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Salmos 143-150 y Hechos 22-23

Enséñame a hacer Tu voluntad, Porque Tú eres mi Dios; Tu buen Espíritu me guíe a tierra firme (Sal. 143:10).

Cuando una persona es un tanto obstinada en su modo de pensar se le dice, de forma diplomática, que está “pegada a sus ideas”. Podríamos decir que a este tipo de personas les cuesta entender, o simplemente aceptar, otros planteamientos que no sean los suyos. En estos tiempos en donde existen tantos opinólogos y redes sociales para vertir nuestros pensamientos, tendemos a buscar a aquellos que nos “siguen la corriente” y obviar a los que no piensan como nosotros. Algunos calificarán este talante como tenacidad o convicción, mientras que para otros no será nada más que genuina testarudez. Lo podemos valorar como convicción o degradarlo a mero capricho. Lo cierto es que queda demostrado que la voluntad del ser humano sigue gozando de una inigualable fortaleza… o terquedad. Lamentablemente, la porfía no solo se puede medir en términos positivos como en el caso de aquellas personas como Cristóbal Colón que contra viento, marea, y toda la tripulación en contra supo llegar a buen puerto, sino que también la testarudez nos puede dejar “apernados” a un modo de pensar y actuar que nos hace daño y del que no podremos desprendernos. La caída produjo una ruptura en nuestra relación con Dios que queda demostrada con esa obstinación innata que nos hace creer nuestras propias mentiras y tratar de justificar con todas las fuerzas aquello que es injustificable. Sin embargo, uno de los milagros de la redención en Jesucristo es el cambio de un corazón de piedra a un corazón de carne. Por eso es importante enseñarle a nuestro corazón a entender y aceptar que los caminos de Dios no son los nuestros y que sus pensamientos tampoco son necesariamente los nuestros. Aprender a ser sincero delante de Dios es vivir sin tratar de escondernos bajo las excusas ú opiniones de nuestras siempre bien intencionadas intransigencias. Hacer la voluntad de Dios no es algo innato al ser humano porque no es una teoría que se aprende o memoriza, ni tampoco es algo que simplemente se practica o se gana con la experiencia. Hacer la voluntad de Dios es algo que aprendemos de Dios.

Nuestra observación de las Escrituras nos enseña que el mejor desprendedor de ideas tozudas es una sencilla observación de los hechos y las Palabras de Dios.

Lo bueno es que el Señor es superior a todas nuestras obstinaciones, su fortaleza espiritual es lo suficientemente grande como para poder doblegar nuestros bien camuflados empecinamientos pseudo-espirituales, y el poder de su Palabra puede triturar cualquier mentira así sea de concreto. Nuestra observación de las Escrituras nos enseña que el mejor desprendedor de ideas tozudas es una sencilla observación de los hechos y las Palabras de Dios. De allí que el salmista busca poner en su lugar su voluntad mediante el permanente recuerdo de los hechos poderosos de Dios: “Me acuerdo de los días antiguos; En todas Tus obras medito, Reflexiono en la obra de Tus manos. A Ti extiendo mis manos; Mi alma Te anhela como la tierra sedienta” (Sal. 143:5-6). ¿En qué medida podemos comparar al Dios de Abraham, Moisés, Isaías, y Pedro con nuestro Dios? ¿Estamos hablando del mismo Dios? ¡Por supuesto! El Señor siempre pondrá nuevos pensamientos, los suyos, cada vez que vamos a su Palabra. Nuevamente, no se trata de las ideas o fortalezas de Abraham, Moisés, Isaías, Pedro o tú, sino de un Dios omnisciente, poderoso y soberano que nos habla y nos muestra lo que hizo, hace y seguirá haciendo porque es inmutable y dueño del universo. El Señor no espera que nuestra actitud para con Él sea la de alguien “pegado a sus ideas” que quiere realizar algún tipo de ejercicio académico teológico o una confrontación filosófica tratando de demostrar quién tiene la razón. Mas bien, espera de nosotros la actitud humilde del que sabe que no se trata de opiniones, de un juego de palabras o de uno ú otro rito religioso, sino de la verdad de Dios y la paz de su propia alma. El salmista demuestra esa actitud al decir: “…Enséñame el camino por el que debo andar, Pues a Ti elevo mi alma” (Sal. 143:8b). No nos equivoquemos al pensar que buscar la voluntad de Dios es un juego de ideas que nos lleven a descubrir la iglesia verdadera, la mejor religión, o la demostración que buscábamos para señalarles a nuestros adversarios lo equivocados que estaban. Por el contrario, conocer la voluntad de Dios tiene que ver con nosotros mismos, con el poder levantarnos de nuestras propias y privadas desventuras y pequeñeces. Es confrontar nuestro propio corazón e ideas ante los ojos de Dios y descubrir que el Señor del universo también tiene que decir algo en cuanto a nuestras vidas y sus circunstancias. El salmista lo entiende así: “Oh Señor, ¿qué es el hombre para que Tú lo tengas en cuenta, O el hijo del hombre para que pienses en él? El hombre es semejante a un soplo; Sus días son como una sombra que pasa” (Sal. 144:3-4). Sin embargo, también se atreve a afirmar: “A Ti he clamado, Señor; Dije: ‘Tú eres mi refugio, Mi porción en la tierra de los vivientes’” (Sal. 142:5). La voluntad de Dios empieza en nosotros con la sanidad de nuestra alma a través del bálsamo de la verdad que clarifica y le da nueva dirección a nuestra propia realidad. Si hay algo que Dios desea con todo su corazón, es devolverle el orden a tu corazón quebrantado y restaurarte como persona. ¿Quieres saber algo de la voluntad de Dios? Él… “guarda la verdad para siempre; Que hace justicia a los oprimidos, Y da pan a los hambrientos. El Señor pone en libertad a los cautivos. El Señor abre los ojos a los ciegos, El Señor levanta a los caídos, El Señor ama a los justos. El Señor protege a los extranjeros, Sostiene al huérfano y a la viuda, Pero frustra el camino a los impíos. El Señor reinará para siempre” (146:6b-10a). Es la voluntad de Dios hacer todo esto en ti también.

El Señor puede glorificarse en cualquier tipo de personas. Dios es más fuerte que cualquier individuo, sin importar su pasado, su presente, o sus intenciones en el futuro.

¿Hasta qué punto Dios puede despegar las ideas de alguien pegado a sus ideas? ¿Podrá hacerlo completamente? Definitivamente, sí. El Señor puede glorificarse en cualquier tipo de personas. Dios es más fuerte que cualquier individuo, sin importar su pasado, su presente, o sus intenciones en el futuro. El apóstol Pablo nos demuestra que no hay ideas que Él no pueda despegar. Con mucha sinceridad, Pablo reconoce que su pasado antes de ser cristiano estaba plagado de una tenacidad obstinada, sangrienta, y mal entendida. Él sabía del daño que había causado con su empecinamiento religioso cuando afirma delante de los judíos en Jerusalén: “Entonces yo dije: ‘Señor, ellos saben bien que en las sinagogas, una tras otra, yo encarcelaba y azotaba a los que creían en Ti. Cuando se derramaba la sangre de Tu testigo Esteban (mártir), allí estaba también yo dando mi aprobación, y cuidando los mantos de los que lo estaban matando’” (Hch. 22:19-20). Sin embargo, al igual que Pablo, nunca una persona podrá quedar pegada a sus ideas y a su pasado después de haber tenido un encuentro personal con Jesucristo. Pablo era todo lo opuesto a lo que un cristiano podría ser o pensar. No había en él intenciones de cambiar, lo que verdaderamente deseaba era erradicar a Cristo y a los cristianos de la faz de la tierra. Pero la gran diferencia radica en que Pablo no recibió un lavado de cerebro, sino que el mismísimo Jesucristo se presentó delante de él y se convirtió en su Salvador y Señor. ¿Qué es lo que sucedió con Pablo? Pues el Señor lo despegó de sus ideas intransigentes, conoció a Jesucristo como Señor de su vida, el Señor le hizo conocer su voluntad y se convirtió en testigo, no de sus propias opiniones y terquedades, sino de lo que había visto y oído de Dios mismo.


Imagen: Lightstock.
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