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La resurrección de Jesucristo es el evento más monumental de la historia. No es de extrañar que sea un tema del que los narradores no pueden deshacerse aun 2000 años después. En nuestra era secular, la «resurrección» sigue siendo un concepto convincente y explorado con frecuencia, incluso si ha sido reformulado en términos expresivos individualistas («¡Un nuevo tú!»).

En una cultura poscristiana saturada con lo que queda de las presiones de la religión que compiten entre sí, es fascinante observar cómo las películas contemporáneas, por ejemplo, utilizan la resurrección como una metáfora esencial para un nuevo comienzo: escapar de las cosas dolorosas, liberarse de las limitaciones percibidas y descubrir el yo plenamente realizado. Desprovisto de la especificidad (y los detalles sangrientos) del evangelio cristiano, la idea de «resurrección» se convierte en un vago representante de lo que sea que alguien quiera superar o convertirse.

Considera cómo tres películas recientes muestran visiones de «resurrección» en una era secular, pero también el vacío de buscar una nueva vida en nuestros propios términos. A continuación algunos spoilers.

Matrix: Resurrecciones — La vida después de los binarios

La «resurrección» es utilizada en el mismo título y encaja en varios niveles. La película es una «resurrección» de una franquicia que muchos pensaban que había terminado. También presenta la «resurrección» de personajes que se creían muertos en las películas anteriores. Pero al igual que con las películas originales de Matrix, la idea de la resurrección es en esencia un grito de guerra existencial. Tomar la pastilla roja es la forma de ser libre, de encontrar la verdad y de hallar la realidad fuera de las narrativas controladoras en las que te has visto obligado a vivir. La franquicia usa la metáfora de una simulación por computadora («Matrix») para criticar las formas en que se nos impone la «realidad» de manera manipuladora para servir a personas poderosas. Tomar la pastilla roja es liberar tu mente y tu identidad expresiva para vivir de la manera que creas conveniente, libre de cualquier parámetro diseñado externamente.

Desprovisto de la especificidad del evangelio cristiano, la idea de «resurrección» se convierte en un vago representante de lo que sea que alguien quiera superar o convertirse

Que la trilogía original de Matrix fuera dirigida por dos hermanos (Larry y Andy Wachowski) que desde entonces se han declarado hermanas (las mujeres trans Lana y Lilly) significa que las películas se han reinterpretado como alegorías trans. La entrega más reciente, dirigida únicamente por Lana Wachowski, hace que los temas trans sean posiblemente más explícitos. En el clímax de la película, Trinity (Carrie-Anne Moss) se emancipa de manera desafiante de su vida familiar falsa/simulada (completa con esposo e hijos), donde usa el nombre burgués de género «Tiffany». En una escena que canaliza la angustia trans por los nombres muertos (y recuerda el clímax «¡Mi nombre es Neo!» del original de 1999), responde a alguien que la llama Tiffany: «Desearía que [beep] dejaras de llamarme así. Odio ese nombre. Mi nombre es Trinity y será mejor que me quites las manos de encima». Al principio de la película, mientras habla sobre la maternidad con Neo (Keanu Reeves), Trinity/Tiffany pregunta: «¿Cómo sabes si quieres algo tú mismo o si tu educación te programó para quererlo?».

En el personaje de Trinity, como en otros personajes de la película, la «resurrección» implica un rechazo de las normas, los deseos, las expectativas, las etiquetas cisgénero preprogramadas, la aceptación de la autonomía total y la voluntad individual. Como idea, esto suena genial y transgresivo (y tal vez lo fue a finales de los 90). Pero ¿es viable? ¿En serio es tan detestable la idea de que nacemos en realidades, compromisos y normas existentes, enredados en sistemas familiares y reglas sociales desde el nacimiento?

Los temas trans de la película también se desarrollan en una discusión confusa de «binarios». A la mitad de la película, descubrimos que el binario de «humanos contra máquinas» de las tres primeras películas ahora está obsoleto. Las líneas entre los cuerpos corporales y los programas virtuales son borrosas y deben aceptarse como tales. El único personaje de la película que parece disfrutar de los binarios es el villano Smith (Jonathan Groff). Smith le dice a Neo en un momento dado: «He estado pensando en nosotros, Tom. Mira qué binaria es la forma, la naturaleza de las cosas. Unos y ceros. Luz y oscuridad. Elección y su ausencia. Anderson y Smith». Pero aun el binario Anderson/Smith (bueno/malo) se vuelve borroso al final de la película.

Sin embargo, lo que pasa con la abolición de los binarios es que erradica la dinámica, el drama y la belleza de la vida. Cuando todo es un espectro y nada es claramente esto o aquello, es difícil orientarse. El impulso dramático se pierde porque no tiene dirección. Las apuestas son bajas. Cualquier tipo de arquitectura moral (o narrativa) coherente se vuelve sin forma y vacía. Así es como experimenté Matrix: Resurrecciones. Es una película amorfa, llena de escenas de acción soñolientas y frases filosóficas atolondradas. Aun cuando la película celebra la «resurrección» secular de ser liberado (otra vez) para reiniciar la identidad propia («Otra oportunidad» es la línea final de la película, pronunciada por Trinity mientras escuchamos una versión con cambio de género de «Wake Up» de Rage Against the Machine), no es del todo convincente que la «nueva vida» de la realidad autoprogramada sea más satisfactoria que la realidad que reemplaza.

La hija oscura (The Lost Daughter): la vida después de la maternidad

Si Matrix: Resurrecciones contiene una especie de idea transgénero sobre la resurrección, La hija oscura, el aclamado debut como directora de Maggie Gyllenhaal, narra una visión deprimente de la «resurrección» en forma de liberación feminista. Bien interpretada por Olivia Colman y Jessie Buckley (interpretando a la misma mujer, Leda, en diferentes períodos de tiempo), la protagonista de la película es una autoproclamada «mamá antinatural» que conversa con las embarazadas en la playa diciendo sin rodeos cosas como «los niños son una responsabilidad abrumadora». A medida que avanza la película, descubrimos poco a poco por qué Leda se emociona tanto al ver a otras mamás con sus hijos. Décadas antes, odiaba tanto ser madre de sus dos hijas que las abandonó a ellas y a su padre para seguir su carrera académica y huir con un nuevo amante (Peter Sarsgaard). La fruta podrida es un motivo recurrente en la película, para subrayar los ominosos sentimientos de Leda hacia el fruto de su vientre (en contraste directo con el Salmo 127:3, «recompensa es el fruto del vientre»).

¿Será cierto que huir de la responsabilidad marital y parental conduce a una nueva libertad, felicidad y alguna forma de «resurrección»? No. Para crédito de Gyllenhaal, la película basada en la novela de Elena Ferrante de 2008, no pretende que esto sea cierto. La película nunca idealiza la elección de Leda. En cambio, sugiere que la «libertad» obtenida al liberarse de la «responsabilidad abrumadora» de la maternidad solo hace que Leda se sienta más miserable y sola. Así sucede con las falsas promesas del individualismo expresivo. Cuando las madres, los padres, los esposos y las esposas abandonan los compromisos en busca del verdadero yo, no encuentran satisfacción. Es un escape, pero no una solución.

Cuando las madres, los padres, los esposos y las esposas abandonan los compromisos en busca del verdadero yo, no encuentran satisfacción

La hija oscura, quizás de forma no intencionada, funciona como una crítica mordaz de algunos aspectos del feminismo contemporáneo: de manera específica, la convicción de que la maternidad es un problema que debe resolverse, más que un regalo que abrazar. Ser madre, o ser cónyuge, es en parte abrazar una forma de muerte. Decir sí a esta persona y a esta responsabilidad es decir no a otras opciones y caminos. No podemos hacerlo todo. Los límites son para nuestro bien.

La hija oscura tiene razón al reconocer que la maternidad no es tan natural para algunas como para otras. La mayoría de las madres con probabilidad tienen pensamientos ocasionales de querer «otra vida» libre de las demandas interminables y las voces estridentes que gritan «¡Mami! ¡Mami!». Pero la maternidad, así como el matrimonio, es sustentada por el compromiso, no por el sentimiento. El verdadero empoderamiento es elegir amar y permanecer comprometido a pesar de los sentimientos que van y vienen. Ceder a la inercia voluble de nuestro corazón caído, que una y otra vez nos aleja de todas las formas de fidelidad, es perder nuestra propia facultad de elegir y ser desempoderados. Ser gobernado por el deseo constante y carnal es ser pasivos y dominados como si fuéramos indefensos. Lejos de ser una liberación, la autonomía sin trabas y sin ataduras es su propia prisión.

Spider-Man: Sin camino a casa — La vida después de ser cancelado

Nuestra cultura secular inquieta está ansiosa por ser trascendente, por un escape y una «salida» del desorden (tanto personal como social). Quizás el predominio de las películas que tratan sobre una especie de «reinicio», además de ser muy taquilleras para Hollywood, también habla de nuestra afinidad actual con la idea de una nueva versión o, como dice Trinity al final de Resurrecciones, «otra oportunidad».

El atractivo del metaverso de la cultura popular también es evidencia de esta resurrección secular. Si las cosas no van bien en esta línea de tiempo o en esta realidad (tal vez cometimos algún error que nos llevó a ser cancelados), tal vez haya otra versión de mí en otra línea de tiempo donde pueda hacerlo mejor. Spider-Man: Sin camino a casa es un ejemplo de esto último. La «resurrección» aquí viene en la forma de un Peter Parker/Spider-Man que tiene un nuevo comienzo después de que se borra la memoria del mundo sobre él. En este caso, su «resurrección» es más virtuosa que las que vemos en Matrix o La hija oscura, porque está reiniciando menos por su propio bien que por el amor sacrificial por los demás (de hecho, su propio «renacimiento» tiene un costo significativo para él).

Aún así, la presión aplastante de «hacerlo bien esta vez» perseguirá a Peter por muchos reinicios más que obtenga. ¿Es ese realmente el tipo de resurrección que queremos? Además, la facilidad con la que se logra mágicamente la renovación de «borrón y cuenta nueva» en la película (tanto para Peter como para la variedad de villanos a los que se les da una segunda oportunidad) me parece demasiado barata. La trama de los villanos me molestó de manera especial, no porque algún villano esté demasiado corrompido como para ser redimido (después de todo, todos somos pecadores depravados), sino porque la realidad del pecado y el mal se siente psicologizada y pacificada, a la manera de las recientes historias de origen de «rehabilitación de villanos» como Guasón o Cruella. La neutralización del mal siempre disminuye el drama de la redención. Probablemente por eso, a pesar de todos sus méritos entretenidos, Spider-Man: Sin camino a casa me pareció más una bagatela de bajo riesgo que una epopeya emocionante. Su idea sobre la resurrección está más cerca del cristianismo que otras, pero aún no se acerca a la realidad.

Resurrección en Cristo: vida eterna después de la muerte

La resurrección cristiana es profunda porque no minimiza nuestro pecado ni encubre nuestro estado de ser indignos. Podemos tener vida después de la muerte, pero no porque la merezcamos o porque podamos hacer las conexiones correctas (o lanzar el hechizo correcto) para alcanzarla. Todo lo que podemos hacer es arrepentirnos y estar en unión con Aquel que la merece: Jesucristo. Pero esto no funciona bien en una cultura contemporánea convencida de su propio poder de autocreación y autorenovación.

La Era de la Autenticidad no admite intrusiones en la autonomía ni obstáculos para la libertad sin restricciones

Después de todo, este es el mundo donde ninguna imperfección es tan grande que no pueda corregirse con Photoshop (o cirugía plástica); ninguna «biología» tan vinculante que no pueda ser ignorada si entra en conflicto con los propios sentimientos; ninguna «verdad» tan inconveniente que no pueda ser desacreditada por algún tecnicismo partidista. No, la Era de la Autenticidad no admite intrusiones en la autonomía ni obstáculos para la libertad sin restricciones. Si quiero un «nuevo yo» en mis términos y tiempos, lo conseguiré, o por lo menos eso dice la lógica de nuestra época.

Pero esta resurrección autoprescrita siempre nos falla. No podemos resucitarnos a nosotros mismos. Es cierto: la libertad y la liberación eternas son un regalo que recibimos, no un premio por el que luchamos y ganamos. Es una resurrección duradera.

Si bien estas películas no dan en el blanco, es bueno que la necesidad y el anhelo de resurrección sean palpables y omnipresentes en la cultura popular. Los cristianos deberían involucrarse en estas expresiones, pero redirigirlas lejos del yo y hacia el Cristo que salva.

La respuesta a un «yo» quebrantado no es una reconcepción del «yo»: es un nuevo yo. Significa crucificar al viejo yo y perder la vida para encontrarla, no en nuestros propios términos, sino en los de Cristo (Ro 6:5-11); y no para nuestra propia gloria, sino para la de Él (Ro 9:22-24).


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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