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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de Pasión sin agotamiento: Siete claves para un ministerio de sacrificio sostenible durante toda la vida (Andamio Editorial, 2019), por Christopher Ash.

El sacrificio sostenible en el ministerio está formado por la sabiduría y se basa en conocerse a uno mismo. La base de todo lo que tengo que decir al respecto es esto: tú y yo somos barro . Tenemos que saber eso y no olvidarlo nunca. Tú y yo somos criaturas encarnadas; somos polvo.

Dios nos hizo del polvo:

“Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”, Génesis 2:7.

Y un día nos devolverá al polvo:

“Haces que el hombre vuelva a ser polvo,
Y dices: ‘Vuelvan, hijos de los hombres’”, Salmo 90:3.

Dios es Dios y nosotros somos polvo.

Y sí, es verdadero y maravilloso que, por la gracia de Dios, el Espíritu del que levantó a Jesús de los muertos vive en los creyentes. Aun así, el cuerpo está muerto a causa del pecado (Ro. 8:10).

Es decir, nuestros espíritus están vivos por la justificación de Cristo y porque el Espíritu de Cristo habita en nosotros, y por ello en la resurrección nuestros cuerpos mortales recibirán la vida (Ro. 8:9-11). Pero en este tiempo nuestros cuerpos están “muertos”; es decir, son mortales, están en descomposición, vienen del polvo y regresan al polvo.

No debemos permitirnos caer en una falsa espiritualidad que trata nuestra existencia corporal como si fuera posible separarla de nuestra supuesta “vida espiritual”, como si nuestra vida espiritual pudiera avanzar independientemente de lo que les ocurra a nuestros cuerpos.

El polvo es materia desintegrada. Es el polo opuesto a las complejas células interconectadas, los sistemas orgánicos, los patrones neuronales, los nervios, los músculos, los huesos, los tejidos, todo el sistema maravillosamente hilado que conforma a un ser humano vivo, formado en el vientre por el poder y la sabiduría de Dios (Sal. 139:13).

Un ser humano vivo puede caminar, correr, construir, pensar, hablar, actuar, amar. Pero el polvo son partículas desconectadas en la tierra, sin vida, sin acción, sin voluntad, sin poder; es materia inerte e inorgánica. Tú y yo venimos del polvo, y nuestros cuerpos volverán al polvo. En ningún momento de nuestras vidas mortales estamos lejos de volver al polvo. Somos muy frágiles.

El problema de estar fuertes y sanos es que tú y yo empezamos a creer que somos algo más que partículas de polvo sobre las que Dios ha respirado aliento de vida temporalmente. Puesto que soy capaz de caminar, pensar, hablar, y actuar, empiezo a creer que soy inmortal: que siempre podré caminar, pensar, hablar, y actuar. Pero no será así.

Cuando tú y yo nos rendimos a Jesús como Señor, no le ofrecimos los servicios de una criatura divina o semidivina para fortalecer su reino.

Una de las cosas que nunca olvidaré de mi año de crisis nerviosa es el recordatorio forzado de mi fragilidad y mi mortalidad, tanto del cuerpo como de la mente. Tu salud y tu vigor, como los míos, son algo temporal. No durarán mucho. Dios puede llevárselos en cualquier momento, en pequeñas o grandes medidas, súbita o gradualmente.

Algunos de nosotros somos muy conscientes de esto en nuestros cuerpos cuando alcanzamos la mediana edad y algunas partes de nosotros dejan de funcionar bien (o en absoluto). Sabemos que nunca volverán a hacerlo como cuando teníamos veinte años o menos. Pero eso también ocurre con nuestras mentes.

De mi descenso al colapso recuerdo la terrible sensación de que mi mente estaba sufriendo un trastorno, de que me tambaleaba peligrosamente sobre un precipicio, de que debajo de mí había mazmorras de desesperación y lagunas del desaliento de las que tal vez nunca escaparía. Eso es aterrador. Algunos de los que leen esto conocen más de ese mismo horror.

Es saludable aceptar la verdad de que soy polvo. Estoy hecho de polvo. En esta vida mortal nunca seré más que un puñado de partículas de tierra en las que Dios ha soplado el aliento de vida temporalmente. Soy frágil y delicado, y haría bien en no olvidarlo nunca.

Tú y yo somos diferentes. Tenemos distintos tipos de resistencia, tanto física como mental. Tenemos capacidades diversas para soportar más o menos horas de trabajo. A algunos se nos da bien viajar, a otros no tanto. En muchos sentidos tenemos distintas capacidades. Pero sea cual sea la constitución que Dios nos ha dado, ninguno somos más que polvo.

Cuando tú y yo nos rendimos a Jesús como Señor, no le ofrecimos los servicios de una criatura divina o semidivina para fortalecer su reino: le ofrecimos la vida frágil, temporal, mortal y delicada que él nos dio primero a nosotros. Eso es todo lo que tenemos para ofrecer. Dios lo sabe. Él conoce nuestra condición; sabe que somos de barro (Sal. 103:14). Conocer esto es vital al rendir nuestras vidas a Él en el ministerio.


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Imagen: Lightstock.
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