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“Yo me aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Todopoderoso (El Shaddai), pero por Mi nombre, SEÑOR, no me di a conocer a ellos” (Éxodo 6:3).

Hablar de nuestros nombres es interesante. No solamente no los escogimos, sino que además los nombres que otros nos dan a veces no son halagadores.

Las maneras en que otros se refieren a nosotros casi pueden marcar nuestro destino. Estos nombres llegan a definirnos y, una vez que eso sucede, se nos hace difícil salir de las restricciones en las que nos han puesto las opiniones de otros.

Otras veces luchamos con querer cambiar nuestro nombre, definir nuestra propia identidad y manera de describirnos. Entonces abrazamos los títulos del trabajo que tenemos, por ejemplo, y buscamos de alguna manera cambiar nuestro nombre por el valor que nuestros títulos nos confieren.

En este capítulo de Génesis, tenemos un número extraordinario de nombres personales. Significan un recuento de las familias del pueblo de Israel y su contexto histórico. Dios recalca los nombres de Abraham, Isaac, y Jacob, para recordar a Moisés y a Aarón cómo Él estuvo con su pueblo a lo largo de los años, y cómo confirmó su pacto de gracia con estos patriarcas.

En medio de esto, Dios decide revelarse también a su pueblo y por su nombre, para ayudarles a entender este pacto con ellos. Él continuaría revelándose a ellos a través de circunstancias para que ellos puedan experimentarle como su Sanador, su Guerrero, su Bandera, etc.

Así también para nosotros hoy, una vez que hemos llegado a conocer a Dios de forma personal, nuestras circunstancias ahora son oportunidades que Él utiliza para revelarnos su carácter y sus atributos, su amor y compromiso, su voluntad y fidelidad. Estas circunstancias son ahora evidencias de su gracia en nuestro favor.

Las buenas noticias para ti y para mí son que, gracias a la obra de Cristo en la cruz, nunca dejaremos de conocer a Dios en toda su plenitud para así adorarle mejor, como Él merece. Además, nosotros hemos recibido de Él un nombre que nos define y es la esencia de nuestra identidad: hijos de Dios.

Piensa en esto hasta que tu corazón responda gozosamente en adoración.


Imagen: Lightstock.
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