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Eclesiastés 7-12 y Romanos 14-15

Vi además que bajo el sol
No es de los ligeros la carrera,
Ni de los valientes la batalla;
Y que tampoco de los sabios es el pan,
Ni de los entendidos las riquezas,
Ni de los hábiles el favor,
Sino que el tiempo y la suerte les llegan a todos
(Eclesiastés 9:11).

Leía en las noticias de un joven que entró semidesnudo y con un rifle a un restaurante en Estados Unidos y disparó a mansalva, asesinando a cuatro personas. La masacre fue detenida por un comensal que tuvo la valentía de enfrentarse al asesino, quien huyó luego de que fue desarmado. Cada vez que ocurre un caso como ése, la prensa tiende a hacer análisis psicológicos, sociológicos y culturales de las víctimas y de los victimarios. Se empieza a hablar mucho del pasado, de infancias abandonadas, de entradas y salidas de reformatorios, de la temprana incursión en las drogas, las malas compañías, y todas aquellas circunstancias que deben haber colaborado para convertir a esos hombres en bestias despiadadas y crueles.

Sin embargo, y debemos decirlo con sinceridad, esos casos podrían servir de justificativo para tratar de demostrar que las “malas” circunstancias “siempre” convierten en “malas” personas a aquellos que, en el fondo, eran muy “inocentes”. Es cierto que las circunstancias nos afectan, pero también es cierto que nuestra realidad de separación de Dios y la dureza de nuestro corazón nos llevan a crear circunstancias y tomar decisiones que no sólo nos afectan, sino que también afectan a los demás.

Desde que llegamos a los pies de Cristo, desde el momento en que el Señor, a través del Espíritu Santo, opera sobrenaturalmente la regeneración, cambia nuestro corazón, imprime fe y nos convierte a Él, desde ese momento podemos decir como Pablo, “… pues si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; por tanto, ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos. Porque para esto Cristo murió y resucitó, para ser Señor tanto de los muertos como de los vivos” (Ro. 14:8-9).

No hay nada que escape a la providencia y soberanía de Dios, y no hay circunstancia alguna, terrenal o espiritual, que nos separe del amor de Dios.

Ya Pablo ha mencionado con mucha claridad, en los capítulos anteriores de su carta, que no hay nada que escape a la providencia y soberanía de Dios y que no habrá circunstancia alguna, terrenal o espiritual, que nos separe del amor de Dios que es en nuestro Señor Jesucristo. Eso no nos lleva a vivir una vida displicente, sino, por el contrario, responsable delante de Dios, el dueño de nuestras vidas. Nuestra vida y nuestra muerte le pertenecen al Señor y, “… cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí mismo” (Ro. 14:12b). Por lo tanto, Pablo podría concluir su carta pidiendo que juntos asumamos esa responsabilidad y, “… procuremos lo que contribuye a la paz y a la edificación mutua” (Ro. 14:19).

Pablo no sólo teoriza religiosa o teológicamente al respecto. Él mismo lo está experimentando en su propia vida. Más adelante vemos como está poniendo sus circunstancias, sus planes y aun sus sueños delante del Trono Celestial y les pide a sus hermanos que oren también con él en un esfuerzo conjunto de intercesión. Escuchemos sus palabras, “Os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que os esforcéis juntamente conmigo en vuestras oraciones a Dios por mí, para que sea librado de los que son desobedientes en Judea, y que mi servicio a Jerusalén sea aceptable a los santos, y para que con gozo llegue a vosotros por la voluntad de Dios…” (Ro. 15:30-32a). Nada queda fuera de su petición porque sabe que, finalmente, toda su vida y sus circunstancias está en las manos de su buen Dios.

Por lo que hemos mencionado anteriormente, me causa profunda tristeza ver cristianos que no saben aprovechar para bien y para la Gloria de Dios las diferentes circunstancias que el Señor les concede en la vida. Algunos de ellos creen ingenuamente que tienen todo el tiempo del mundo a su favor, por lo que, sin ningún temor, dejan pasar oportunidades que quizás nunca más se les presenten. Otros, en cambio, viven sumidos en un pesimismo malsano y sin Dios que los vuelven impotentes para aceptar los retos y las diversasa circunstancias que la vida demanda.

Necesitamos considerar como una oportunidad cada circunstancia que el Señor nos concede vivir.

Es por eso, que tanto Salomón como Pablo, inspirados por Dios, hablaron de la necesidad de considerar como una oportunidad cada circunstancia que el Señor nos concede vivir, por lo que debemos quitarnos de la cabeza la idea de que solo ciertos privilegiados o sólo las circunstancias “buenas” producirán fruto agradable al Señor. “Tiempo y ocasión acontecen a todos”, dice el autor del Eclesiastés en la traducción de la Reina Valera de 1960. Aunque La Biblia de las Américas ha traducido la palabra hebrea como “suerte” se trata más bien de la idea de una ocurrencia fortuita, al azar. La palabra “suerte” es correcta, pero trae consigo una percepción equivocada que es mejor aclarar, y por eso preferimos la palabra “ocasión” que es más precisa.

Tengamos presente los siguientes consejos dinámicos de Salomón que harán, como lo contó Esopo en su famosa fábula, que la tortuga derrote a la liebre:

1. No descuidemos ningún trabajo que se nos presente. “Todo lo que tu mano halle para hacer, hazlo según tus fuerzas…” (Ecl. 9:10a). Solo descubrirás las verdaderas oportunidades en medio de cualquier circunstancia cuando hayas pasado mucho tiempo ocupándote en ellas. No se te pide que seas excepcional, solo que lo hagas como hagas las tareas como has aprendido a hacerlas, de acuerdo a tus fuerzas y conocimiento, con responsabilidad. De seguro que habrá cosas que nunca podrás ser o hacer; quizás nunca podrás ser modelo publicitario, presidente o astronauta. Pero también está más que claro que debes descubrir aquellas cosas a las que el Señor si te ha llamado, actividades en las que puedes ser más productivo o donde definitivamente puedes simplemente contribuir. Lo que no está permitido es la ociosidad o el retirarse sin siquiera haberlo intentado.

Solo descubrirás las verdaderas oportunidades en medio de cualquier circunstancia cuando hayas pasado mucho tiempo ocupándote en ellas.

2. Aprovecha los malos momentos porque pueden ser los más productivos. Mucha gente se neutraliza cuando las cosas no van saliendo como desean. Sin embargo, la historia nos demuestra que las tensiones, dificultades, y supuestos fracasos de la vida forjan a los verdaderos héroes. Salomón dice, “Mejor es el pesar que la risa; porque con la tristeza de rostro se enmendará el corazón” (Ecl. 7:3 RV60). ¿Tropezaste? ¿Fallaste? ¿Te despidieron? ¿vives una calamidad? ¿una enfermedad repentina? ¿Perdiste mucho dinero? ¿Qué es lo que hay que enmendar para que la historia no se repita? En lugar de usar las palabras angustia, o quebranto, desasosiego, que siempre nos deja estancados en nuestro drama personal, podríamos usar algunas que son motores para sacarnos del fango en que podemos estar metidos. Entre ellas podríamos usar las siguientes: orar, corregir, pedir perdón, pedir consejo, enderezar, rectificar, pulir, mejorar, perfeccionar, o simplemente retocar.

3. No debemos quedarnos en el pasado. Conozco a mucha gente a la que denomino “museos vivientes”. Son los que, por diferentes razones (no solo de edad), se quedaron con las vivencias del pasado congeladas y no están dispuestos, por ningún motivo, a enfrentar el presente. De una manera u otra, han maquillado el pasado para hacerlo parecer esplendoroso y entrañable. Se niegan voluntariamente a darle la cara al presente y a sus dilemas. Son personas que viven en un estado de muerte voluntaria, de renuncia al futuro, como si hubieran recibido el certificado de defunción de sus esperanzas. El mejor remedio para evitar quedarnos en la historia es recordar el consejo bíblico: “No digas: ‘¿Por qué fueron los días pasados mejores que éstos?’ Pues no es sabio que preguntes sobre esto” (Ecl. 7:10). Es sano recordar los buenos momentos, pero es más sano todavía seguir luchando por seguir acumulando buenos momentos cada día.

La historia nos demuestra que las tensiones, dificultades, y supuestos fracasos de la vida forjan a los verdaderos héroes.

4. Ten presente el sentido de finitud. El Señor nos ha dado un tiempo para desenvolvernos por la vida y no sabemos el momento exacto de nuestra partida. Salomón decía con vena poética, “No hay hombre que tenga potestad para refrenar el viento con el viento, Ni potestad sobre el día de la muerte. No se da licencia en tiempo de guerra, Ni la impiedad salvará a los que la practican” (Ecl. 8:8). No podemos quedarnos con el cáncer existencialista de La Náusea, ni con la futilidad de una vida epidérmica y sensorial, sino que debemos vivir dándole a la vida (que es lo que Dios sí nos ha dado a conocer a cabalidad) el sentido y la trascendencia de una existencia lograda y realizada porque nos ha sido prestada por el Señor para que rinda fruto para su Gloria.

Un poeta español decía: “Vive la vida de tal manera que viva queda en la muerte ”. No tenemos control sobre la muerte, pero si podemos darle uso y convicción a la vida. Salomón decía, “Para cualquiera que está unido con los vivos, hay esperanza; ciertamente un perro vivo es mejor que un león muerto” (Ecl. 9:4). La esencia de la vida del cristiano lo obliga a entender y vivir con sentido de trascendencia, reconociendo que todavía resta una eternidad que vivir con el Señor. Por eso, el autor del Eclesiastés le aconseja a los jóvenes: “Alégrate, joven, en tu juventud, Y tome placer tu corazón en los días de tu juventud. Sigue los impulsos de tu corazón y el gusto de tus ojos; Pero debes saber que por todas estas cosas, Dios te traerá a juicio” (Ecl. 11:9). Vivir la vida entendiendo su finitud y entendiendo que se nos ha cedido, y daremos cuenta por ello, son los mejores fundamentos para una vida vivida con verdadera libertad.

5. El respeto y consideración a los demás. Ningún proyecto es válido cuando se pasa por encima a los que nos rodean. Nada justifica el egoísmo. De nada vale ganarlo a todo y a todos si pierdo a los que caminaban conmigo. Alfred Nobel, el célebre científico, decía al final de sus días que era el hombre más refinado del mundo, que era rico y famoso, pero que solo tenía sirvientes que lo atendían por dinero. Lo había ganado todo, pero al precio de perderlos a todos. De allí que el apóstol Pablo nos lleve a pensar que una de las mayores lecciones que el ser humano pueda aprender es a respetar y amar a su prójimo. Tratando de un tema específico y muy polémico en su tiempo, el apóstol dice, “Es mejor no comer carne, ni beber vino, ni hacer nada en que tu hermano tropiece… Así que, nosotros los que somos fuertes, debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno para su edificación… Por tanto, acéptense los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó para la gloria de Dios” (Rom. 14:21; 15:1-2,7). ¿Eres tan exitoso en tus negocios o profesión como con tus relaciones más cercanas? ¿Te atreverías a preguntarle a tu esposo, esposa, hijos, familiares cercanos o subordinados cuál es la verdadera opinión que tienen de ti? Sería bueno reevaluar nuestra interpretación del éxito de una forma más integral y relacional.

Dios sustenta nuestra vida más allá de todo aquello que consideremos éxito o fracaso, prosperidad o adversidad, salud o enfermedad

Voy a concluir con un pasaje que habla por sí solo. Allí se nos dice que aunque seamos prósperos o pobres, nada hay después de Dios, Él sustenta nuestra vida más allá de todo aquello que consideremos éxito o fracaso, prosperidad o adversidad, salud o enfermedad. Salomón nos enseña que no se trata de tener una respuesta uniforme a nuestras diferentes circunstancias, sino vivirlas delante de Dios en cuanto ellas llegan y pasan por nuestras vidas. Salomón dice, “Alégrate en el día de la prosperidad, Y en el día de la adversidad considera: Dios ha hecho tanto el uno como el otro Para que el hombre no descubra nada que suceda después de él” (Ecl. 7.14). Lo repito en la traducción de la Reina Valera 1960, “En el día del bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a fin de que el hombre nada halle después de él”.

¿Qué oportunidades estarás dejando pasar hoy?


Imagen: Lightstock.
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