Amado Jesús:
Es un día difícil. Por muchava vez, mi amigo tuvo el impulso de mandar un mensaje de texto para preguntar sobre una «pequeñez» que no sabe cómo resolver, pero ya no hay quién conteste.
El funeral fue hace más de una semana, pero lo más difícil comienza. La ausencia se nota en las mil pequeñas ceremonias secretas de lo cotidiano, y mi lado egoísta quiere simplemente pedirte que rellenes pronto los espacios… de soluciones, de alegrías nuevas, de recursos, de caras amigables, de otros puentes y pasos, de sentimientos agradables… en fin, de mi tipo de milagros. Pero en el fondo sé que enfrentar las grietas sutiles importa tanto como delimitar los boquetes gigantes. Todos vemos los cráteres, pero se necesita estar cerca para lograr ver los diminutos agujeros que dejó destapados una muerte.
Es un asunto completamente asombroso y tierno saber que Tú no solo ves de cerca, sino ves de adentro, ves perfecto, ves las historias detrás de cada llave perdida y encontrada, cada mensaje de voz guardado, cada sobra en el refrigerador.
Gracias porque no solo eres omnisciente, eres Amor eterno y sabes lo que haces.
Recuérdale a mi amigo con cada pequeña ausencia tu cuidado. Confírmale que sabes, que escuchas sus silencios y sientes el nudo en su garganta. Señor, ¿podrías redimir cada momento de ausencia, en recordatorios claros de cuánto se amaron? Que cada instante de olvido pensando que aún está al otro lado del teléfono, el milagro sea que poco a poco Tú conviertas la angustia de mi amigo en esperanza, porque ve que cuando ese hijo —a veces rebelde o aparentemente frío— cumplía sus responsabilidades, estaba diciendo «los amo».
Yo te agradezco por recordarnos que construimos una familia no solamente en los eventos grandes que deseamos guardar en fotos y videos, sino más bien en los actos repetitivos de servicio «aburrido» que hacemos unos por otros y que damos por sentado.
Y que hoy puedan dormir mejor.
En el nombre sobre todo nombre, Jesús, amén.
