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No lo digo yo; lo dijo el Señor: “Mirad, pues, cómo oís…” (Lc. 8:18a). Se lo dijo a sus discípulos (véanse los vv. 9 y ss.). Y, sin duda, se lo dice a sus discípulos hoy – a nosotros, si somos discípulos suyos. Y no solo a sus discípulos; es una exhortación necesaria, urgente, para todos los que oyen la Palabra de Dios y el evangelio: “Mirad…cómo oís”. Oír es necesario – “la fe es por el oír” (Ro. 10:17) – pero no es suficiente; tenemos que tener cuidado de cómo oímos. ¿Cómo debemos oír? Aquí van siete palabras clave:

1.Preparación

¿Te preparas para oír la Palabra de Dios? ¿Acaso la Palabra de Dios no merece que nos preparemos para oírla, para escucharla? Pero ¿cómo? ¿Cómo nos preparamos? Abre tu Biblia y, antes de empezar a leer, eleva al Señor una oración breve, sencilla, ferviente: “Señor, ¡háblame!” El sábado por la noche acuéstate un poco antes; resiste esas pequeñas tentaciones; descansa, para que en el día del Señor, en la casa del Señor, puedas dar lo mejor de ti a la Palabra de Dios. Y cuando el predicador esté a punto de empezar a predicar, ¡prepárate para escuchar la Palabra con todo tu ser!

2.Reverencia

Cada día oímos, escuchamos y leemos muchas palabras. Pero, ¡no hay nada como la Palabra de Dios! ¡Es única! Hay otras palabras que merecen nuestro interés y nuestra atención, pero ella, la Palabra de Dios, es digna de nuestra reverencia. ¿Qué es la reverencia? Incluye el respeto, el temor santo y el asombro. Viene de ser conscientes delante de quién, y delante de la Palabra de quién, estamos. ¡Oír la Palabra de Dios es oír a Dios hablándonos! El predicador es un pecador; sus palabras no son Palabra de Dios sin mezcla. Pero si lo que dice es fiel a la Palabra de Dios, debemos escuchar con reverencia.

3.Expectación

¿Oyes con expectación? No con esa expectación demasiado humana: “A ver qué nos va a decir el pastor hoy”, como si de una mera curiosidad medio aburrida se tratase: “A ver si merece la pena que nos quedemos despiertos hoy”. ¿Te acuerdas de la visita del apóstol Pedro a la casa de Cornelio? ¿Qué fue lo que encontró Pedro al entrar en aquella casa en Cesarea? Pues, ¡un montón de gente expectante! Cornelio hizo de portavoz de todos ellos: “Todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado” (Hch. 10:33b). ¡Sería difícil encontrar un mejor ejemplo de expectación ante la Palabra de Dios! ¿Sería porque el ángel le había dicho a Cornelio acerca de Pedro: “Él te hablará palabras por las cuales serás salvo tú, y toda tu casa” (Hch. 11:14)? ¡Nada como una promesa de salvación para despertar expectación!, ¿verdad? Pero ¿y nosotros?

4.Atención

¿Has notado lo difícil que resulta en ocasiones el estar atento a la Palabra de Dios? ¡Es como si de repente Satanás sacara toda su artillería en contra de nosotros! Hay distracciones fuera de nosotros: los ruidos de la calle; ese niño que no para de llorar – ¿por qué no lo callan de una vez?; en el aire, un mosquito; en el suelo, una araña – ¡no me gustan las arañas!; las abuelitas con sus toses y con sus caramelos; etc. Y hay distracciones dentro de nosotros: ese problema que estamos viviendo, que no nos deja en paz; la angustia que produce la falta de dinero; ¡el hambre que tengo!; la discusión que tuve con mi esposa viniendo para la iglesia – ¡es que siempre me hace llegar tarde!; etc. Pero ¡despierta! ¡Esto es una guerra! ¡¿Tú crees que el enemigo quiere que prestes atención a la poderosa Palabra de Dios?! ¡No! ¡Date cuenta de lo que está pasando, clama al Señor en tu corazón y concéntrate! ¡No hay nada en este mundo que más merezca nuestra plena atención que la Palabra de Dios!

5.Discernimiento

Por desgracia, no todo lo que dicen los predicadores es Palabra de Dios; no todo es fiel a la Biblia y al evangelio. Hay predicadores malos y muy malos. Y los que son buenos, o incluso muy buenos, pueden tener un mal día o meter la pata. ¿Cuál es la responsabilidad del oyente? Escuchar, pensar, analizar, pesar la predicación en la balanza de la Palabra de Dios y de la sana doctrina. ¿No fue eso lo que hicieron aquellos nobles bereanos, ¡incluso con alguien tan fiel como el apóstol Pablo!: “Recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hch. 17:11). Pero ¡¿cómo se atrevieron a hacer eso con el apóstol Pablo?! Pues, según Lucas, era eso lo que les hacía verdaderamente “nobles”. No les hacemos ningún favor a nuestros predicadores tratándoles como si estuviesen por encima de cualquier examen. ¿Cuál es una de las diferencias entre un predicador malo y uno bueno? El malo, si lo cuestionas, se enfada; el bueno se alegra, porque quiere que sus oyentes crezcan en discernimiento.

6.Humildad

Ante la Palabra de Dios no cabe el orgullo. No cabe, pero existe. Creemos que sabemos más de lo que sabemos, que los que nos predican difícilmente nos dirán algo que no sepamos ya. Y cuando algún predicador se atreve a dar una opinión distinta de la nuestra, en vez de estar abiertos a ser corregidos, dejamos de escuchar y empezamos a hacer una lista mental de todos nuestros brillantes argumentos en contra de lo que está diciendo el predicador. Y cuando se nos sugiere que en algo tenemos que cambiar, ¡con eso ya pasamos al partido de la oposición en la iglesia! Es pertinente la exhortación de Santiago: “Recibid con mansedumbre la palabra implantada…” (Stg. 1:21b).

7.Compromiso

Hablando de Santiago, es él también el que nos exhorta a ser “hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores…” (Stg. 1:22). Una parte importante de escuchar bien la Palabra de Dios es escucharla con el deseo de entenderla y con la intención de ponerla por obra. ¡Cualquier otra actitud es pura hipocresía! Si somos sinceros, aunque a veces nos cueste entender una predicación o una parte de la Biblia – hay cosas “difíciles de entender” (2 P. 3:16) – sin embargo, creo que nuestro problema número uno no es intelectual, sino moral. ¡Entendemos perfectamente lo que dice el predicador, y el Señor a través de él, pero no nos gusta y no lo queremos hacer! Si es así, ¿qué hay de nuestro compromiso con la Palabra de Dios?

Conclusión

Se podrían añadir más cosas a la lista, pero que estas nos sirvan de reflexión inicial sobre la cuestión de cómo debemos oír o escuchar la Palabra de Dios: (1) Debemos prepararnos para escucharla; (2) Debemos escucharla con reverencia; (3) Debemos escucharla con expectación; (4) Debemos escucharla con atención; (5) Debemos escucharla con discernimiento; (6) Debemos escucharla con humildad; y: (7) Debemos estar comprometidos a ponerla por obra en nuestras vidas. “Mirad…cómo oís” (Lc. 8:18a). Sí, ¡miremos cómo oímos!

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