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Cuando hablamos de humildad y ambición generalmente hablamos de una escena del crimen espiritual.  La ambición comienza como socia de la humildad, pero no quiere compartir el control, por lo que se genera una discusión entre ellas, la ambición se deja llevar y antes de que te des cuenta hay una escena del crimen en alguna parte. Pero he aquí un giro en la trama. ¿Hay algún momento en el que la ambición haya sido víctima de la humildad? Creo que sí lo hay y creo que tenemos que investigar esa escena del crimen también.

En Filipenses 2, la humildad de Cristo se muestra en sus acciones, “se hizo nada”, “tomó forma de siervo”, “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente”, que “haya pues en ustedes esta actitud” implica seguir un ejemplo de acción, intención, e iniciativa. La humildad de Cristo no restringió su objetivo, lo definió.

G. K. Chesterton vio este peligro entre los cristianos en el mundo social y económico del siglo XIX en Gran Bretaña. Lo llamó “la humildad en el lugar equivocado”. Chesterton hizo un llamamiento para dar una vuelta a la “vieja humildad”, diciendo:

La vieja humildad era un espolón que impedía que un hombre se detuviera; no un clavo en la bota que le impedía seguir. Pues la antigua humildad hacía que un hombre dudara acerca de sus esfuerzos, lo que podría hacerle trabajar más duro. Pero la nueva humildad hace que un hombre dude acerca de sus objetivos, lo que hará que deje de funcionar por completo. (Ortodoxia)

Cuando llegamos a ser demasiado humildes como para aspirar, hemos dejado de ser humildes. La humildad nunca debe ser una excusa para la inactividad. Debe restringir, pero nunca debe obstaculizar las ambiciones celosas y piadosas. La humildad proporciona las barreras de protección para nuestras aspiraciones, asegurando que permanecen en la carretera de Dios y son dirigidas hacia su gloria. Hablar de nuestros sueños, de cómo queremos pasar nuestra vida para Dios, no es orgulloso, es algo esencial. Si somos demasiado humildes como para soñar, entonces es posible que hayamos dejado que en nuestro interior se asiente la “nueva humildad” de Chesterton.

John Stott está en lo cierto:

Las ambiciones propias pueden ser muy modestas… Las ambiciones dirigidas hacia Dios, sin embargo, si se quiere que sean dignas, nunca pueden ser modestas. Hay algo inherentemente inadecuado en estimar pequeñas ambiciones hacia Dios. ¿Cómo podríamos no estar interesados de que Él adquiera un poco más de honor en el mundo? No. Una vez que tenemos claro que Dios es el Rey, entonces, nuestro anhelo es verlo coronado de gloria y honor, y que se le otorgue su verdadero lugar, el cual es el lugar supremo. Nos volvemos ambiciosos a causa de la extensión de su reino y la justicia en todas partes. (Mensaje del Sermón del Monte, pag 172-173) 

¿Está comprendiendo el cuadro? Alimentar la ambición piadosa está lejos de ser intrascendente. Sin ella, la exploración muere, la investigación se detiene, los niños se vuelven malcriados, la industria se derrumba, las causas fallan, las civilizaciones se desmoronan, el evangelio se detiene. No podemos dejar que todo eso suceda en nombre de la humildad. Si nuestras ambiciones son dignas de la gloria de Dios, nunca pueden ser modestas. El sirviente que es fiel con poco es fiel, precisamente porque tiene el ojo en lo mucho.

¿En dónde está puesto su ojo? ¿Qué está tratando de aprehender? ¿Qué está tratando de escalar y sobrepasar? Fije su mirada en lo que agrada a Dios y no deje que nada, ni siquiera la humildad fuera de lugar, socave la ambición que se necesita para llegar allí.


Publicado originalmente en Am I Called? Traducido por Carlos Andrés Franco Chacón. 
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