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¿Por qué hay algo en vez de nada?

Esa pequeña pregunta, a veces utilizada para burlarse de la especulación filosófica, apunta a un enigma real. Todos asumimos que las cosas con las que nos encontramos en el mundo —mesas y árboles, gatos y kazoos— siempre tienen una causa. Para cada objeto que existe, creemos que hay algo que da cuenta de su existencia, alguna historia que lo explica.

Pero, ¿hay una historia que explique no solo la existencia de esas cosas en particular, sino de absolutamente todo? ¿Necesita el cosmos en sí mismo una causa?

La historia de decir que el universo necesita una causa es larga y honorable, encontrada en los antiguos filósofos griegos y llevada hasta el presente pasando por la Edad Media. El universo no necesitaba existir… podría no haber absolutamente nada. El hecho de que hay algo en vez de nada, sin embargo, requiere una explicación, una explicación causal. Los argumentos que intentan establecer a Dios como la mejor explicación para la existencia del universo se conocen como argumentos cosmológicos.

Argumentos cosmológicos

Existen dos tipos principales de argumentos cosmológicos. Los primeros enfatizan la dependencia y contingencia del universo. Este no se provocó a sí mismo, así que es dependiente. Tampoco es la clase de cosa que tenía que existir. Existe, pero podría no existir, y a eso nos referimos con contingente. Como algo dependiente y contingente, el universo requiere una causa, y para explicar todas las cosas contingentes y dependientes, la causa debe ser algo necesario e independiente… y así es como la teología cristiana describe a Dios. Una ventaja de este argumento es que funciona ya sea que el universo haya tenido un principio en el tiempo o siempre haya existido. Lo importante es que el universo es contingente, no si tuvo un inicio o cuándo fue este inicio.

La segunda clase de argumento se enfoca en que el universo tiene un principio, y en que cuando algo comienza a existir necesita una causa. El argumento cosmológico kalam es el ejemplo más famoso de este razonamiento y actualmente es el más popular. Parte de su éxito contemporáneo es el amplio acuerdo entre los cosmólogos de que el universo comenzó en un tiempo finito en el pasado, perspectiva que reemplazó el modelo de estado estacionario eterno prevalente hasta principios-mediados del siglo XX. El modelo del Big Bang, propuesto inicialmente por el sacerdote católico belga Georges Lemaître, parece encajar bastante bien con el registro de la creación en Génesis, el cual los cristianos han entendido tradicionalmente que enseña que Dios habló para que el mundo fuera creado ex nihilo (“de la nada”).

Críticas a los argumentos cosmológicos

No sorprende que los escépticos han criticado ambos tipos de argumentos.

Muchos han cuestionado la inferencia de que el universo necesita una causa. Aunque algunas objeciones son bastante técnicas, la mayoría tiene varios elementos básicos en común. El primero es cuestionar el hecho de que sabemos algo acerca de lo que se necesita para traer a existencia el universo. Por ejemplo, algunos dicen que no tenemos experiencia relevante que podamos aplicar a la pregunta sobre los orígenes del universo. Debido a que la ciencia se hace a través de la inducción, construyendo probabilidades basadas en observaciones repetidas, simplemente no puede abordar la pregunta de qué es lo que puede ocasionar un cosmos. Nunca hemos observado un universo empezando a existir, así que simplemente no podemos decir lo que se necesita (si es que algo se necesita) para causarlo. Los únicos comienzos con los que estamos familiarizados tienen que ver con cosas dentro del universo, nunca con el universo como un todo. De manera similar, algunos dicen que no tenemos experiencia alguna con los comienzos; todo lo que vemos es simplemente un reacomodo de material que existía previamente, no un comienzo en realidad sino una nueva mezcla de los protones, neutrones, y electrones que ya existían.

Otros escépticos quizá permitan que el universo necesite una causa, pero mantienen que, si es así, no hay nada que requiera que esa causa sea personal o inteligente. El modelo del multiverso, que dice que legiones incalculables de universos están surgiendo de un mecanismo inflacionario, es un ejemplo de una causa impersonal. La causa tras nuestro universo podría ser un estado previo de una colección de materia oscilante, explotando y colapsando y explotando otra vez desde la eternidad pasada. Eso sería una causa, pero la causa estaría de alguna manera integrada en el universo mismo.

Cómo deberían argumentar los cristianos

¿Qué debemos concluir de todo esto? ¿Necesita el universo una causa? Podría ser mucho esperar una respuesta definitiva. Es difícil imaginar evidencia científica concluyente o un argumento filosófico irrefutable; la ciencia siempre se quedará corta, ya que la pregunta involucra cosas que no son observables. ¿Podemos trascender el universo y mirarlo desde afuera?

Por frustrante que sea para la apologética, nos servirá más reconocer que siempre será posible levantar objeciones razonables a ambas posiciones. En lugar de buscar demostrar a un escéptico que tiene que haber un Dios porque el universo necesita una causa, un abordaje más prometedor sería mostrar que la creencia en una causa divina para la existencia del cosmos es razonable a la luz de todo lo que conocemos, y que las objeciones en contra del Creador también tienen incertidumbres.

Como dice el apóstol Pablo: “Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque son cosas que se disciernen espiritualmente” (1 Cor. 2:14). Como hijos de Dios iluminados por el Espíritu de Dios, vemos correctamente la mano del Creador sobre toda la realidad. Y nuestro abordaje más prometedor podría ser invitar a otros a ver las cosas de la misma manera: no intentar demostrar la existencia de Dios más allá de cualquier duda, sino presentar el poder intelectual y la coherencia duraderos de la perspectiva cristiana, y pedirle a Dios que abra sus ojos a la realidad de Su gloria.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por el Equipo Coalición.
Nota del editor: 

Este artículo fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton.

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