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Cuando leemos las leyes del Antiguo Testamento, puede parecer que las mujeres reciben un trato injusto. Es difícil ver a un Dios misericordioso detrás de las leyes que tratan con la violación, el incesto y el adulterio, como la ley que encontramos en Números 5. Pero cuando miramos más de cerca, vemos que Dios tiene abundante misericordia hacia las mujeres, incluso en estas leyes. 

Dios advirtió en Génesis 3:15 que Satanás haría la guerra a la mujer porque, aunque el pecado había entrado en el mundo a través de ella, también lo haría el Salvador. En consecuencia, en las páginas de la Biblia vemos con regularidad la opresión de género. Cuando llegamos a un pasaje como Números 5, puede parecer que la ley de Dios contribuye con esta opresión. Pero cuando comprendemos el contexto histórico del pasaje, vemos que esta ley aparentemente dura era en realidad una protección para las mujeres y resalta la belleza del evangelio.

Identificando la injusticia

Números 5:11-31 nos habla de un esposo celoso y de la esposa de la que sospecha que ha cometido adulterio. No hay testigos del adulterio y la esposa no ha sido sorprendida en el acto (v. 13). En cambio, la iniciación singular al ritual prescrito en este pasaje fue una «sospecha» o «espíritu» de celos que se apoderó del marido (v. 14). El marido celoso debía llevar a su mujer ante el sacerdote, quien la probaría con una mezcla de «agua santa» y polvo del suelo del tabernáculo (v. 17).

Dos aspectos de este pasaje tienden a suscitar nuestra preocupación y confusión. En primer lugar, solo se castiga a la mujer por una violación de dos partes del pacto matrimonial. Incluso si la mujer hubiera, de hecho, participado en el adulterio que quebrantó el pacto tanto con su esposo como con Dios, que la mujer cargue sola con las consecuencias sin mencionar a su pareja masculina es injusto.

En segundo lugar, esta ley da cabida a la acusación injusta de un marido celoso contra su mujer. El marido no es condenado por atentar contra el amor al hacer una acusación injusta. En cambio, Dios prescribe una prueba, un juicio que parece extraño.

Pero es el Señor, YAHVEH, el gran YO SOY, quien dio a Moisés estas instruccio

.nes (v. 11). Este Señor que «ha hecho maravilloso Su consejo» y Sus instrucciones están llenas de «gran sabiduría» (Is 28:29). ¿Podría haber sabiduría en Números 5 para las personas que vivían en ese tiempo y lugar, enfrentándose a esas tentaciones? Este Señor es también «compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y verdad» (Éx 34:6). ¿Podría estar Dios mostrando Su compasión por la mujer atrapada en el centro del ataque de un marido celoso a través de estas instrucciones? Ciertamente, Dios es bueno y Sus leyes son buenas (Sal 119:68). Porque confiamos en el carácter de Dios, vale la pena cumplir Sus estatutos aunque no comprendamos su bondad.

Entendiendo el juicio

El ritual prescrito en Números 5 se conoce como juicio por ordalía (prueba ritual). La mayoría de los lectores estadounidenses están familiarizados con ellos por los juicios de brujas de Salem, de los primeros años de la historia de Estados Unidos, pero hay una larga historia de este tipo de juicios en diversas culturas. La mayoría de los antiguos juicios por ordalía tenían un tema común: la creencia de que los dioses protegerían a una persona inocente de sufrir algún daño.

Porque confiamos en el carácter de Dios, vale la pena cumplir sus estatutos aunque no comprendamos su bondad

En una situación similar a la de Números 5, el Código de Hammurabi (la ley mesopotámica de la época de Moisés, que probablemente había impactado a las culturas circundantes) especificaba: «Si se ha señalado con el dedo a la mujer de un hombre por causa de otro hombre, pero ella no ha sido sorprendida yaciendo con el otro hombre, deberá saltar al río por causa de su marido». En el contexto del mundo antiguo de la época de Moisés, se entendía que un marido tenía plena autoridad sobre su mujer y, si ella era acusada de adulterio, él habría estado en su derecho cultural de divorciarse de ella sin causa o incluso condenarla a muerte, como prescribía Hammurabi.

Solo un milagro salvaría al inocente en un juicio por ordalía llevado a cabo en Salem o Mesopotamia. Pero en la ley de Dios, sería un milagro si una mujer inocente fuera hallada culpable por este juicio. Ella estaba naturalmente protegida por el proceso, no amenazada por él. No había nada intrínseco en el agua o en el polvo que pudiera dañarla si era adúltera. Solo Dios podía traer la maldición sobre ella.

En la casa de Dios, si un esposo acusaba a su esposa sin pruebas, Dios ordenó a Moisés que llevara la situación al sacerdote para que mediara. El acusador, con todo el poder cultural, no podía decidir las consecuencias por sí mismo. Tenía que someterse a otro que protegiera a la esposa y determinara su culpabilidad o inocencia mediante un proceso ante Dios, no por simple sospecha o acusación.

Este es el primer susurro de las buenas nuevas de Jesús.

Encontrando un ángulo mejor

Aunque los extraños procedimientos del juicio pueden convertirse fácilmente en el centro de atención del pasaje, haríamos mejor en centrarnos en la mediación del sacerdote, quien señala la larga historia de las Escrituras que finalmente cumplió Cristo. Visto desde este ángulo, vemos que Dios, el Juez justo, intervino a través de la mediación del sacerdote para proteger a la mujer contra acusaciones injustas y los tipos de juicios en las culturas circundantes que habrían resultado en su muerte segura.

Así pues, Números 5 ofrecía a las esposas protección sacerdotal contra la acusación y el abuso, aunque de forma parcial: no cambiaba el corazón del esposo que pecaba contra su esposa mediante una acusación injusta. Esta misma injusticia nos muestra nuestra necesidad de algo más de lo que la ley podía proporcionar. Esta misma injusticia nos susurra de ese algo mejor en Jesús que la ley nos enseña que necesitamos. Más que producir justicia en los corazones de los hijos de Dios, la ley era un tutor que señalaba a Israel su necesidad final de Cristo. Pablo enseña: «De manera que la ley ha venido a ser nuestro guía para conducirnos a Cristo, a fin de que seamos justificados por la fe» (Gá 3:24).

Mirando a Cristo

Los evangelios nos muestran que Números 5 se cumplió en Cristo cuando intervino incluso para detener la justa condena de la mujer sorprendida en adulterio en Juan 8, y cuando silenció las vergonzosas acusaciones contra la mujer pecadora de Lucas 7. En última instancia, Jesús en la cruz silenció tanto las acusaciones justas como las injustas de Satanás contra todos nosotros.

Cristo llevó nuestro caso ante Dios Padre, Juez sobre toda la tierra, protegiéndonos de las acusaciones injustas y pagando el castigo por las justas. Jesús se convirtió en «maldición… entre el pueblo» en nuestro lugar (Nm 5:21), pues «Maldito todo el que cuelga de un madero» (Gá 3:13). Números 5 es, pues, un importante tutor que nos señala al único Mediador entre Dios y la humanidad, quien silencia para siempre todas las acusaciones contra aquellos que creen.

Separado de su contexto en la larga historia de Jesús en la Escritura, Números 5 es inquietante y confuso. Pero entendida como un tutor que nos muestra nuestra necesidad de Jesús, esta ley se transforma en algo verdaderamente hermoso. Como nos instruye Jesús en los evangelios: «No piensen que he venido para poner fin a la ley o a los profetas; no he venido para poner fin, sino para cumplir» (Mt 5:17).


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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