambición egoísta. La parcialidad y mostrar favoritismo basado en apariencias externas están mal (Stg. 2:1), y la raza ha sido una razón del pecado de parcialidad. En otras palabras, si bien el racismo no está implícito en estos pecados, puede verse como una subespecie de ellos. El racismo es un pecado no solo por lo que le hace a los demás, sino porque es una ofensa a Dios y una transgresión de la ley de Dios (1 Jn. 3:4; cf. Confesión de Fe de Westminster 14).

El racismo se ha convertido en una palabra difícil de definir. Y, sin embargo, las categorías bíblicas de enemistad, orgullo, y parcialidad aún funcionan con una definición de sentido común. Si buscas “racismo” en Google, la primera definición proviene de Dictionary.com y dice: “prejuicio, discriminación, o antagonismo dirigido a una persona o personas sobre la base de su pertenencia a un grupo racial o étnico particular, típicamente uno que es una minoría o marginado”. Creo que así es como la mayoría de la gente usa la palabra. El racismo es otra forma de no amar a tu prójimo como a ti mismo, una forma particularmente atroz porque niega que la otra persona es un vecino completamente humano, en primer lugar.

2. El racismo es el resultado del pecado original, pero no es el pecado original

Como evento histórico, el pecado original puede referirse a la primera transgresión de Adán en el jardín. Teológicamente, sin embargo, el pecado original se refiere a la culpa y la corrupción que todo ser humano ha heredado de Adán. Del pecado original brotan los pecados actuales, no “actuales” en el sentido de real o “actual” en lugar de “internos”, sino “actuales” porque proceden de un acto del alma. Todo pecado, tanto original como actual, trae culpa sobre el pecador (Confesión de Fe de Westminster 6.6). El racismo, entonces, es una manifestación de nuestra corrupción original “por la cual estamos completamente impedidos, incapaces y opuestos a todo bien, y enteramente inclinados a todo mal, proceden todas nuestras transgresiones actuales” (Confesión de Fe de Westminster 6.4).

A menudo se dice que el racismo (o esclavitud) es el “pecado original” de países como Estados Unidos, lo que significa que el racismo ha infectado a la sociedad desde su inicio, produciendo siglos de dolor y sufrimiento, cuyo legado aún no han superado. Si bien podemos afirmar el “pecado original” en este contexto como un eufemismo histórico, debemos ser cuidadosos para que no interpretemos el racismo como si fuera literalmente un pecado original. En la doctrina cristiana, el pecado original nos es imputado en virtud de nuestra unión con Adán, nuestro jefe federal. No está claro el mecanismo por el cual los pecados de los antepasados ​​blancos se imputan automáticamente a los blancos de hoy, especialmente cuando hoy los “blancos” pueden incluir hispanos, judíos, irlandeses, europeos del sur, europeos del este, inmigrantes recientes, y otros grupos que no son parte del linaje directo de racistas blancos del pasado y que a menudo fueron discriminados por esos mismos blancos.

Piensa en la forma en que el racismo funciona como el pecado original en algunas ideologías seculares: toda persona blanca hereda la culpa y la corrupción original del racismo, todo lo que hacen los blancos está contaminado por el racismo, y cada persona blanca debe ser despertada a la realidad del racismo en su vida. Esto es antirracismo como religión. Además, la vida del antirracismo requiere de un constante arrepentimiento y discipulado, y exige un celo para convertir a aquellos cuyos ojos han sido abiertos y para condenar a aquellos que “no lo entienden”.

Claro, el problema no es llamar a las personas a arrepentirse del racismo y a considerar cómo puede infiltrarse en varios aspectos de sus vidas. ¡Deberíamos hacer eso! El problema radica en repetir la historia cristiana como lo hacen muchas voces seculares que a menudo toman prestado involuntariamente el propósito religioso y el fervor del cristianismo, mientras predican una nueva doctrina del pecado original que se aplica solo a algunos y de una manera que no presenta la oferta gratuita del evangelio a cualquiera.

3. El racismo es un pecado insidioso, pero no un pecado imperdonable

Piensa nuevamente en el pasaje de Gálatas 5. Por un lado, hay una guerra dentro de cada cristiano entre los deseos de la carne y los deseos del Espíritu. Hay cosas que queremos hacer en la carne que el Espíritu nos impedirá hacer (v. 17). Por otro lado, Pablo espera que el cristiano esté libre de las obras de la carne como una forma habitual de vida. Si hacemos tales cosas, más precisamente si hacemos una práctica de tales cosas, no heredaremos el reino de Dios (v. 21).

Entonces, como deseo de la carne, cualquier enemistad basada en la raza, u orgullo basado en la raza, es algo contra lo que los cristianos deben luchar y confesar regularmente. Pero como obra de la carne, el racismo no nos definirá, como ningún otro pecado debería definir a un cristiano. Pablo entendió que los cristianos podrían luchar contra los deseos carnales por el pecado sexual (v. 17), pero no esperaba que dijeran con falsa humildad: “Sí, somos cristianos de orgía y lo seremos el resto de nuestras vidas”.

Una vez que recordamos que el racismo es un pecado en la historia cristiana, y no por sí mismo la historia cristiana, los elementos del racismo pueden ser desmitificados. Como cualquier pecado, el racismo, como parte de la corrupción permanente de nuestra naturaleza, puede permanecer en aquellos que están regenerados (Confesión de Fe de Westminster 6.5). Y como cualquier pecado, el racismo puede ser perdonado, mortificado, y santificado en Cristo.

Para el cristiano, el pecado sigue estando presente pero menos poderoso. No deberíamos sorprendernos, por lo tanto, si encontramos que el racismo todavía está arraigado en nuestros corazones, ni deberíamos considerar imposible que el racismo pueda erradicarse de nuestros corazones. Los cristianos que descartan rápidamente cualquier consideración de que puedan tener tendencias racistas pueden necesitar que se les recuerde sobre el continuo atractivo y el engaño del pecado. Por otro lado, los cristianos que descartan rápidamente cualquier consideración de que ellos, u otros, nunca pueden dejar de ser racistas, pueden necesitar que se les recuerde el poder perdonador y transformador del evangelio. Como cristianos nacidos de nuevo, podemos ser obedientes a Dios y hacer lo que es verdaderamente bueno, incluso si no es perfectamente bueno (Confesión de Fe de Westminster 16.2, 6).

4. El racismo es un pecado serio, pero no es la única forma de pecar

La iglesia debe aclarar a sus miembros, a menudo obsesionados con justificarse antes de compadecerse de los demás, que el racismo es un pecado serio. La iglesia también debe dejar claro al mundo, a menudo obsesionado con un puñado de transgresiones preferidas, que hay muchas maneras de pecar, y todas ellas merecen la justa ira de Dios. Si el racismo es una forma de violar el sexto mandamiento, hay docenas de formas en que podemos romper ese mandamiento, y otros nueve mandamientos más. Reducir el cristianismo al antirracismo no es mejor que reducir el cristianismo a ser anti-fornicación o antiaborto. A decir verdad, la mayoría de nosotros nos enfocamos en los pecados que aquellos en nuestro círculo social ya saben que son pecados. Ser “profético” usualmente significa denunciar los pecados que no vemos en nosotros mismos, pero sí vemos en los demás. Es una manera fácil de verse bien, sentirse bien, y convencernos de que somos buenos.

Este punto sobre “no es la única forma de pecar” va en ambas direcciones. El pecado es más variado de lo que pensamos, y la ley del amor abarca más de lo que imaginamos. Podríamos encontrar más puntos en común sobre el tema del racismo si ampliamos nuestras categorías morales solo un poco. El mundo conoce solo unos pocos pecados, y el racismo es uno de ellos. Por lo tanto, no es sorprendente que cientos de errores diferentes, algunos de ellos pecados de comisión, otros pecados de omisión, y algunos que no son pecados en lo absoluto, sean etiquetados en esta categoría llamada racismo. Como resultado, el mundo quiere decir que no hay nada peor que el racismo y, al mismo tiempo, la mayoría de las personas deberían confesar ser racistas. Es una receta para la confusión, la justicia propia, y el desacuerdo constante.

Afortunadamente, la iglesia puede ser más matizada. ¿Qué pasaría si, en lugar de perpetuar la lógica binaria que hace que cada discusión moral sea una cuestión racista o no racista, hablamos sobre todas las formas en que estamos llamados a amarnos y todas las formas en que podemos fallar en ese llamado? Esto no significa que no usemos la palabra racista o que no tratemos el pecado con seriedad. Significa que nos concentramos menos en esa etiqueta y nos enfocamos más en las docenas de formas relacionadas en que deberíamos vivir como cristianos.

Toma el Catecismo de Heidelberg por ejemplo. Me dice que: “ni por mis pensamientos, palabras, actitud y aún menos por mis actos, por mí mismo o por medio de otro, llegue a injuriar, odiar, ofender o matar a mi prójimo”. También dice: “No debo ser parte de esto en otros” y que “renuncie a todo deseo de venganza” (HC 105). Además, no es suficiente que me abstenga de odiar o matar a mi vecino. No, positivamente, “Dios… quiere que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, usando para con él toda benignidad, mansedumbre, paciencia y misericordia, impidiendo, hasta donde nos sea posible, el mal que le podría sobrevenir, haciendo bien incluso a nuestros enemigos” (HC 107). En todas las cosas, debería hacer “todo lo que sea útil a mi prójimo” y “hacer con él lo que yo quisiera que él hiciese conmigo” (HC 111).

El Catecismo de Heidelberg resume cómo todos debemos tratar a todos los demás, y es más complicado que ser racista o no racista. Cuando nuestro razonamiento moral se reduce a esta lógica binaria, a menudo somos demasiado duros y demasiado blandos al mismo tiempo. Demasiado duros al etiquetar a aquellos con la letra escarlata “R” por cosas que no llegan al racismo, y demasiado blandos al no exhortarnos mutuamente a todas las obligaciones que la ley exige del pueblo de Dios. El Catecismo Mayor de Westminster, por ejemplo, enumera más de 30 deberes requeridos en el sexto mandamiento: obligaciones como pensamientos caritativos, comportamiento cortés, disposición a reconciliarse, perdón de injurias, consuelo a los angustiados, y protección de los inocentes, y más de veinte pecados prohibidos en el sexto mandamiento. No tenemos que conformarnos con la lista de palabras y pensamientos prohibidos de nuestra cultura, cuando tenemos a nuestra disposición el vocabulario moral y la imaginación moral de la iglesia que es mucho más rica.

5. En Estados Unidos, el racismo ha sido un gran pecado de los blancos, pero eso no hace que todos los blancos sean hoy culpables de esos pecados históricos

Si bien la enemistad, el orgullo, y la parcialidad son pecados que todos cometen, debemos reconocer que la expresión racista de estos pecados ha sido el pecado más notorio y destructivo de los blancos en este país. Además, tenemos razones para creer que estos pecados han sido especialmente atroces a los ojos de Dios. Contrario a las nociones evangélicas populares de equivalencia moral, algunos pecados son peores que otros. El Catecismo Mayor de Westminster explica que los pecados se hacen más graves debido a: (1) las personas que ofenden, (2) las personas ofendidas, (3) la naturaleza y calidad de la ofensa, y (4) las circunstancias de tiempo y lugar (151). En todos los sentidos, el racismo en la historia de Estados Unidos ha sido un pecado particularmente grave: a menudo proviene de personas de “mayor experiencia o gracia” y de aquellos “cuyo ejemplo es probable que otros sigan”. A menudo ha sido contra otros santos, contra “el bien común de todos”, y a menudo ha implicado pecar “en el día del Señor”.

Podríamos seguir usando el lenguaje contundente del Catecismo. La larga historia de la esclavitud y Jim Crow fueron pecados “contra la letra expresa de la ley”, “no solo concebidos en los corazones, sino también en palabras y acciones”. Los pecados se cometieron contra la “luz de la naturaleza” y la “convicción de conciencia”. Se hicieron de manera “deliberada, voluntaria, presuntuosa, imprudente, jactanciosa, maliciosa, frecuente, obstinada”, y “con deleite”. El racismo es muy importante en nuestra conciencia nacional porque no ha habido pecado en nuestra historia que haya sido perpetuado por tantas personas durante tantos años con tanta fuerza destructiva.

Entonces, ¿qué significa eso para los blancos de hoy que denuncian todos los pecados mencionados anteriormente? ¿Un color de piel compartido hace que uno sea culpable de las ofensas de personas en el pasado?

Como he dicho antes, creo que la Biblia tiene una categoría para la responsabilidad corporativa, pero existen límites importantes para el uso de esta categoría.

En lo que respecta a esto, el libro de los Hechos es un caso de estudio esclarecedor. Por un lado, Dios puede responsabilizar a las personas por los pecados que no hayan cometido directamente. En Hechos 2, Pedro acusa a los “hombres de Judea y a todos los que viven en Jerusalén” (v. 14) de crucificar a Jesús (v. 23, 36). Claro, hicieron esto por manos de hombres sin ley (v. 23). Pero, como judíos presentes en Jerusalén durante la semana de la crucifixión, tenían cierta responsabilidad por la muerte de Jesús. Del mismo modo, Pedro acusó a los hombres de Israel reunidos en el pórtico de Salomón de entregar a Jesús y negarlo en presencia de Pilato (Hch. 3:11-16). Si bien no sabemos si cada persona en la multitud de Hechos 3 había elegido a Barrabás sobre Cristo, Pedro ciertamente se sintió cómodo al poner la crucifixión a sus pies. La mayoría, si no todos, habían jugado un papel activo en los eventos que condujeron a la muerte de Jesús. Este era un pecado que necesitaba arrepentimiento (v. 19, 26). Vemos lo mismo en Hechos 4:10 y 5:30 donde Pedro y Juan acusaron al concilio (es decir, el Sanedrín) de matar a Jesús. En resumen, los judíos en Jerusalén durante los últimos días de Jesús eran responsables de su asesinato.

Sin embargo, una vez que la acción abandona Jerusalén, las acusaciones comienzan a sonar diferentes. Al hablar con Cornelio (un gentil), sus parientes y amigos cercanos, Pedro relata que ellos (los judíos en Jerusalén) dieron muerte a Jesús (10:39). Más específicamente, Pablo le dice a la multitud en Antioquía de Pisidia que “los que viven en Jerusalén y sus gobernantes” condenaron a Jesús (Hch. 13:27). Este discurso es especialmente importante porque Pablo está hablando con judíos. Él no culpa a los judíos en Antioquía de Pisidia de los crímenes de los judíos en Jerusalén.

Este es un patrón consistente. Pablo no acusa a los judíos en Tesalónica o Berea de matar a Jesús (Hch. 17), ni a los judíos en Corinto (Hch. 18), o en Éfeso (Hch. 19). De hecho, cuando Pablo regresa a Jerusalén años después de la crucifixión, no acusa a los judíos de matar a Jesús; él ni siquiera acusa al consejo de ese crimen (Hch. 23). No culpa a Félix (Hch. 24), o Festo (Hch. 25), o Agripa (Hch. 26) por la muerte de Jesús, a pesar de que todos son hombres con autoridad conectados de alguna manera con el cuerpo de gobierno que mató a Cristo. Los apóstoles consideraron a los judíos en Jerusalén en el momento de la crucifixión como los únicos responsables de la muerte de Jesús, pero esta culpabilidad no se extendió a todos los funcionarios de alto rango, a todos los judíos, ni a todos los que vivirían en Jerusalén a partir de entonces. El resto de los judíos y gentiles en el libro de los Hechos todavía tenían que arrepentirse de su maldad, pero no fueron acusados ​​de matar al Mesías.

¿Significa esto que nunca hay lugar para la culpabilidad corporativa a través del tiempo y el espacio? No. En Mateo 23:35, Jesús acusa a los escribas y fariseos de asesinar a Zacarías, hijo de Berequías. Aunque hay desacuerdo sobre quién es este Zacarías, la mayoría de los estudiosos están de acuerdo en que es una figura del pasado que no fue asesinado en sus días. El hecho de que los escribas y fariseos trataran a Jesús con desprecio los puso en la misma categoría que sus antepasados ​​que también habían tratado a los profetas de Dios con desprecio (cf. Hch. 7:51-53). Podría decirse que asesinaron a Zacarías entre el santuario y el altar porque compartían el mismo espíritu de odio que los asesinos en los días de Zacarías.

Del mismo modo, hay varios ejemplos de confesión corporativa en el Antiguo Testamento. Como pueblo del pacto de Dios, se ordenó a los israelitas que confesaran sus pecados y se apartaran de sus malos caminos para salir de debajo de las maldiciones del pacto divinamente sancionadas (2 Cr. 6:12-42; 7:13-18). Es por esto que vemos a personas como Esdras (Esd. 9-10), Nehemías (Neh. 1:4-11), y Daniel (Dn. 9:3-19) liderando la confesión corporativa. Los judíos no se agruparon debido a su raza, etnia, geografía, nivel educativo, o estatus socioeconómico. Los israelitas habían entrado libremente en una relación de pacto entre ellos y con su Dios. En los tres ejemplos anteriores, el líder entró en confesión corporativa porque: (1) estaba orando por el pueblo del pacto, (2) la gente en su conjunto estaba marcada por la infidelidad, y (3) el líder mismo tenía cierta responsabilidad por las acciones del pueblo, ya sea por haber sido ciego al pecado (Esd. 9: 3) o por participar directamente del pecado (Neh. 9:6; Dn. 9:20).

Los cristianos no niegan que los pecados de una persona puedan ser contados a otra. ¿De qué otra manera explicamos la imputación del pecado de Adán a nosotros o la imputación de nuestro pecado a Cristo? Podemos ser considerados culpables por los pecados que no cometimos en nosotros mismos. ¿Pero por qué motivos? Francis Turretin explica: “No se puede otorgar una imputación del pecado de otro, excepto en el supuesto de alguna conexión peculiar de uno con el otro” (Teología eléntica, IX.ix.11). Continúa argumentando que esta unión puede ser triple: (1) natural, como entre un padre y sus hijos, (2) moral y política, como entre un rey y sus súbditos, y (3) voluntaria, como entre la persona culpable y un sustituto que consiente en ser castigado por el bien de otro. Estas distinciones dan sentido a la imputación del pecado de Adán (natural y moral), la imputación de nuestro pecado a Cristo (moral y voluntario), y los otros ejemplos de responsabilidad corporativa y castigo en la Biblia, que generalmente se centran en las naciones (una unión moral y política) o sobre familias (una unión natural).

En resumen: la Biblia tiene una categoría para la responsabilidad corporativa. La culpabilidad por los pecados cometidos puede extenderse a un grupo grande si prácticamente todos en el grupo fueron activos en el pecado o si tenemos el mismo parecido espiritual con los perpetradores del pasado. Además, los pecados de otros pueden ser imputados a nosotros si existe una unión natural, moral/política, o voluntaria.

Y, sin embargo, la categoría de responsabilidad corporativa puede fácilmente sacarse de contexto. Los judíos de la diáspora no eran culpables de matar a Jesús solo porque eran judíos. Tampoco los judíos posteriores en Jerusalén fueron acusados ​​de ese crimen solo porque vivían en el lugar donde tuvo lugar la crucifixión. Y debemos diferenciar entre bloques de identidad designados por otros y comunidades de pacto libremente elegidas. La complicidad moral no es estrictamente individualista, pero tiene sus límites. Todos los blancos de hoy no son automáticamente culpables de los pecados racistas de otros blancos.

Un pensamiento final

Al finalizar este artículo que ya es demasiado largo, recuerdo algo que leí en el notable libro de Shelby Steele The Content of Our Character (El contenido de nuestro carácter): “Creo que la lucha racial en Estados Unidos siempre ha sido principalmente una lucha por la inocencia” (5). Según Steele, una de las voces más honestas y claras de Estados Unidos en estos asuntos, ambas razas entienden que perder la inocencia es perder el poder, y dada la forma en que se ha fomentado el debate racial en este país, la inocencia de uno depende de la culpa del otro. En consecuencia, la diferencia racial se ha convertido en la moneda del poder. Para mantener su inocencia, “los negros echan la culpa a los blancos, les recuerdan su pasado racial, los acusan de formas nuevas y más sutiles de racismo”. Y a cambio, los blancos intentan recuperar su inocencia desacreditando a los negros y negando sus dificultades, “porque en esta negación está la negación de su propia culpa” (145).

Para los blancos, puede parecer que la redención está siempre fuera de su alcance. Si no tienes animosidad en tu corazón, tienes un sesgo implícito que no puedes ver. Si no has hecho nada personalmente contra los negros, otros blancos sí, y tienes vergüenza. Si hablas, deberías haber escuchado. Si te quedas callado, tu silencio es violencia. Si no haces nada tangible para contrarrestar la injusticia, es indiferencia pecaminosa. Intenta tomar la iniciativa para arreglar las cosas, es posible que quieras verificar tus privilegios. Tu institución no debería ser completamente blanca, pero no debería involucrarse en el tokenismo. Debes celebrar la diversidad, pero sin apropiación cultural. Y cualquier desacuerdo con los contornos fundamentales de esta conversación unidireccional es solo otra manifestación de fragilidad blanca.

En otras palabras: culpable, culpable, culpable.

Y para los negros, debe parecer que incluso el más mínimo reconocimiento de los efectos continuos del racismo es un puente demasiado lejos para la mayoría de los blancos. Debido a que los blancos a menudo están preocupados por su búsqueda de inocencia, no logran reunir ni siquiera la más mínima compasión o comprensión del dolor negro. Si quieres hablar sobre la vigilancia en Estados Unidos, elevaremos las tasas de homicidios negros en Chicago. Si deseas hablar sobre la reforma de la justicia penal, mencionaremos la tasa de aborto negro. Y si eso no mueve adecuadamente la culpa de nuestros hombros a los tuyos, siempre podemos hablar de nuestros amigos negros, insistir en que somos daltónicos, o usar citas como armas de Thomas Sowell.

En otras palabras: culpable, culpable, culpable.

No haremos ningún progreso en estos asuntos si cada paso adelante para un lado significa un paso atrás para el otro. Tenemos un antepasado común en Adán y, si somos creyentes, tenemos un Salvador común en Cristo. Nuestro camino a seguir debe ser una moral común que apele, no a la diferencia racial, sino a lo mejor que podemos ser por el Espíritu trabajando a través de la Palabra. Nuestra identidad, nuestra fuerza, nuestro poder deben provenir de nuestro carácter y, en última instancia, de Cristo.

Si nuestras tensiones raciales en todas partes se deben al pecado y la culpa, entonces es lógico pensar que una de las cosas más esenciales que podemos hacer como cristianos es descansar en Cristo y alentar a otros a hacer lo mismo.

Si soy verdaderamente libre y perdonado en Cristo, puedo ser honesto con mi pecado interno.

Si estoy realmente seguro de mi adopción como hijo precioso de Dios, puedo elegir amar a los demás, sin ser disuadido por sus malentendidos sobre mi persona, en lugar de usarlos para mi propio sentido de superioridad, rectitud, o absolución.

Si sé cuánto Dios me ha perdonado, puedo dar a los demás lo que no merecen que les de.

Ahora bien, los pecados agregados de los blancos contra los negros no pueden compararse con los pecados de los negros contra los blancos. Esta no es una súplica de optimismo para que todos perdonemos y olvidemos. Pero es una súplica para que el evangelio ocupe el centro de cualquier conversación cristiana sobre la raza. No solo el evangelio para los demás, sí, eso por supuesto. Pero el evangelio para nosotros también: el evangelio que busca, el evangelio que salva, el evangelio que santifica. ¿Cómo podría ser diferente tu participación (y la mía) en nuestras tensiones raciales si no nos preparamos instintivamente, en cada encuentro racial, para una combinación de recriminación por culpa y restablecimiento de la justicia? ¿Qué pasaría si hablamos con otros no como un medio para asegurar nuestra identidad, ya sea como víctima, como inocente, o como absuelto, sino como una oportunidad para propiciar un encuentro entre una persona completa con nuestra persona completa? ¿Qué sucedería si las buenas noticias de la muerte y resurrección de Cristo, aunque no es lo único de lo que tenemos que hablar, es lo único que puede hacer que el resto de nuestras conversaciones sean significativas, honestas, y esperanzadoras?

Si el pecado y la culpa nos metieron en este lío, tal vez la justificación solo por la fe a través de la gracia nos pueda sacar.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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