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La muerte de los hijos de Aarón, Nadab y Abiú, fue un evento triste y desgarrador (Lv 10:1-7). Dios acababa de establecer Su pacto con el pueblo de Israel y, después de tanto tiempo, un grupo de seres humanos podía volver a entrar ante Su presencia. El disfrute de este privilegio, que debía ser motivo de gozo, inició con una tragedia.

Dios había establecido que solo Aarón y sus hijos serían los encargados de mediar entre un pueblo pecador y un Dios santo (Lv 8; Éx 28:1). Aarón inició su oficio tal como Dios le mandó que lo hiciera (Lv 9:6). Dios aceptó las ofrendas, mostró Su gloria y todo el pueblo se postró en adoración (vv. 22-24). Sin embargo, el relato da un giro drástico cuando llegó el turno de los hijos mayores de Aarón. Nadab y Abiú entraron en la presencia del Señor y ofrecieron fuego extraño, así que Dios los consumió de inmediato (10:2).

Esta historia nos deja muchas interrogantes. Tal vez la que más llama la atención es: ¿En qué consistió el pecado de los hijos de Aarón que mereció una respuesta tan fulminante de Dios?

Me gustaría señalar en el texto tres factores que pudieron estar presentes en el pecado de los hijos de Aarón. Todas estas posibles explicaciones apuntan a una verdad suprema que todos aquellos que estamos en el ministerio pastoral debemos tener en cuenta.

1. El problema del fuego extraño

Uno de los factores relacionados al pecado de Nadab y Abiú tiene que ver con el hecho de que ofrecieron fuego extraño (Lv 10:1). Una interpretación de esto sugiere que Nadab y Abiú encendieron sus incensarios con un tipo de fuego o combustible inadecuado.

Los pastores son instrumentos dados por Dios por los cuales hace fluir Su bendición, para que la iglesia sea edificada y nutrida con la Palabra de Dios

En aquel tiempo no existían mecanismos para generar una llama de manera sencilla, como los encendedores y mecheros que tenemos hoy. Para iniciar un fuego era necesario llevar consigo una antorcha o, al menos, unas brasas encendidas de otra fogata. El fuego que ofrecieron ante Dios habría sido extraño en el sentido de que no estaba autorizado por Dios para Su adoración. Es posible que los hijos de Aarón hayan intentado imitar algún tipo de adoración típica de los pueblos paganos que rodeaban a Israel, sin tomar en serio las demandas específicas y singulares de Dios para acercarse a Su presencia.

2. El problema del alcohol

Otro factor que posiblemente estuvo involucrado en el pecado de los hijos de Aarón pudo ser que estuvieran bajo la influencia de alguna bebida embriagante cuando entraron a la presencia del Señor. Esta interpretación se desprende del mandato que Dios le da a Aarón y a sus hijos menores, en las instrucciones que siguen al relato: «Ustedes no beberán vino ni licor, ni tú ni tus hijos contigo, cuando entren en la tienda de reunión, para que no mueran» (10:9).

Este contexto puede insinuar que Nadab y Abiú estaban bajo los efectos de una bebida así cuando no consideraron las medidas pertinentes para acercarse al Señor, lo cual provocó sus respectivas muertes.

Esta interpretación no está fuera de consonancia con la sobriedad que se pide a los líderes del pueblo de Dios. Por ejemplo, en el Nuevo Testamento, encontramos que una de las características del candidato al ministerio pastoral es que debe ser sobrio, no dado al vino (1 Ti 3:2-3). La falta de sobriedad puede ser la causa de muchos tropiezos en el ministerio, como pudo haber sido la razón de la muerte de los hijos de Aarón.

3. El problema del lugar santísimo

Otro posible factor involucrado en el pecado de Nadab y Abiú se desprende de la frase «delante del SEÑOR» (Lv 10:1). Esto podría indicar que ellos traspasaron el velo que dividía el lugar santo del lugar santísimo, tomando la atribución de hacer lo que solo podía hacer su padre, como sumo sacerdote, una vez al año y a través de un procedimiento riguroso.

Entrar al lugar santísimo estaba prohibido para todo el pueblo, incluso para el sumo sacerdote durante todo el año, excepto para el gran día de expiación. En aquel día, el sumo sacerdote podía entrar solo después de purificarse y ofrecer sacrificio por sus pecados. No hacerlo acorde al mandato de Dios conllevaba la muerte (16:1-4). Si los hijos de Aarón entraron al lugar santísimo de manera indebida, esto también explicaría el trágico desenlace.

El verdadero problema de los hijos de Aarón 

Cualquiera de estas explicaciones anteriores pudo ser o sumar a la causa de la muerte de Nadab y Abiú. Sin embargo, existe una razón más importante en el pasaje que apunta a un problema mucho más serio que las conductas indebidas.

La falta de santidad es un problema mortal en el ministerio pastoral

Después de la muerte de los hijos de Aarón, Moisés intervino para transmitir las palabras de Dios: «Como santo seré tratado por los que se acercan a Mí, y en presencia de todo el pueblo seré honrado» (10:3). Lo interesante es que estas palabras fueron suficientes para que Aarón callara ante el resultado de la acción de sus hijos.

Dios les estaba recordando que, para que el pueblo pudiera contemplar Su gloria, se requería santidad, en especial de los que ministraban en el tabernáculo. Este fue el verdadero problema de los hijos de Aarón. Más allá de todas las posibles explicaciones puntuales, Nadab y Abiú murieron porque no buscaron la santidad en lo que estaban haciendo. La falta de santidad puede explicar todas las interpretaciones anteriores.

Santidad en el ministerio

Dios sigue siendo el mismo ayer, hoy y por los siglos. Aunque vivimos bajo un nuevo y mejor pacto, el Señor sigue demandando santidad de Su pueblo y, en especial, de Sus ministros. Los pastores son instrumentos dados por Dios para que la iglesia sea edificada y nutrida con la Palabra de Dios (Ef 4:11-12).

Por la misericordia y la gracia de Dios, no sale fuego de Su presencia que nos consuma cuando no andamos en rectitud. La sangre de Jesús abrió un camino seguro para que todos Sus hijos lleguen hasta la presencia del Padre (He 10:19-20). Pero muchas veces la iglesia parece débil y sin vida porque, debido a la falta de santidad de sus líderes y pastores, el crecimiento que trae Dios no fluye al resto de los hermanos como Él lo ha establecido. La falta de santidad es un problema mortal en el ministerio pastoral.

Los pastores hacemos bien en tener un temor sano ante las responsabilidades de nuestro ministerio. Pero a la vez, debemos poner nuestra confianza en la obra de Cristo y en Su evangelio. Cristo compró nuestra redención en la cruz y nos declaró santos (Ef 2:19), mientras nos capacita cada día para crecer en santidad, hasta que lleguemos a la medida de la estatura de Su plenitud (4:12-13). Gracias a Jesús y al poder del Espíritu Santo que nos envió, es posible ser santos.

El evangelio nos motiva a vivir en santidad, pero esta meta también se alimenta del sentido de responsabilidad por la tarea que Dios nos ha encomendado. Dios nos ha dado el privilegio hermoso de ser instrumentos de edificación por el cual nutre las vidas de Sus hijos. Debemos tener sumo cuidado de nosotros mismos y de lo que enseñamos, para el beneficio de quienes nos oyen (1 Ti 4:16).

Dios demanda santidad de Sus ministros para que Su gloria impacte a todo Su pueblo. Por eso debemos pastorear con santidad al rebaño de Dios, el cual el Príncipe de los pastores nos ha encomendado por un tiempo y por el cual tendremos que dar cuentas (1 P 5:4; He 13:17).

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