¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×
Nota del editor: 

Este artículo apareció también en nuestra Revista Coalición: Imago Dei. Descárgala gratis desde aquí.

DESCARGA LA REVISTA AQUÍ

Amo los Juegos Olímpicos. Me levanto temprano y me quedo despierto hasta tarde para ver todo lo posible en tiempo real. Como familia, averiguamos varias plataformas periodísticas y por dos semanas, veíamos algo de los Juegos Olímpicos casi todo el tiempo. Enfrentaría nuestro conocimiento de nado olímpico y (en especial) atletismo en contra de cualquiera. Soy un fanático de las Olimpíadas.

Pero algo fue diferente esta vez. Juzgando por conversaciones con muchos otros, no soy la única persona que lo ha notado.

Era imposible ver dos semanas de los Juegos Olímpicos, o a veces tan solo dos minutos, sin ser catequizado en las verdades inviolables de la revolución sexual. Vi partes de la Eurocopa a principios del verano y cualquiera hubiese pensado que todo el evento era un comercial de banderas arcoíris. Sin embargo, la envoltura de los Juegos Olímpicos fue aún más deliberada. Cada día nos enseñaron a celebrar a hombres levantando pesas como mujeres o a sonreír cuando un clavadista hablaba de su esposo. Era casi seguro que cada pausa comercial contaría con una pareja del mismo sexo, un hombre maquillándose o una oda genérica al individualismo expresivo. Por supuesto, Megan Rapinoe y Sue Bird eran casi omnipresentes. Si los Estados Unidos solía tratar sobre la maternidad y el pastel de manzana, ahora tiene que ver con «personas que dan a luz» y de las estrellas del fútbol lesbianas vendiendo sándwiches de Subway.

A este punto, algunos objetarán que el último párrafo está lleno de una mezcla tóxica de homofobia, heteronormatividad, privilegio cisgénero y una serie de otros términos que eran casi desconocidos hasta hace cinco minutos. Sin embargo, esas etiquetas no son argumentos en contra de la moral sexual bíblica; representan suposiciones poderosas de que ninguna persona decente podría creer que la homosexualidad es un comportamiento pecaminoso, que el matrimonio es entre un hombre y una mujer, y que cambiar de género es un signo de confusión en vez de valentía. Lo que la cadena televisiva presentaba como heroico y maravilloso, casi todo el Occidente cristiano lo consideró incorrecto y problemático por 2000 años. En lugar de deconstruir las creencias que han marcado al cristianismo durante dos milenios, ¿es posible que queramos deconstruir la jerga académica que nuestra cultura ha llegado a afirmar en mi época? Recuerda, fue en el 2008 que Barack Obama dijo que no apoyaba el matrimonio de parejas del mismo sexo, no en los días oscuros de la Edad Media.

El mundo en general no está tentando a los jóvenes con las bendiciones de la castidad y la asistencia a la iglesia

Sé que la iglesia hoy enfrenta muchos problemas. En algunos contextos, puede haber una falta de amor hacia los extranjeros, una fascinación por las teorías de conspiración o una tentación hacia las formas idólatras de nacionalismo cristiano. Pudieras pensar que la marcha de la revolución sexual que viene avanzando todavía está lejos en la distancia, un problema en otra ciudad, no en la tuya.

Pero ya nadie vive en una ciudad aislada y el mundo en general no está tentando a los jóvenes con las bendiciones de la castidad y la asistencia a la iglesia. Las personas mayores que yo pueden tener suficiente madurez cristiana y memoria cultural para desviar la mirada ante el bombardeo continuo de la revolución sexual. Pero si eres un Millennial o Gen Z (o lo que sea que venga después), es probable que tu primer instinto sea estar más molesto con los cristianos que critican los besos de Megan y Sue que con el hecho de que sus besos son, de manera demostrable, no cristianos.

Vale la pena recordar la famosa definición de David Well: la mundanalidad es lo que hace que la rectitud moral parezca extraña y el pecado normal. Esta es la realidad que enfrentan todos los cristianos en Occidente: el dinero, el poder y el prestigio de los principales medios de comunicación, los grandes deportes, las grandes empresas, la gran tecnología y casi todas las instituciones de educación y entretenimiento están dedicados en hacer que el pecado parezca normal. No te equivoques: no importa cuán buena sea tu iglesia, no importa cuán fuerte sea tu familia, no importa cuán centrada en el evangelio es tu escuela cristiana o la educación en el hogar, si tus hijos y nietos están remotamente involucrados con la cultura contemporánea (y lo están), están siendo enseñado por mil memes y mensajes cada semana a rendir homenaje a la bandera arcoíris.

La familia, iglesia y escuela cristianas no deben asumir que las próximas generaciones aceptarán las conclusiones que parecen tan obvias para las generaciones anteriores. Debemos hablar sobre las cosas de las cuales nuestros hijos ya están hablando entre ellos. Debemos discipular. Debemos ser contraculturales. Debemos prepararlos para amar y enseñarles lo que realmente significa el amor bíblico. Debemos transmitir las creencias correctas y las razones correctas sobre esas creencias.

La mundanalidad es lo que hace que la justicia parezca extraña y el pecado normal

Debemos preparar a nuestros hijos y estar preparados nosotros mismos, para el costo de seguir a Cristo (Lc 9:23). El Jesús que afirmó que el matrimonio era entre un hombre y una mujer (Mt 19: 4-6), el Jesús que advirtió de la porneia interior (Mr 7:20-23), el Jesús que advirtió contra vivir para agradar a los demás (Jn 12:43), es el Jesús que exige nuestra lealtad completa (Mt 28:20).

El mundo ya está ocupado promoviendo su catecismo. La única pregunta es si nos ocuparemos de promocionar el nuestro.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando