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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de La predicación: Compartir la fe en tiempos de escepticismo (B&H Español, 2017), de Timothy Keller.

Si encuentras un ensayo sobre “predicar a Cristo a partir de todas las partes de la Biblia”, esperarás que aborde cómo ver a Cristo en el Antiguo Testamento. Pero es posible predicar el Nuevo Testamento, incluso pasajes de los Evangelios sobre Jesús, sin predicar el evangelio.

Hace algunos años, leí dos sermones sobre Marcos 5 escritos por dos predicadores diferentes sobre la sanación del endemoniado. Sin duda, ambos sermones eran sobre Jesús, pues el texto es un relato de un episodio de su vida.

El primer sermón tenía varios puntos excelentes. Hablaba de Jesús como Cristo el libertador. El hombre torturado del pasaje está desnudo, encadenado. Está separado de toda comunidad humana, gritando en su agonía. Cristo toma a este hombre encadenado y lo libera; toma a este hombre solitario y lo hace apto otra vez para que viva entre los hombres. El hombre deja de gritar por su agonía y se llena de paz. Ahora está en su sano juicio. Entonces, el mensaje del sermón era, en esencia, que tú vienes a Jesús y no importa cuál sea tu problema; Él puede arreglarlo. Puede sanarte de cualquier mal que te aqueje. Si tienes una baja autoestima, Jesús te mostrará cuánto te ama. Si tienes adicciones, te liberará de esas ataduras. Bueno, todo esto es absolutamente cierto (mientras no generes falsas expectativas de una santificación fácil e instantánea). Y nunca querría predicar ese texto sin mencionar a Cristo como un libertador.

Sin embargo, leí el segundo sermón poco después y en este, cerca del final, el predicador formulaba una pregunta importante. Decía que la desnudez, las cadenas, el aislamiento, el desvarío y los gritos de este hombre son un retrato de todos nosotros. Todos somos pecadores y la Biblia afirma que estamos espiritualmente esclavizados al pecado, a los ídolos, y al “príncipe de la potestad del aire” (Ef. 2:2). Necesitamos ser trasladados del reino de la oscuridad al reino de la luz. Todos estamos en esta condición; el caso del endemoniado es solo más evidente y doloroso. Él y nosotros estamos en esta condición como pecadores. Entonces, Jesús lo libera. Y esta es la pregunta: ¿Por qué Jesús puede perdonarlo y restaurarlo?

Es posible predicar el Nuevo Testamento y no predicar realmente a Cristo y su obra salvífica.

El predicador contestó que la razón por la cual Él podía perdonar a este hombre y a nosotros viene al final de la vida de Jesús. En ese punto, vemos a Jesús desvestido, como un prisionero, solitario, y crucificado, fuera de la puerta de la ciudad, que clama: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. Esa es la respuesta. Jesús pudo sanar al endemoniado aunque este era un pecador porque, al final, tomó su lugar. Jesús es nuestro sustituto. Pudo venir a la vida de este hombre y sanarlo porque murió por él, pagó el castigo y esencialmente cargó con todas estas cosas. Él fue desvestido para que nosotros pudiéramos ser vestidos. Fue lanzado en la más profunda desesperación y agonía para que nosotros pudiéramos conocer el amor y el perdón de Dios, y tuviéramos paz interior.

El contraste entre los dos sermones era extraordinario. Ambos eran sobre Jesús, pero solo uno exponía el evangelio con claridad. El primero podía dar la impresión de que la salvación consistía en sanar tus heridas y que la manera de obtener esa sanidad era solo pedirle a Jesús que entrara y satisficiera tus necesidades. No se exponía con claridad el tema del pecado y la gracia. No había necesidad de la cruz ni se dejaba claro el evangelio. El segundo sermón sí lo hacía. La miseria del hombre endemoniado se usó para retratar vívidamente el dolor y la agonía que cayeron sobre Jesús en la cruz. Una enseñanza central del Evangelio de Marcos es que Jesús es nuestro sustituto. Él dio su vida en rescate por nosotros (Mr. 10:45). Ese sermón leía este episodio del endemoniado teniendo en cuenta el gran tema del evangelio de todo el libro.

Después de eso, no es difícil trazar la aplicación práctica para la audiencia. Reconocer la muerte sacrificial de Jesús es lo único que puede quebrantar el poder del pecado en nuestras propias vidas. Eso es lo que nos revela la maldad de nuestros esfuerzos para salvarnos a nosotros mismos, y es lo que los hace innecesarios. Y cuando dejamos de tratar de salvarnos a nosotros mismos, entonces las cosas que nos impulsan y que nos esclavizan ya no pueden hacerlo más.

Es posible predicar el Nuevo Testamento y no predicar realmente a Cristo y su obra salvífica. Pensamos que nuestro problema es cómo llegar a Cristo en determinado salmo o en 2 Reyes. No, el problema es mucho más grande. Predicar a Cristo significa predicar el evangelio. Predicar el evangelio es predicar a Cristo y su obra salvífica y su gracia, y podemos fallar en esto en cualquier parte de la Biblia.


Imagen: Lightstock.
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