¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

El pastorado es una vocación como ninguna otra. El pastor es el médico del alma que cuida de los corazones de sus ovejas. Su fuente de conocimiento no es humano, sino divino ya que proviene de las Escrituras. Su manual no es terrenal, es celestial. La medicina que ofrece no solo sana el cuerpo, sana el espíritu. Por lo tanto, no debe sorprendernos que el estándar para tal vocación sea tan alto como su propósito.

El llamado del pastor es a operar bajo la autoridad del Buen Pastor, el Señor Jesucristo. El pastor de una iglesia no se manda solo, sino que se somete a lo que ordenó el Pastor de pastores. Los pastores no debemos funcionar independientes del Pastor, sino que actuamos según los parámetros que Dios ha dejado en su Palabra. No es nuestra iglesia, no es nuestra gente y mucho menos es nuestra empresa: todo le pertenece al Pastor de pastores.

Puedo ver que olvidar esta realidad produce al menos dos peligros que necesitamos evitar.

Cuidémonos del orgullo

Todo orador batalla con el orgullo. Puedes ser un conferencista que habla de finanzas o uno que enseña ciencias, no importa: el pecado del orgullo va atado con la posición elevada de un orador. De igual forma, el pastor batalla con esta tentación suculenta pero mortal.

El orgullo es pensar de uno mismo más de lo que Dios quiere que pensemos de nosotros

El orgullo es pensar de uno mismo más de lo que Dios quiere que pensemos de nosotros. Por eso Pablo exhorta a los filipenses a que: «No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo» (Fil 2:3). A los romanos les ordena: «digo a cada uno de ustedes que no piense de sí mismo más de lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno» (Ro 12:3).

El orgullo tiene su raíz en el acto rebelde de rechazar al Rey Jesús para crear nuestro propio reino. Es adorarte a ti mismo y ponerte en el pedestal que solo le pertenece a Dios. Cuando somos orgullosos, no nos gusta someternos al Rey, sino que nos gusta ser nuestra propia autoridad, alcanzar nuestras propias metas, sueños y deseos. Cuando los alcanzamos, nos sentimos satisfechos por un tiempo. Entonces el orgullo es como pensar que tienes oro en tu mano, cuando en realidad coleccionas polvo.

Seamos cuidadosos de no tener un corazón orgulloso en el pastorado. Pensar solo en nuestra fama es un síntoma que debilita a muchos pastores y sofoca a muchas iglesias. A menudo, el pastor orgulloso piensa en el ministerio primordialmente en función de números: ¿cuántas personas llegaron este domingo? ¿cuántos bautizos y matrimonios alcanzados? El pastor envenenado por el orgullo cree, directa o indirectamente, que los logros alcanzados son gracias a Él y, como un actor secundario, también gracias a Jesús.

El pastor orgulloso considera que solo él es el centro del ministerio. Piensa que solo él puede hacer las cosas bien y no permite la crítica. Constantemente duda de la lealtad de sus líderes. Mide el éxito en términos de su popularidad. Siente envidia por el brillar de otros. Quiere ser visto como «amigo» de «grandes líderes». Busca el poder de la influencia, no el llamado a influenciar. Persigue el favor de todos, olvidando que no tiene el de Dios. El pastor orgulloso podrá ser aceptado por muchos, pero es resistido por el Señor (Stg 4:6). Hermanos, cuidemos nuestras vidas del orgullo.

Evitemos la mediocridad 

Es fácil suponer que el antídoto para el orgullo es la mediocridad. Sin embargo, ese es otro peligro a evitar. En realidad, la mediocridad es la otra cara de la misma moneda, el mismo pecado expresado de manera distinta. El orgullo dice: «Yo puedo solo, por eso lo intento». La mediocridad dice: «No puedes solo, ni lo intentes». Pero como pastores no necesitamos ni lo uno ni lo otro. De hecho, podríamos decir que ya tenemos suficientes ministerios infectados por estas dos enfermedades que neutralizan nuestro servicio al Señor.

Nuestro modelo para pastorear no es Steve Jobs, Michael Jordan o Elon Musk. Nuestro modelo es el Rey Jesús

La mediocridad es pensar que no necesitas pensar en números, avance, crecimiento, desarrollo o madurez. Pero el estancamiento ministerial no es producto de un pastorado saludable, sino de uno enfermo. La mediocridad también va acompañada de una falta de entendimiento de que sirves al Pastor de pastores, de que no se trata de ti y tus talentos. Puedes pensar que no eres tan «buen» predicador como alguien más, que no sabes escribir como otros pastores o que no puedes «inspirar» a tu congregación como lo hacen otros grandes motivadores. Pero, de nuevo, el pastorado no se trata de ti; se trata del Rey.

Por ejemplo, el pastor que ha caído en la mediocridad no baña sus predicaciones con el agua pura de la oración. Después de todo, «¿para qué sirve orar si no soy un buen predicador?». El pastor caído en mediocridad no desarrolla, planea o dirige. Su púlpito está vacío. No hay líder. Falla en su tarea más elemental. Su iglesia es centro de pleitos constantes, pues al no haber un capitán que dirija el barco, la tripulación naufraga en la tormenta y es víctima de falsos capitanes que tratan de tomar el mando ilegítimamente. La mediocridad neutraliza iglesias, ahoga a jóvenes y destruye familias, empezando con la del pastor. Hermanos, huyamos de la mediocridad.

El antídoto: la humildad

Jesús es nuestro Rey a quien servimos, pero también es nuestro modelo a imitar y en esto vemos su humildad. Él dijo: «Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar Su vida en rescate por muchos» (Mr 10:45). Pablo toma esa enseñanza y nos exhorta a no ir «buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás. Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús» (Fil 2:4-5).

Nuestro modelo para pastorear no es Steve Jobs (visionario). Ni tampoco lo es Michael Jordan (esforzado). Ni mucho menos Elon Musk (ambicioso). Nuestro modelo es el Rey Jesús, quien es humilde de corazón (Mt 11:29). Seguir su ejemplo es renunciar a tu misión personal de vida, para hacer de la misión de Dios tu misión.

La humildad te hace pensar en lo que Jesús quiere que sueñes, planees y hagas. No para hacer tu nombre famoso, sino el de Jesús

La humildad te hace pensar en lo que Jesús quiere que sueñes, planees y hagas. No para hacer tu nombre famoso, sino el de Jesús. En palabras de Juan el Bautista: «Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya» (Jn 3:30).

Cuando entendemos esto, no queremos crecer como el mundo entiende el crecimiento. Más bien queremos minimizarnos a nosotros mismos, a medida que exaltamos a Cristo, porque solo así la iglesia tendrá la clase de crecimiento que necesita. Así buscamos que la iglesia avance en su misión e invada el reino de la oscuridad con el evangelio de la luz.

Hermanos, seamos humildes en todo lo que hagamos. Seamos diligentes. No posterguemos lo que debemos hacer hoy. Nuestras iglesias no necesitan al gran pastor que está siendo famoso hoy (puedes pensar en quien quieras). Más bien necesitan de nosotros, para que dirijamos su mirada al pastor del Pastor. Nadie más, nada más.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando