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Camina aparentemente tímido pero, en realidad, está secretamente furioso. Era de los que hacían todo «bien», un «buen muchacho», «servidor» en la congregación, en la flor de la vida. Dios eligió quitarle algo que este joven no sabía que amaba tanto y que destaparía un torrente de falsos dioses. Anoche confesó que lo que tenía con Dios era un «trato», estaba sirviéndole porque sonaba a buen negocio: yo me porto bien y Tú me bendices (a la manera que él pensaba, claro… salud, carrera, dinero, etc). Ahora eso se desmanteló y para él ya no tiene sentido seguir en esto del cristianismo porque no «funciona».

Dios es misterioso y un tanto impredecible, pero Su carácter revelado en la Escritura y en la persona de Su precioso Hijo, nos muestra claramente que cuando Él ha elegido una vida, no descansará hasta moldearla a Su Imagen y hacerla feliz en Él.[1] Aun cuando esto implique arrancar partes amadas que dolerán en mil maneras. Dios jamás se ha prestado para negocios mezquinos que te dejen con menos que Él mismo.

Este muchacho está luchando y se ve como en un barco entre olas violentas. Es una mezcla entre rabia, frustración, temor y vergüenza… vergüenza porque piensa que no «debería» sentir todas esas emociones… pero Dios las conoce por completo, aun antes de que las haya pensado, y puede con todo lo que traigas.[2] Él ve y desea tenerte cerca, en serio.

Hace años, cuando nuestra hija pequeña —en ese momento de seis años— acababa de llegar a casa (es nuestra por medio de la adopción) se enojó conmigo en el supermercado y empezó a esconderse de mí. Yo le dije con fuerza: «Este lugar está lleno de gente extraña y no puedes estar lejos de mí. Aun si estás brava, te quiero cerca. ¡Brava, pero aquí!», y le señalé con mi dedo el piso al lado mío. Ella no tenía conocimiento previo para saber que «afuera» había peligro y que debía permanecer cerca, pero ahora era nuestra y era nuestro deber protegerla incluso de ella misma.[3]

Sí, perdiste mucho, tu vida no luce como pensabas que luciría, hay dolor y todo cuesta el doble de lo que presupuestaste. Aun así, tratar de seguir en tus propias fuerzas, apartado del Señor, no rendirá nunca los dividendos que esperas. Jamás encontrarás alivio afuera del que anda detrás de tu corazón. Dios puede con todo el desorden de emociones que traes. Dios entiende tus carreras en el supermercado, tus preguntas, ve tus escondites y los altares que construyes para otros dioses… y aún te espera, porque nadie te ama más.[4] Cualquier balance final que no sea Jesús como centro de tu vida, es pérdida. Tu medida no es la de este mundo y Dios no medirá esfuerzos con tal de tener lo que más importa: tu corazón.

Vengan, volvamos al SEÑOR.
Pues Él nos ha desgarrado, pero nos sanará;
Nos ha herido, pero nos vendará (Os 6:1).

Él conoce nuestra condición;
sabe que somos de barro (Sal 103:14 NVI).


[1] Fil 1:6; Sal 138:8.
[2] Sal 139:4-5; Mt 11:28-30.
[3] Jn 15:5.
[4] Ro 8:28-39.
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