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Eres sus ojos, sus manos, sus pies. Has sido su contacto con el mundo. Su filtro, su nido, su embajadora. Desde que te convertiste en su mamá, vives dos veces. Me has pedido que ore por él, pero orar por él es orar por ti y viceversa…

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Señor, gracias por revelarte a mi vida, por dejarme ver que mis dudas sobre tu amor son siempre mentiras que se derriten en el instante en que veo la cruz… la cruz en la que colgó tu propio Hijo… tu propio Hijo… He empezado a comprender que la entrega de tu preciosísimo Unigénito es la cúspide absoluta de todo lo que eres y que todo lo que eres nos ve y nos ama.[1] Gracias. Sé que cada secuencia de eventos se desencadena desde allí, desde tu amor. Aunque a veces me cueste creerlo, estoy segura de que todo proviene de allí, incluyendo la vida de esas criaturas extrañamente hermosas que «nunca crecen». Los pensaste exactamente como son, no porque ellos o sus padres pecaron, sino porque tú los dibujaste así para tu gloria.[2] Hay un salmo que es verdad sobre ellos también (139). No se te escaparon entre los dedos. Todo lo contrario, fueron sostenidos y moldeados por ellos, porque los amas.

Hoy te ruego por el corazón de mi amiga, que ve con ojos tiernamente apasionados a su muchacho, pero se ve al espejo y examina arrugas y algunas nuevas manchas en el rostro y otro par de canas en la cabeza, y piensa que ya es imposible cargarlo como antes… te pide un día más y te lo vuelve a entregar. Sé que su mente conoce la verdad, pero su corazón engañoso la confunde y le juega sucio: le dice que sin ella ese hijo está perdido. Que sin ella no existe esperanza o que su ausencia hará que ese hijo no vea luz o vida. ¡Padre Bueno, recuérdale Quién eres! Recuérdale que sus días están escritos en tu libro. Tanto ella como él existen porque Tú lo ordenaste. Que pueda vivir en tus preciosas y grandísimas promesas, las cuales sobreabundan para los cargados y cansados como ella.[3] Hazla descansar.

Señor y Dios mío, dale ojos frescos de esperanza para ver todo lo que ese hijo, que no encaja en este mundo, significa. Que pueda atesorar su perpetua inocencia y alegría y te conozca mejor en sus límites. Gracias porque mientras lo cuida toma parte en tus sufrimientos y, al hacerlo, también saborea de tu gloria.[4] Que su fiel entrega anuncie al mundo que Tú vales la pena y que sus frustraciones y debilidades afirmen sus pasos en el poder de tu bondad.

Jesús, líbranos de ser espectadores pasivos o peor aún, secretamente despectivos pensando «gracias a Dios no fue a mí». Que seamos irrigados con tu agua viva y que la Sangre preciosa de tus venas nos haga sentir tus latidos hasta movernos gozosos para ser amigos, hermanos, prójimos aprendices de sus vidas y retos. Que no temamos verles a los ojos y llamarlos por sus nombres. Que como cuerpo de Cristo abracemos hasta aliviarles una gran dosis de pena. Que nuestra compañía los hagan verte allí parado, riendo y cocinando, porque amamos como Tú nos has amado.[5] Ten misericordia de nosotros los «normales», que nos sentimos incomodados por tus interrupciones divinas… interrúmpenos Señor, usando a estas preciosas familias.

En el nombre de Jesús, amén.


[1] Ro 8:32.
[2] Jn 9:3.
[3] Mt 11:28.
[4] 2 Co 1:5, Ro 8:18.
[5] 1 Jn 4:19.
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