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Marta y María son dos mujeres de fe extraordinarias. Eran hermanas y vivían con su hermano Lázaro, quien el Señor resucitó después de haber estado cuatro días muerto. Vivían en una pequeña aldea llamada Betania, situada a unos pocos kilómetros de Jerusalén.

No se sabe muy bien cómo es que Jesús se hizo amigo de estos hermanos, pero los tres llegaron a amar al Señor y confiar en él. Jesús encontraba consuelo y descanso en casa de ellos, y llegaron a tener una estrecha amistad. Juan nos dice que “Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn. 11:5).

Marta y María aparecen en al menos dos acontecimientos en el Nuevo Testamento: en una comida y en una muerte.

Una comida

En Lucas 10:38-42 se nos narra la inesperada visita de Jesús con sus 12 discípulos y con algunas de las mujeres que le seguían a casa de Marta. Como es natural, si tienes visitas inesperadas y eres hospitalario, la primera reacción es servirles, ofreciéndoles algo de comer. Marta era una mujer muy hospitalaria y muy práctica, se ocupaba de que todos sus invitados estuvieran bien atendidos y se “preocupaba con muchos quehaceres” (v. 40). Sin embargo, María se sentó a los pies de Jesús a escuchar sus palabras (v. 39).

¡Qué diferentes en su recibimiento a Jesús! Marta activa y preparando todo; María tranquila a los pies de su Señor, absorbiendo cada palabra y enseñanza que salía de los labios de aquel que la salvó.

Las dos actuaron bien, porque servirle y oírle son actividades buenas, pero Marta tenía un problema. Ella se enfadó con su hermana hasta el punto de regañarla públicamente por no ayudarla “…dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile pues que me ayude” (v. 40). La queja de Marta incluso se extiende a Jesús “¿no te da cuidado?”, “¿Es que no te importa que mi hermana no me ayude, Jesús?”. No era el servicio de Marta lo que estaba mal, sino su actitud en el servicio.

La respuesta de Jesús la dejaría sin palabras. Él le reprendió de una manera tan tierna y cariñosa como un buen padre a su hija: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas”. Quería hacerle entender que, aunque era justificado preparar comida para los invitados, su enfado era injustificado. Jesús defendió la decisión de María como la mejor elección: “Pero solo una cosa es necesaria, y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” (v.42).

Una muerte

Marta y María tuvieron que enfrentar la muerte de su hermano (Jn. 11). Ellas llamaron al Señor antes de Lázaro muriera para que le sanara, pero Él mismo retrasó su llegada porque quería mostrar la gloria de Dios (v. Juan 11:4).

Al final, Jesús va a verlas acompañado de sus discípulos. Marta y María están muy tristes, pero ambas muestran una gran confianza en Jesús. Marta, al oír que Jesús venía a verlas, no esperó en su casa sino que su impulsividad le hizo salir corriendo a buscarle. Por otro lado, María salió en su búsqueda cuando su hermana la llamó diciéndole: “El maestro está aquí y te llama”, y al verle se postró a sus pies. De nuevo vemos a María a los pies de Jesús.

Marta le confiesa en medio de la conversación “Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo” (v.27). Esta afirmación muestra la gran confianza que ella tenía en Jesús como el Mesías, su Salvador. También veamos de nuevo el contraste con María, quien cae a los pies de Jesús en adoración y en humildad, sin exigirle nada. Todas sabemos el final de la historia; Lázaro es resucitado y devuelto a sus hermanas. ¡Y muchos creyeron en Él!

Lo que podemos aprender de sus vidas

Marta y María son muy diferentes en carácter y dones, y esto se refleja en sus reacciones y comportamiento con respecto al Señor Jesús. Ambas pueden enseñarnos cosas importantes para nuestro caminar en Cristo.

1. Sé hospitalaria

Marta era una gran anfitriona; ella no se quejó de las visitas inesperadas de Jesús y sus discípulos, sino que los recibió con todo el honor que merecían. ¿Tienes tu casa abierta a los demás? ¿Cuándo la gente va a tu casa se siente a gusto? “No se olviden de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (Hb. 13:2).

2. Elige la buena parte

Jesús alabó la actitud de María porque ella escogió la buena parte. Que el servicio a la obra del Señor no nos haga olvidarnos del Señor de la obra. Tengamos cuidado de estar tan ocupadas que descuidemos lo más importante. Antes del servicio viene la adoración y comunión con el Señor.

3. No te afanes

Es lícito preocuparnos por la comida, el vestido y la educación de nuestros hijos, pero afanarte no lo es. El mundo se afana, pero el creyente descansa en el Señor. “Busquen Su reino, y estas cosas les serán añadidas” (Lc. 12:31).

5. Aprende más de Jesús

No te canses de aprender más de la persona y obra de nuestro Salvador. Escudriña la Palabra de Dios día a día; siéntate a los pies de Jesús y deja que Él te enseñe a través del estudio de las Escrituras, como hacía María.

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