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¿Qué hacía la gente en esas noches oscuras y solitarias antes de que existiera el televisor? ¿O antes de que tuviéramos nuestro repertorio de aparatos pixelados que con tanta frecuencia iluminan nuestras noches y días, y que absorben el invaluable bien de la atención humana? 

Si regresamos mucho tiempo atrás, Génesis 24:63 nos permite dar un vistazo interesante a lo que hacía el hijo prometido de Abraham, quizás con regularidad, después de cenar: “Y por la tarde Isaac salió al campo a meditar”. Imagínalo ahí solo, merodeando por el campo, con manos vacías, y con sus ojos bien abiertos viendo el mundo tridimensional de Dios, frente a una pantalla mucho más poderosa y enriquecedora que nuestros modernos pixeles: su imaginación.

La meditación es un arte perdido hoy. Una de las formas de reintroducir esto a la iglesia es considerando cómo se relaciona con algo que muchos de nosotros conocemos mejor: la oración.

¿Qué es la meditación?

Antes de relacionarla con la oración, repasemos lo esencial acerca de lo que la Biblia enseña sobre la meditación. En hebreo, meditar significa literalmente “masticar” un pensamiento (así como un animal rumia) con los dientes de nuestra mente y corazón. Es reflexionar sobre una verdad, degustar con la lengua de nuestra alma alguna visión, saboreándola como es debido y buscando digerirla de tal modo que produzca un cambio verdadero y sea de beneficio en nosotros. Lo que describo es lo opuesto a la meditación oriental que busca vaciar nuestra mente. La meditación judeocristiana busca llenar la mente mientras involucra y alimenta el hombre interior.

Dios les dejó claro a los líderes de su pueblo la necesidad de meditar en sus palabras, tal y como le dice a Josué:

“Este libro de la ley no se apartará de tu boca, sino que meditarás en él día y noche, para que cuides de hacer todo lo que en él está escrito”, Josué 1:8.

Si hemos de obtener algún beneficio verdadero y duradero de permanecer en la Palabra de Dios, debemos depender de su ayuda

Lo mismo aplica a todo su pueblo, tal y como leemos en el himnario israelita. Los salmos a menudo celebran el tipo de vida conformada y llena por la meditación en las palabras de Dios día y noche (Sal. 1:2; 63:6; 119:97). Este tipo de meditación ocurre cuando fijamos nuestros ojos (Sal. 119:15) en Dios y en sus maravillosas obras (Sal. 119:27; 145:5), pensando en Él (Sal. 77:12; 143:5) en nuestros corazones (Sal. 19:14; 49:3; 77:6). La meditación revela nuestros verdaderos afectos. Meditamos en aquello que amamos (Sal. 119:48, 97), y llegamos a amar más el objeto de nuestra meditación.

La meditación, en un sentido estricto, es una palabra del Antiguo Testamento. Sin embargo, el concepto de saturar nuestras almas con las palabras de Dios es una práctica y una expectativa muy cristiana. Jesús reprendió a Pedro y le dijo: “no estás pensando en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mt. 16:23; Mr. 8:33). En uno de los capítulos más importantes en toda las Escrituras, el apóstol Pablo nos advierte:

“Porque los que viven conforme a la carne, ponen la mente en las cosas de la carne, pero los que viven conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz”, Romanos 8:5-6 (ver también Fil. 3:19).

Como cristianos, nuestra meditación deberá tener un centro de gravedad específico. Nosotros “[ponemos] la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col. 3:2) y encontramos que en el centro y corazón de todas esas cosas celestiales está una persona. “Busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Col. 3:1). Meditamos en la Palabra de Dios escrita a la luz de la Palabra de Dios encarnada. Buscamos permanecer en Él (Jn. 15:4-10) y “que la palabra de Cristo habite en abundancia en [nosotros]” (Col. 3:16).

Cuatro oraciones para meditar

Entonces, ¿cómo es que nuestra meditación en las palabras de Dios se relaciona con lo que le decimos a Él en oración? De dos formas. Por medio de la oración no solo pedimos ayuda antes de escuchar de Dios en su Palabra, sino que también le respondemos a Él después de haber saturado nuestras almas en su Palabra. Primero, pedimos ayuda para escuchar, y luego nos deleitamos en tener su atención.

Meditamos en aquello que amamos, y llegamos a amar más el objeto de nuestra meditación

Sobre este primer tipo de oración, la afirmación de fe de Desiring God reconoce que: “la oración es la asistente indispensable de la meditación”. Con esto queremos decir que la oración asiste la meditación en la Palabra de Dios. Por lo tanto, enumeramos cuatro peticiones específicas que hacemos a Dios, por medio de la oración, para la meditación:

  • Por la disposición de volvernos del mundo hacia su Palabra.
  • Por la habilidad espiritual de ver su gloria en sus testimonios.
  • Por una contemplación de su amor que satisfaga nuestras almas.
  • Por fuerza en nuestro hombre interior para hacer su voluntad.

Si hemos de obtener algún beneficio verdadero y duradero de permanecer en la Palabra de Dios, debemos depender de su ayuda. Sin Él, nuestros corazones gravitan hacia el mundo en lugar de su Palabra. Sin Él, no podemos ver la real gloria de las Escrituras. Sin Él, nuestras almas no encontrarán satisfacción en Él. Sin Él, no tendremos la fuerza para hacer su voluntad. Así que, oramos. La oración antes y durante nuestra meditación en la Palabra de Dios es imprescindible en pedir al Señor que dé un efecto espiritual y un poder espiritual a nuestras reflexiones.

Deléitate en tener su atención

¿Y qué hay de la oración después de la meditación? Probablemente sea menos comprendida hoy día la forma en la que la meditación también asiste a la oración. Thomas Manton (1620-1677) lo expresa muy bien:

“La meditación es un deber intermedio entre la palabra y la oración, y se relaciona con ambas. La Palabra alimenta la meditación, y la meditación alimenta la oración; debemos escuchar para no equivocarnos, y meditar para no ser infructíferos”.

La oración no es solo la asistente de la meditación, también es su cúspide. No solo oramos para que Dios nos dé ojos para ver, sino que una vez hayan visto y hayamos sido conmovidos por sus palabras, respondamos a Él en adoración, confesión, acción de gracias, y súplica. El principio general es que la Palabra de Dios viene primero, luego nuestras oraciones. Primero Él nos habla en su Palabra y recibimos lo que tenga que decirnos. Lo escuchamos. Nos tomamos nuestro tiempo. Meditamos en ello. Entonces, después de haber escuchado detenidamente, respondemos en oración. En reverencia “contestamos” a través de la maravilla que llamamos oración.

La oración, las palabras que dirigimos a Dios, es una respuesta adecuada después de escuchar y meditar en las palabras que Él nos habla. Dios desea que sus palabras informen y moldeen la manera en que respondemos a Él en oración. Como criaturas, no “marcamos su número” como los no creyentes tienden a hacerlo. Ese es el instinto humano sin la revelación del verdadero Dios. Él es quien inicia la conversación. Nos habla de sí mismo y de nosotros como sus criaturas, del mundo que creó, de su Hijo, y de su Espíritu. La oración es nuestra respuesta a Dios, a la luz de lo que Él nos ha revelado.

Manos a la obra

Para hacerlo tangible: en lugar de que nuestra vida de oración sea guiada por una lista de peticiones, sería adecuado que nuestras oraciones fueran guiadas por la Palabra. Que la oración no solo nos dirija y sature nuestro entendimiento, estudio, y meditación en las palabras de Dios, sino que (principalmente) la oración, nuestra respuesta a Dios, sea informada y moldeada por sus palabras después de haberlo escuchado.

He aquí un ejemplo. Esta mañana mientras leía Juan 12 me detuve en el versículo 43, en el cual se presenta a varias autoridades que creían en Jesús pero no lo confesaban porque tenían miedo de los fariseos. ¿Por qué? Juan explica:

“Porque amaban más el reconocimiento de los hombres que el reconocimiento de Dios”, Juan 12:43.

Me detuve para sentir el peso de esta declaración. ¡Qué tragedia y horror! Luego, después de terminar de leer esta sección, volví al versículo 43 para meditar en él. Este versículo se presenta en términos negativos a aquellos que temieron a los hombres. Le di un giro para que fuese sobre aquellos que creen en verdad: Ellos aman la gloria de Dios más que la gloria de los hombres. No, no solo ellos. Esto es meditar: nosotros. Esto debería ser verdad de cada cristiano genuino; que amamos más la aprobación de Dios que la de los hombres. Que le tememos a Él, no al hombre. Que buscamos su sonrisa, no el elogio de otros. Que vivimos para su reconocimiento, no el del hombre.

Lo que le decimos a Dios en oración es nuestra respuesta a Dios, a la luz de lo que Él nos ha dicho en su palabra

Al seguir rumiando, esta verdad se volvió cada vez más dulce a mi alma. ¿Cómo no volcarme en oración para expresar mi corazón a Dios y pedir de su gracia? Primero para mí mismo: “Padre, ayúdame a amar, y a seguir amando, la gloria que viene de ti mucho más que la gloria que viene de los hombres”. Y por mi esposa, mis hijos, hijas, nuestra iglesia, amigos, y familia. “Oh Señor, ¿quisieras usarme para hacerlo realidad para mis vecinos?”.

Redescubre el arte perdido

Tomé Juan 12:43 como una palabra para mí de parte de Dios. Tras haberlo escuchado hablar y reflexionar en sus palabras, y tratar de escucharlas hasta lo más profundo, me volví, en relación con Él, para responder en oración. No fue un cambio brusco de pasar de una lectura racional a repasar una lista de oración. En lugar de eso, fue un progreso natural de pasar de escuchar sus palabras a través de la lectura, a meditar en ellas con el corazón, a responderle en oración, pidiéndole que hiciera de esta hermosa verdad una realidad para mí, para mis seres queridos, para nuestra iglesia, y nuestra ciudad.

Así que te invito a descubrir conmigo este arte perdido de la meditación. Escuchemos la voz de Dios en las Escrituras, pausando en sus palabras, sin prisa. Tomémoslas, cada día, como Palabra que sale de la boca de Dios para nosotros. Y después, cuando nuestros oídos hayan escuchado sus palabras de una manera atenta y profunda, abramos nuestra boca en reverencia y gozo, saboreando el regalo en Cristo Jesús de escuchar a Dios en oración.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Carolina López Ortiz.
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