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Siempre he luchado con el arrepentimiento. Por muchas razones. No me gusta reconocer que estoy equivocado. No me gusta mostrarles a otras personas que soy débil, que tengo luchas y que necesito ayuda. Y tampoco me gusta sentirme desprotegido o vulnerable en frente de ellas. Sin embargo, como dice el pastor Matt Chandler, “Para que el evangelio sea buena noticias tiene que invadir espacios oscuros”. Al aceptar el evangelio, reconocemos que nuestros corazones son oscuros y que tenemos que cambiar (2 Co. 4:6). Por lo tanto, el arrepentimiento no solo nos debe llevar a una entendimiento correcto de quiénes somos (pecadores necesitados de la gracia), pero también a un entendimiento de quiénes llegamos a ser en Cristo.

He aprendido que mientras más confieso mi pecado, más crezco en la semejanza de Cristo. Al confesar mis pecados, estoy reconociendo que necesito ser santo, pero que no lo puedo hacer por mis propias obras o esfuerzos (Ro. 3:10). También estoy reconociendo que Cristo realmente es la única persona Santa, y al aceptarlo a Él como el centro de mi vida como Señor y Salvador, Su santidad se vuelve mi santidad (2 Co. 5:21). Él mismo es mi santidad. Entonces, el arrepentimiento es el método por el cual puedo parecerme más a Cristo. Mientras más confieso mi pecado, más me parezco a Cristo. Es una renovación espiritual radical.

El arrepentimiento no es un acto que se hace una sola vez. Si reconocemos que todos somos imperfectos —aun siendo salvos— debemos también reconocer que el arrepentimiento no es un acto que solo hacemos al “aceptar” a Cristo y convertirnos en cristianos; es una práctica continua, es una dinámica espiritual que cada cristiano debe practicar para crecer en su propia santidad y santificación (Mat. 3:8).

Entonces, ¿por qué debemos practicar el arrepentimiento de una manera profunda y continua?

En su Manual para plantadores de iglesias, Tim Keller observa que el plantador de iglesias —y también cualquier cristiano— debe practicar el arrepentimiento para experimentar una renovación espiritual y crecer en semejanza a Cristo. Aquí están sus 3 razones por las que debemos practicar el arrepentimiento:

1. Para reconocer el pecado que invade nuestras vidas.

En primer lugar, el Espíritu Santo conduce a la persona a un profundo nivel de arrepentimiento. Una parte del arrepentimiento es ubicar la voluntad en contra de la conducta pecaminosa. Pero en la renovación espiritual sus ojos se abren para ver formas más profundas y sutiles de carnalidad en su corazón de donde surge la conducta pecaminosa, actitudes enraizadas en su alma y valores que sirven como formas de obras de auto justificación y voluntad carnal.

2. Porque nuestros corazones siempre se fijan en otras cosas.

Todos los cristianos conservan formas de intentos por controlar sus propias vidas por medio de estratagemas residuales de auto salvación, maneras de continuar la búsqueda de ser aceptados por nuestros esfuerzos. Para ello fijamos nuestros corazones en cosas creadas como el trabajo, amor, posesiones, romance, fama y otras como esas.

¿Por qué los cristianos hacen esto? Por la misma razón que lo hacen los no cristianos.

El mundo rechaza la idea de que a) somos pecadores completamente inhábiles e impotentes y que b) la salvación es totalmente gratuita e inmerecida. Si eso es verdad, entonces él debe ser absoluto Señor. Romanos 1 nos dice que el conocimiento de Dios es innato, pero que los hombres desearon mantener el misterio de sus propias vidas de manera que rechazaron darle el nivel de agradecimiento que le correspondía. En su lugar alabaron lo creado como si fueran su salvación desviando la verdad de nuestra absoluta dependencia en él.

3. Para sentir un hambre mayor por el amor y la presencia de Dios.

La renovación espiritual no comienza por simplemente darse cuenta que uno se preocupa demasiado o se enoja, o es egoísta o tiene malos hábitos. La renovación espiritual comienza cuando el Espíritu no muestra por qué tenemos ese particular pecado que practicamos. Comienza cuando empezamos a ver que nuestros problemas vienen por nuestra resistencia a la idea de la gracia, de que estamos llenos de auto justificación y, por lo tanto de una voluntad carnal. El avivamiento siempre requiere que se abandonen los ídolos (Jueces 10:10-16; Éxodo 33:1-6). En la medida que esta obra del arrepentimiento progresa, el cristiano comienza a sentir un hambre mayor por el amor y la presencia de Dios.

Recuerda una última cosa: la marca de un cristiano no es la perfección, sino la confesión. La próxima vez que caigas en pecado, no huyas de Dios. Él sabe lo que hiciste. Lo sabía desde el principio del tiempo (Ef. 1:4). Por eso envió a Jesús a morir por ti. Así que mejor corre directamente a Él, confiesa tus pecados, y confía que Él es suficiente para tu salvación y tu santificación.

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