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Mi padre era un buen predicador. Los que escucharon a mi padre dirán que el hijo no puede alcanzar a su padre cuando se trata de predicación.

Muchos predicadores  han influenciado mi predicación. Pero mi papá está de primero en la lista.

Mi padre a menudo me decía: “Hijo, yo no quiero que seas un predicador de segunda”. Yo no sabía lo que era un “predicador de segunda”. Todavía no lo sé.  Pero oí el término lo suficiente como para saber que era algo que yo no quería ser.

Yo espero ser o llegar a ser el tipo de predicador del que mi padre estaría orgulloso. Más aún, quiero ser el mejor predicador que puedo ser para la gloria de Dios.

A la medida que envejezco —y maduro, espero— quiero ser más que un buen predicador. Quiero ser un buen pastor.

Mi papá era un buen predicador. Pero cuando me encuentro con ex miembros de la iglesia de mi padre, no es su predicación lo que recuerdan. Ellos me dicen de las bodas, funerales, visitas al hospital, sesiones de consejería y otras formas fuera del púlpito en que él les sirvió a sus familias. Ellos hablan de los niños que él sacó de la cárcel. Ellos me dan las gracias por los sacrificios que él hizo para discipular y orientarlos a ellos.

Mi padre era un hombre bien vestido. Pero no escucho a nadie hablar de lo bien que vestía. Más frecuentemente encuentro a alguien que me dice que mi viejo le dio su primer traje bonito o un par de zapatos.

Como un buen predicador como mi padre era, la gente más a menudo lo recuerda como un pastor, no como un predicador. Tal vez los dos van juntos. Predicadores impactantes tienen el corazón de un pastor preocupado por sus ovejas. Y los pastores fieles trabajan duro para alimentar bien a sus rebaños.

Pablo escribió a los Tesalonicenses: “Más bien demostramos ser benignos entre ustedes, como una madre que cría con ternura a sus propios hijos…Saben además de qué manera los exhortábamos, alentábamos e implorábamos a cada uno de ustedes, como un padre lo haría con sus propios hijos, para que anduvieran como es digno del Dios que los ha llamado a Su reino y a Su gloria”, 1 Tesalonicenses 2:7, 11-12.

Como Pablo enseñó a los santos en Tesalónica, él no se refirió a sí mismo como un apóstol (o un obispo o un profeta o cualquiera de los títulos que los predicadores usan tanto en estos días). Este pastor se describió a sí mismo como una dulce madre y un tierno padre.

¡Que el Señor me ayude a ser un pastor que es como una madre y un padre a los que sirvo!

¡Que pueda dar a la congregación que guío la Palabra y a mí mismo!

¡Que pueda ser un mejor predicador siendo un mejor pastor!


Publicado originalmente en el blog de H.B. Charles Junior. Traducido por Kevin Lara.
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