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El famoso himno de la iglesia, “Maravilloso es el gran amor”, contiene una línea que hace una afirmación estremecedora: “Oh maravilla de su amor, por mí murió el Salvador*”. ¿Es correcto decir que Dios murió en la cruz?

Este tipo de expresión es popular en la himnografía y en algunas conversaciones. Así que aunque tengo escrúpulos sobre el himno, y me molesta la expresión, creo que la entiendo, y existe una manera de darle indulgencia.

Creemos que Jesucristo fue Dios encarnado. También creemos que Jesucristo murió en la cruz. Si decimos que Dios murió en la cruz, y si por eso queremos decir que la naturaleza divina pereció, nos hemos pasado de la línea hacia una seria herejía. De hecho, dos herejías relacionadas con este problema surgieron en los primeros siglos de la iglesia: teopasianismo y patripasianismo. La primera de ellas, el teopasianismo, enseña que Dios mismo sufrió la muerte en la cruz. El patripasianismo indica que el Padre sufrió vicariamente por medio del sufrimiento de su Hijo. Ambas herejías fueron rotundamente rechazadas por la Iglesia, por la razón de que categóricamente niegan el mismo carácter y naturaleza de Dios, incluyendo su inmutabilidad. No hay ningún cambio en la naturaleza sustantiva o el carácter de Dios en ningún momento.

Dios no solo creó el universo, sino que lo sostiene mediante el mismo poder de su ser. Como Pablo dijo: “Porque en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch. 17:28). Si el ser de Dios cesara por un segundo, el universo desaparecería y dejaría de existir, porque nada puede existir aparte del poder sustentador de Dios. Si Dios muere, todo muere con Él. Obviamente, entonces, Dios no pudo haber perecido en la cruz.

Algunos dicen: “Fue la segunda persona de la Trinidad quien murió”. Eso sería una mutación dentro del mismo ser de Dios, porque cuando miramos a la Trinidad, decimos que los tres son uno en esencia, y que aunque hay distinciones personales entre las personas de la Divinidad, tales distinciones no son esenciales en el sentido de que son diferencias en ser. La muerte es algo que implicaría un cambio en el ser.

Deberíamos encogernos en horror ante la idea de que Dios realmente murió en la cruz. La expiación fue hecha por la naturaleza humana de Cristo. De alguna forma la gente tiende a pensar que esto disminuye la dignidad o el valor del acto sustitutivo, como si de alguna manera estuviéramos negando implícitamente la deidad de Cristo. Dios no lo quiera. Es el Dios-Hombre que muere, pero la muerte es algo que solo es experimentada por la naturaleza humana, porque la naturaleza divina no es capaz de experimentar la muerte.


*En ingles: “Que tú, Dios mío, hayas muerto por mí”.

Este extracto es tomado de The Truth of the Cross, de R.C. Sproul.
Publicado originalmente en Ligonier. Traducido por Diana Rodríguez.
Imagen: Lightstock.
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