¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

¿No es el evangelio la historia más bella y dulce del mundo? Sin embargo, podemos llegar a acostumbrarnos a su mensaje. Eso fue lo que me pasó en un periodo de mi vida, hasta que Dios intervino y fue como escuchar el evangelio por primera vez.

Insensible a la belleza

Aunque conocía el evangelio desde mi niñez, me había vuelto inmune a su belleza. Mi corazón parecía insensible al mensaje transformador de la obra de Cristo, ya sea por la fuerza de la costumbre o la conformidad a la cultura evangélica. La historia de la redención era para mí como las tablas de multiplicar: la sabía de memoria y me era útil cada tanto, pero apenas conmovía mi mente y mis afectos.

Esta situación tenía consecuencias para mi vida. Si bien mi conducta no era escandalosa ni había caído en ningún vicio dramático, la verdad es que sufría de apatía espiritual. Mi interior estaba totalmente desordenado y mi corazón confundido. Cantaba las canciones, pronunciaba las oraciones e incluso enseñaba la Biblia, pero mi corazón estaba lejos de Él. Así continué algunos años, asistiendo a la iglesia y participando de ministerios, mientras permanecía disfrazado de creyente.

Algunas veces me daba cuenta de mi hipocresía y trataba de rectificarme a mí mismo, intentando cumplir lo mejor posible con los principios bíblicos que conocía, movido más por la culpa que por el amor a Dios. Pero la mayoría de las veces ni siquiera era consciente de mi situación. Había aprendido a caminar entre los cristianos con tal naturalidad y estaba tan mimetizado con mi entorno, que era difícil para mí ver que no era quien decía ser.

El punto de inflexión vino luego de una serie de fracasos que dieron paso a una sensación de falta de propósito. Decidí mudarme de ciudad y volver a empezar, pensando que los desafíos nuevos serían suficientes para imprimir sentido a mi vida. Pero no, seguía igual de insatisfecho o tal vez, peor. La soledad de estar en un lugar desconocido alimentaba la consciencia de mi triste estado. Me hallaba desorientado a varios niveles: conductual, emocional, académico, espiritual.

Ojos nuevos

Un amigo me invitó a visitar la iglesia donde asistía y yo accedí, siempre con la idea de que necesitaba «aires nuevos». El servicio dominical se desarrolló tal como lo hacían la gran mayoría de las iglesias a las que había asistido toda mi vida; nada especial. La predicación fue el momento que Dios usó para producir un cambio en mí, pero debo decir que tampoco había nada novedoso allí. Solo era un predicador con la Biblia abierta en un púlpito austero; nada de pantallas ni puestas en escena. 

Ni siquiera el mensaje era nuevo. Era el viejo y conocido evangelio con el que mis padres me habían criado. El pastor explicaba con fervor la situación terrible de la raza humana (Ro 3:9, 20) y la única solución posible: la justicia de Dios manifestada en Jesús para todos los que creen (3:21-22). Yo conocía el mensaje, pero algo nuevo y diferente sucedió.

De una manera que jamás podré explicar, el evangelio penetró en mí como la espada más afilada, como el martillo más pesado haciendo añicos a mi corazón. Me atrapó una convicción profunda de que solo Cristo podía ayudarme en mi situación. Aquella historia que conocía de memoria cobró de repente una gloria única frente a mis ojos y arrojó luz sobre mis confusiones internas.

Ese día fue la primera vez que entendí realmente lo que significaba el viejo himno que había cantado toda mi vida: 

Grato es decir la historia
que antigua, sin vejez,
parece al repetirla
más dulce cada vez 

Tenía el espíritu tan hambriento que mi corazón devoró el mensaje del evangelio como un bebé devora la leche materna (1 P 2:2). A pesar de haber escuchado muchas veces sobre la cruz, fue en mi boca dulce como la miel, como nunca antes (Ez 3:3). El evangelio nunca había disminuido su belleza, solo era mi corazón rebelde y endurecido el que se negaba a verlo. Pero ¡gloria a Dios por Su Espíritu, quien iluminó mi corazón (Ef 1:18)! Él me dio ojos nuevos y pude contemplar la belleza infinita del evangelio desplegada en el sacrificio de Jesús. 

Desde entonces puedo decir con profunda convicción: ¡Qué bella es esa historia! La historia de Cristo y de Su amor.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando