¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

No te fatigues en adquirir riquezas,
Deja de pensar en ellas.
Cuando pones tus ojos en ella, ya no está.
Porque la riqueza ciertamente se hace alas
Como águila que vuela hacia los cielos (Pr 23:4-5).

Es seguro que más de uno de nosotros haya proyectado alguna vez su vida profesional como corta y bastante exitosa. Algo así como «hacer la mayor cantidad de dinero en el menor tiempo posible para poder dedicarme (ahora sí) a lo que realmente me gusta o simplemente para ¡no hacer nada!». No es necesario que lo hayamos verbalizado alguna vez de jóvenes, pero es muy posible que más de una vez lo hemos pensado.

El acumular riquezas, bienes, suvenires, piedritas de la playa, comics, lapiceros o relojes es muy humano. Tenemos una fascinación por declarar como «nuestro» algo material de este planeta del Señor. Sabemos que estamos de paso, pero eso no nos quita las ganas de  adquirir algún tipo de propiedad material. Siempre quedamos sorprendidos y aprendemos mucho de lo que encontramos, por ejemplo, en una tumba antigua, en donde los deudos colocaron cuidadosamente objetos que fueron valiosos para el difunto mientras estuvo con vida. Basta saber que el arqueólogo Howard Carter encontró 5000 objetos preservados en la tumba de Tutankamón en 1922.

Hablar de los bienes materiales siempre tenderá a llevarnos a los extremos. Algunos lo quieren todo, mientras que otros pareciera que lo desprecian todo. Sin embargo, es importante aclarar que una de las demostraciones más evidentes de la necedad no radica en tener o no tener, sino en la forma en que administramos los bienes materiales.

El consejo del maestro de sabiduría en el encabezado es una de las advertencias más sutiles, pero también de las más claras que podemos encontrar con respecto a este tema tan humano. Las riquezas son tan efímeras y volátiles que no vale la pena cansarse para adquirirlas, mucho menos ocupar el tiempo pensando en ellas. Esta enseñanza es sutil porque pone el peso sobre el «deseo» y el «esfuerzo» por adquirir riqueza como un fin en sí mismo.

Las redes sociales han hecho que las vidas de quienes tienen mucho estén muy expuestas. Sin embargo, de las diez personas con las fortunas más grandes del mundo, ninguno de ellos tenía como meta principal ser solo un «recolector» de dinero para vivir la vida de los ricos y famosos. Cada uno de ellos hizo una contribución evidente a un área de la vida humana y recogió, como consecuencia, los dividendos materiales respectivos. No creo que se trate de personas que se «fatigan» adquiriendo «riquezas» y mucho menos que pierden el tiempo «pensando» en adquirir más mansiones y yates. Allí está el quid del asunto. 

Aquí radica la gran diferencia: mientras el necio añora riquezas y vivir la vida sin derramar una gotita de sudor, el sabio se vuelve diestro en lo que hace con esfuerzo y dedicación. ¿Cuál es el resultado?

  • Para el sabio: «¿Has visto un hombre diestro en su trabajo? Estará delante de los reyes; no estará delante de hombres sin importancia» (22:29). 
  • Para el necio: «No estés con los comilones de carne, porque el borracho y el glotón se empobrecerán, y la vagancia se vestirá de harapos» (23:21).

El maestro de sabiduría expone el peligro al que son llevados aquellos necios que se fatigan pensando en las riquezas como objetivo. En primer lugar, está el peligro de que la exacerbación de mi envidia me lleve a poner mi esperanza en objetos y acciones equivocados. El consejo es claro: «No envidie tu corazón a los pecadores, antes vive siempre en el temor del SEÑOR» (22:17).

El anhelo por tener lo de los demás es un corrosivo poderoso. Ese anhelo virulento hace que se desvanezcan los límites y se oscurezcan los principios de vida. Cuando eso se pierde, ocurren cosas como esta: «No muevas el lindero antiguo, ni entres en la heredad de los huérfanos, porque su Redentor es fuerte, Él defenderá su causa contra ti» (23:10). La injusticia indolente es la mayor demostración de la necedad envidiosa que va tras la riqueza sin límites. Por eso se nos dice que debemos vivir siempre en el temor del Señor, es decir, reconociendo Su soberanía sobre nuestras vidas.

En segundo lugar, la necedad de fijar nuestro objetivo en las riquezas hace que desviemos nuestra esperanza. Por eso el maestro de sabiduría dice a continuación: «Porque ciertamente hay un futuro, y tu esperanza no será cortada» (v. 18). El consejo de Pablo es útil y amplio en este momento:

A los ricos en este mundo, enséñales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, el cual nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos. Enséñales que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, generosos y prontos a compartir, acumulando para sí el tesoro de un buen fundamento para el futuro, para que puedan echar mano de lo que en verdad es vida (1 Ti 6:17-19).

Es evidente que las riquezas tienen poder para cambiar el sentido de nuestra esperanza, dejando de depositarla en el Señor para volvernos a lo que es volátil y pasajero. Por eso Pablo enfatiza que son inciertas y que nuestra esperanza está en Dios, quien nos regala la posibilidad de disfrutar de Sus bienes materiales. Al final, el único tesoro verdadero que nos podemos llevar es el del carácter forjado en buenas obras, el haber dejado la necedad y haber adquirido sabiduría para la gloria de Dios. 

Finalmente, si algo vamos a adquirir, el maestro de sabiduría nos presenta el mejor tip para la mejor inversión de nuestras vidas: «Compra la verdad y no la vendas, adquiere sabiduría, instrucción e inteligencia» (Pr 23:23). Más claro, ¡imposible!

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando