He sido hipocondríaco desde pequeño. Cuando tenía nueve años, una epidemia de meningitis surgió entre menores de edad de mi país, España. Cada mañana me levantaba para ver el noticiero, revisar las estadísticas de infectados, y escuchar las advertencias que daban los reporteros.
Cuando comenzaban a listar los síntomas, mi hipocondría me convencía de que yo los tenía. El día que hablaron del vómito, lo expulsé en el suelo ante la mirada atónita de mis padres. En 1997, a mis once años, la plaga de las vacas locas comenzó en el Reino Unido. Durante un año entero no consumí ni una hamburguesa.
Mis primeros años en el ministerio pastoral
Pasaron los años y mi hipocondría continuaba. En cuanto sentía cualquier síntoma insignificante, inmediatamente entraba a la página WebMD, leía los padecimientos relacionados con los síntomas que sentía y siempre aparecía una enfermedad terminal que acabaría con mi vida. Durante días me encerraba en una habitación desalentado y orando a Dios por sanidad. Mi esposa me miraba con incredulidad y me preguntaba si quería comer.
Llegamos al año 2013. Durante mis primeros años de ministerio pastoral, Dios comenzó a revelarme en los Evangelios la completa autoridad de Jesús sobre la enfermedad y la muerte. Leyendo el libro de Job, descubrí que Dios permite enfermedades e incluso la muerte para Su gloria y nuestro bien. Al leer las epístolas, entendí que Pablo experimentó poderosamente la gracia de Dios durante el sufrimiento.
Estas y otras enseñanzas me llevaron a comprender mejor la soberanía de Dios en medio del dolor y la aflicción. El miedo a contraer una enfermedad desapareció y celebré la victoria sobre este enemigo que me angustiaba desde niño. Incluso, en varios sermones, hablé sobre cómo entender la completa soberanía de Dios me dio victoria sobre mi miedo a la enfermedad y la muerte.
Mi reacción ante el coronavirus
Jueves, 27 de febrero de 2020. Me siento en mi oficina y en cuanto abro la página de uno de mis periódicos digitales favoritos, leo: “Primer caso de coronavirus en Sevilla”. Repentinamente, el miedo que no había experimentado desde el 2013 vino sobre mí una vez más.
La completa soberanía de Dios me dio victoria sobre mi miedo a la enfermedad y la muerte
Me sorprendió. No me lo esperaba. Mi mente comenzó a correr a mil por hora: ¿Podría contraer yo el virus? Un momento, llevo días con síntomas de un resfriado. ¿Tendré ya el virus? Inmediatamente, aplico el distanciamiento social que todavía no era requerido.
Casualmente, en dos semanas tenía que ir a Cuba y a los Estados Unidos para llevar capacitaciones del ministerio con el que sirvo. ¿Debería quedarme en casa? ¿Y si me contagio en el avión? La batalla por mi mente continuó durante horas y días. El miedo y la duda inundaron mi mente.
En esta ocasión, el enemigo parecía más grande que nunca. En el 2010, tenía que llegar a mi oficina, abrir mi ordenador, y buscar los síntomas en la página de WebMD. Pero ahora lo podía hacer en un teléfono móvil y cada vez que accedía a las noticias, el miedo incrementaba exponencialmente.
Dos semanas después, mientras estaba en el aeropuerto de Madrid, mi viejo enemigo regresó más grande y fuerte. Me hospedé en un hotel con cuarenta pastores de una decena de países y el temor latente al contagio continuaba en mí.
Al momento de escribir estas palabras (hace unas semanas) estoy de vuelta en casa, antes del tiempo previsto, debido a las restricciones gubernamentales. Como sabrás, España es uno de los países más afectados; esta situación pone a prueba mi confianza en Dios como muy pocas cosas lo han hecho. Pero a pesar de los miedos y las frustraciones sobre mí mismo, Dios obra en mi corazón a través de esta crisis global.
Mi reacción ante el poder de Dios
A veces pienso en lo vergonzoso que resulta ver a un pastor con miedos como estos. Sin embargo, me gozo al ver cómo Dios me reta y transforma por medio de estos momentos agridulces. Indudablemente, lo que más me frustra de este miedo es que pensé que era algo del pasado.
A pesar de los miedos y las frustraciones sobre mí mismo, Dios obra en mi corazón a través de esta crisis global
Sin embargo, puedo decir confiadamente que esta crisis me lleva a depender de Dios, al arrepentimiento por dudar de Él, y a volver a confiar en sus promesas. Despierto por las noches para orar con más fervor sobre mis temores, pero también pido por las necesidades de los miembros de nuestra iglesia.
Esta situación me obliga a vivir las verdades que aprendo sobre Dios y me hace descansar en su providencia. En esta crisis veo que no soy fuerte como pensaba, pues revela todas mis debilidades, pero también me demuestra que la gracia de Dios es más que suficiente.
Todo esto me recuerda que lucharé con mis miedos hasta que sea glorificado. Mientras tanto Dios usa esta crisis para acercarme a Él y hacerme más a la imagen de Cristo. Así que, amigo hipocondríaco, no estás solo. Reconoce tu batalla y ponla ante el Señor. Descansa en su gracia y completa soberanía.
“Y dada la extraordinaria grandeza de las revelaciones, por esta razón, para impedir que me enalteciera, me fue dada una espina en la carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca. Acerca de esto, tres veces he rogado al Señor para que lo quitara de mí. Y Él me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí”, 2 Corintios 12:6.
Anexo: Tres pasos para quienes batallan contra el miedo a las enfermedades
Lo que leíste arriba es mi testimonio personal pero, si tienes la misma lucha que yo, no quisiera que te vayas de aquí sin leer también sobre algunos pasos que te ayudarán.
- Reconoce tu miedo ante Dios y arrepiéntete si has reaccionado descontroladamente al no confiar en el Dios soberano. Él ya lo sabe. También es el único que puede darte la gracia y paz que necesitas a través de los medios que ha provisto: su Palabra (los Salmos son un gran recurso), la oración, y la comunidad de la iglesia. Aprovecha estos medios para conocer mejor el carácter y poder de Dios, y también tu necesidad de Él.
- Busca a personas de confianza en tu iglesia y confiesa tu miedo para que ellas puedan compartir la carga contigo y, cuando tengas ansiedad y reacciones descontroladas, puedan llevarte a la única solución: las Buenas Nuevas de Jesucristo. Él nos salvó por medio de Su sufrimiento y dolor, y ahora por medio de nuestro sufrimiento y dolor nos hace más a Su imagen (Ro. 8:28-29).
- Habla sobre tu temor con amigos incrédulos que también batallan con lo mismo y explícales cómo el evangelio te da gozo y esperanza en medio de una pandemia. Las crisis profundas brindan ocasiones para que el mundo incrédulo pueda ver, de una manera tangible, cómo Jesús transforma cada aspecto de nuestras vidas, incluso los miedos.