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Nunca ha sido más fácil tener una voz en la esfera pública. Prácticamente cualquier persona con acceso a Internet puede dar a conocer sus ideas y opiniones a cientos, miles o incluso millones de personas. Por supuesto, todavía existen formas más antiguas de comunicación impresa que tienen un gran número de seguidores: libros, diarios, revistas, boletines, entre otras. Parecería que más personas están hablando entre sí sobre más cosas que nunca.

¿O no será que simplemente estamos hablando el uno por encima del otro?

Siempre habrá personas que no estén de acuerdo. Eso no es necesariamente un problema. Siempre habrá gente que presente malos argumentos. Eso es inevitable. Pero si estamos interesados ​​en debatir ideas (no solo en destruir personas) y en persuadir (no solo en actuar), haremos nuestro mejor esfuerzo imperfecto por hablar y escribir de una manera que tenga como objetivo ser claros, mesurados y abiertos a la razón.

Por supuesto, esto es más fácil decirlo que hacerlo. Darle rienda suelta al enojo es fácil; cultivar una vida mental disciplinada es difícil.

Darle rienda suelta al enojo es fácil; cultivar una vida mental disciplinada es difícil

Entonces, ¿cómo es que perdemos el control? ¿Cómo es que la noble búsqueda de la verdad se convierte en un lío de sentimientos heridos y recriminaciones? ¿Cómo no se debe debatir ideas en público?

Estas son ocho malas ideas a la hora de comunicar nuestras ideas en público:

1. Tomarlo todo de manera personal

He aprendido a lo largo de los años que cualquier persona en cualquier lugar podría estar leyendo lo que escribo o escuchando lo que predico. Eso significa que trato de ser sensible al hecho de que personas con diferentes objeciones y experiencias pueden estar al otro lado de mi comunicación. No quiero alienar ni ofender innecesariamente. Sin embargo, ningún escritor u orador puede anticipar cada mala experiencia que alguien pueda asociar con lo que se dice. Todos hemos sufrido pérdidas y todos hemos sido heridos, algunos más que otros. La decencia humana básica dice: “Tratemos de no empeorar las cosas”. Al mismo tiempo, el sentido común básico dice: “No esperemos que todos los demás sepan todo lo que he pasado, y no leamos nuestras propias sensibilidades en los motivos o ideas de otra persona”. En otras palabras, trata de no lastimar a las personas y trata de no ser el tipo de persona que se hiere con facilidad.

2. Subirle el volumen a todo

Si quieres reunir un grupo leal de seguidores y apartar a la mayoría de las personas, sube el volumen de la retórica en todo lo que dices y escribes. Enójate con rapidez, regaña constantemente y asume cada causa con pasión. Podemos pensar que estamos cooperando con la causa al hacer que cada controversia suene como la Batalla de Gran Bretaña y que cada oponente luzca como el ojo malvado de Sauron, pero, al final, esa retórica suele ser contraproducente. La mayoría de las personas no quieren vivir en un estado de intensidad constante y la mayoría de los problemas no son tan importantes como detener a Hitler en su conquista de Europa. Si quieres ser un comunicador eficaz (a largo plazo), sube y baja en el registro emocional. Ahorra el volumen alto para cuando realmente lo necesites.

3. Asumir que tu experiencia es como realmente son las cosas

No debemos asumir que nuestra experiencia ha sido la experiencia de todos. Debemos tener cuidado de no presentar las suposiciones como hechos

La mayoría de nosotros lo hacemos hasta cierto punto: miramos el mundo imaginando que el mundo, tal como lo hemos experimentado, es lo normal. Si la mayor parte del tiempo nos han tratado de manera justa, asumimos que el mundo es bastante justo. Si hemos trabajado duro y hemos salido adelante, entendemos que otros deben poder hacer lo mismo. Si hemos visto una buena autoridad o hemos estado en posiciones de autoridad, tendemos a confiar en la autoridad. Por otro lado, si los que están en posiciones de autoridad nos han traicionado, tendemos a asumir lo peor de las personas en autoridad. Si nos han mentido y abusado, tendemos a ver abusadores e instigadores en cada esquina. Si nos han herido los cristianos conservadores, es posible que seamos especialmente cautelosos con el cristianismo conservador. Y así sucesivamente. Por supuesto, nuestras experiencias —buenas, malas y feas— pueden ser poderosos motivadores, empujándonos a protegernos contra errores teológicos o a hablar en contra de personas y patrones peligrosos. Pero no debemos asumir que nuestra experiencia ha sido la experiencia de todos. Debemos tener cuidado de no presentar las suposiciones como hechos. No debemos permitir que una maravillosa “normalidad” nos ciegue a la corrupción y el mal, ni debemos permitir que nuestra dolorosa “normalidad” coloree nuestra visión de tal manera que derribemos a personas que no merecen nuestra ira.

4. Negarte a tratar los matices

Los problemas complejos rara vez tienen explicaciones simples y con menor frecuencia tienen soluciones simples. Si las soluciones fueran fáciles, especialmente para los problemas que a todos les gustaría que cambiaran, probablemente ya se hubieran implementado. Las personas suelen tener varias capas, una mezcla de lo bueno, lo malo y todo lo demás. La historia suele ser complicada, llena de villanos que hacen algunas cosas bien y héroes que hacen algunas cosas mal. No siempre es sencillo explicar por qué las cosas son como son. Las explicaciones monocausales de los males sociales y las tendencias sociales rara vez son correctas. La mejor explicación para la forma en que las cosas son como son suele ser una combinación de elecciones personales, fuerzas culturales, suposiciones intelectuales, innovaciones tecnológicas y una asombrosa variedad de diferentes experiencias, oportunidades, dones, habilidades, ventajas y desventajas.

5. Hacer que todo tenga que ver con todo

Nuestra comunicación nunca será productiva si esperamos que cada artículo, cada publicación o cada libro diga todo lo tiene que ser dicho. Debemos poder concentrarnos en un tema, debate o idea específica sin insistir en que nuestros oponentes brinden una advertencia para cada posible excepción, un párrafo para cada posible herida y una respuesta a cada problema relacionado. Por supuesto, no queremos ignorar las diversas ideas conectadas (ver “matices” más arriba) o ser indiferentes a las diversas preguntas que la gente pueda plantear, pero tenemos que ser capaces de tratar racionalmente el tema en cuestión. Está bien hablar de una cosa a la vez.

6. Descartar a las personas y sus ideas debido a la identidad del grupo al cual pertenecen

Los malos argumentos son malos incluso cuando nuestra tribu los hace, y los buenos argumentos son buenos incluso cuando provienen del grupo en el que nos han dicho que no podemos confiar

Aunque el individualismo puede expresarse de manera peligrosa, también hay un buen tipo de individualismo. Como cristianos, creemos que cada persona está hecha a imagen de Dios, que cada persona es responsable de sus acciones y que cada persona se presentará como un individuo ante Dios. Sin duda, somos más que individuos. Ser hombre o mujer, estadounidense o paquistaní, un padre negro de clase alta o una madre soltera blanca de clase baja da forma a quiénes somos y cómo vemos las cosas. Pero no debemos descartar los argumentos de otras personas porque el que hace esos argumentos es hombre o mujer, negro o blanco, rico o pobre. Los malos argumentos son malos incluso cuando nuestra tribu los hace, y los buenos argumentos son buenos incluso cuando provienen del grupo en el que nos han dicho que no podemos confiar. Discute con ideas, no con estereotipos.

7. No prestar atención al tipo de comunicación que estás teniendo

A medida que la comunicación digital se ha vuelto más fácil, las líneas de demarcación entre los diferentes tipos de comunicación se han vuelto más borrosas. Esta confusión se puede encontrar en diferentes plataformas digitales (es decir, usar Twitter para debates intrincados y cargados de emociones), pero también se extiende hasta otras formas de comunicación completamente diferentes. Algunas personas me han dicho antes: “Leí ese artículo. ¿Es así como aconsejarías a alguien que está luchando con X?”. Pero un libro o una publicación se escribe para una audiencia general, no para una persona específica. Cuando hablamos en persona en un entorno privado, podemos hacer preguntas, leer gestos faciales, dar seguimiento, expresar simpatía, orar, escuchar la historia de alguien y reconocer el dolor. La comunicación pública no debe ser grosera e indiferente, pero siempre será impersonal hasta cierto punto. Cuando tenemos expectativas terapéuticas de todos los medios de discurso (tomándolos como rehenes de las necesidades emocionales de quienes escuchan o hablan), tratamos los libros, artículos, reseñas y sermones como encuentros privados, solo que en una escala mayor, en lugar de verlos como diferentes tipos de comunicación.

Las personas con las que no estoy de acuerdo siguen siendo personas reales

8. Olvidarte de que tus oponentes son personas reales

Estoy seguro de que he contado esta historia antes. Poco después de empezar a escribir en mi blog, escribí un artículo sarcástico sobre otro líder cristiano. Unos días después, estaba hablando en una conferencia y, para mi sorpresa, estaba compartiendo la plataforma con alguien que trabajaba con ese líder. El hombre me confrontó por lo que había escrito. A pesar de que no disfruté esa interacción, fue gracia del Señor para mí. Me recordó lo que debía haber sabido pero muchos de nosotros olvidamos: que las personas con las que no estoy de acuerdo siguen siendo personas reales. Estoy seguro de que no lo he hecho a la perfección, pero desde esa interacción hace más de una década, siempre he tratado de pensar mientras escribo o hablo: “¿Es esto lo que diría y cómo lo diría si esta persona o estas personas estuvieran en la habitación? ¿Me daría vergüenza encontrarme con esta persona en una conferencia la semana que viene?”. Eso no significa que no podamos desafiarnos entre nosotros en libros y publicaciones de blogs. No significa que no podamos decirnos cosas duras o incluso directas el uno al otro. Pero esa lección de hace muchos años cimentó en mi cerebro que aun las personas famosas (atletas, estrellas de cine, políticos, cristianos conocidos) son seres humanos de carne y hueso. Pueden ser mejores o peores de lo que creo, pero también tienen sentimientos y merecen respeto y decencia.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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