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Antes de empezar mi carrera en finanzas, trabajé para una compañía en el departamento de Recursos Humanos. Mis responsabilidades como aprendiz incluían estar presente cuando una empleada necesitaba hablar a solas con mi jefe.

Siendo muy joven, recuerdo haber oído de casos muy dolorosos. Casos sobre abuso doméstico, infidelidad en el matrimonio, y adicciones. Divulgar tales problemas no solo hubiese sido poco profesional y evidenciaría falta de ética, sino que además me hubiese costado mi empleo. La prudencia era una cualidad imperativa en Recursos Humanos.

Esta cualidad no es solo necesaria en un lugar de empleo, sino también en la vida misma. Hablar de alguien no solo puede costarte el trabajo, sino también manchar la reputación de una persona o una familia entera.

Hablar sin prudencia de la vida de los demás es como ser alguien que dispara un arma fuera de control

Proverbios 21:23 dice que refrenar nuestra boca nos libra de muchas angustias. Hablar sin prudencia de la vida de los demás es como ser alguien que dispara un arma fuera de control. El resultado es la muerte. ¿Qué enseñan las Escrituras sobre no hablar imprudentemente de los demás? El libro de Proverbios habla de la sabiduría y la prudencia como cualidades muy similares. Proverbios 17 dice que, cuando refrenamos nuestras palabras, somos consideradas prudentes porque no nos dejamos llevar por nuestros impulsos (v. 27).

La falta de sabiduría y prudencia causan daños irreparables. 

Aprendiendo a ser prudentes

Por los últimos 12 años he servido en mi iglesia local en el ministerio de mujeres. Si hay algo que considero en alta estima, es la cualidad de la prudencia, deseándola primeramente en mí,  e igualmente en todo el equipo de mujeres con el que sirvo. Hablar sin prudencia de la vida privada de los demás es simplemente inaceptable (esto no es igual a la confrontación amorosa junto a otro creyente descrita en  Mateo 18).

Por supuesto, hay situaciones en las que una confesión que alguien nos hace requiere que otra persona sepa sobre ella, como por ejemplo el pastor de la iglesia. La forma más sabia de manejar algo así, en mi opinión, es animar a que la persona hable directamente con el pastor, pero diciéndole a la vez que si ella no habla con él dentro de un lapso, entonces, como líderes, tenemos la responsabilidad de hacerlo nosotras. Estos pasos se toman regularmente cuando hay una víctima de por medio o situaciones donde quizás su vida está en peligro.

Ejercitar la prudencia debe ser un requisito dentro de cualquier ministerio. La excusa “déjame decirte algo para que ores”, muchas veces, si no es que todas, es violar la confianza que alguien ha depositado en ti.

Divulgar detalles de vida personal que alguien te ha confiado es algo serio

Recuerdo haber hablado con una hermana en la fe que estaba con el corazón deshecho porque alguien la había llamado para pedirle que “orara” por un caso de pecado moral del cual se había enterado. Se trataba sobre alguien que ella respetaba y admiraba. El testimonio de esta persona quedó manchado, y nunca hubo pruebas de que el comentario fuera cierto.

Divulgar detalles de vida personal que alguien te ha confiado es algo serio. La persona que te ha buscado y derramado su corazón se ha puesto en una posición vulnerable y necesita primeramente que la escuches, que la aconsejes sabiamente, y que camines  fielmente con ella en su desierto. Difundir los secretos de alguien no solo es imprudente, sino que se considera un comportamiento de persona necia.  

El llamado de la Palabra

Las Escrituras están llenas de enseñanzas de las cuales tenemos tanto por aprender.

Una de las palabras más edificante en mi vida, y para el ministerio en el que sirvo, son las del apóstol Pablo en la carta a los Efesios: “No salga de la boca de ustedes ninguna palabra mala, sino sólo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan” (Ef. 4:29); y las de Proverbios 17:28: “Aun el necio, cuando calla, es tenido por sabio; cuando cierra los labios, por prudente”.

Si hay algo que queremos comentar de la vida de alguien más, que esté compuesto de palabras que afirman y edifican a la persona. De otra manera, lo mejor es callar. Recuerda que, cuando revelamos los secretos de alguien más, es imposible retomar las palabras dichas. 

Un autor anónimo cuenta la historia de una persona que repitió un rumor sobre un vecino. Pronto, toda la comunidad escuchó el rumor. Más tarde, la persona que difundió el rumor se enteró de que lo que había dicho era falso. Lo lamentó mucho y acudió a un anciano de la comunidad reconocido como un hombre sabio para buscar consejo.

Se requiere la sabiduría de Dios para servir a tu iglesia con integridad al no divulgar la vida privada de tus hermanas en la fe

El anciano le dijo: “Ve a tu casa y saca una almohada de plumas afuera. Ábrela y esparce las plumas; luego vuelve conmigo mañana”. El hombre hizo lo que el anciano le ordenó. Al día siguiente, visitó al anciano y este le dijo: “Ve a recoger las plumas que dispersaste ayer y tráelas”. El hombre fue a su casa y buscó las plumas, pero el viento se las había llevado. Volviendo al anciano, admitió: “No pude encontrar ninguna de las plumas que esparcí ayer”. “¿Ya ves?”, dijo el anciano, “es fácil dispersar las plumas pero imposible recuperarlas”.

Aunque este dicho ilustra una gran verdad, hay una fuente mucho más poderosa que nos revela la Verdad absoluta: la Palabra de Dios. Se requiere la sabiduría de Dios para servir a tu iglesia con integridad al no divulgar la vida privada de tus hermanas en la fe. Esta sabiduría es una virtud que se adquiere, pues no nacemos con ella (Pr. 4). ¿Cómo la recibimos? Cuando tememos a Dios (Pr 1:2-7), lo conocemos a través de Su Palabra, y entendemos la riqueza que descubrimos al escudriñarla y vivirla.

Dios reveló al profeta Isaías el nacimiento de alguien en quien reposaría el Espíritu de sabiduría que tú y yo necesitamos. Alguien a quien queremos imitar porque se deleitó en el temor de su Señor. El verdadero temor a Dios, el cual es el principio de la sabiduría, se demuestra cuando escogemos callar —no divulgar la vida de los demás— y cuando nos deleitamos en Aquel que prefirió callar nuestros secretos e iniquidades hasta la muerte, y muerte de cruz, nuestro Señor Jesucristo:

“Entonces un retoño brotará del tronco de Isaí, y un vástago dará fruto de sus raíces. Y reposará sobre Él el Espíritu del Señor, Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de poder, Espíritu de conocimiento y de temor del Señor. Él se deleitará en el temor del Señor, y no juzgará por lo que vean Sus ojos, ni sentenciará por lo que oigan Sus oídos”, Isaías 11:1-3.

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