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Tenemos muchos libros en nuestro Nuevo Testamento. Todos ellos, creemos, están divinamente inspirados. Sin embargo, no pasamos la misma cantidad de tiempo leyéndolos. Para la mayoría de nosotros, nuestro patrón de lectura es profundamente desigual, centrándose principalmente en Pablo (especialmente en Romanos y Gálatas) y en los Evangelios (con Juan liderando el camino). De hecho, algunos libros (como 3 Juan) apenas se leen.

Esta tendencia plantea preguntas intrigantes acerca de por qué ciertos libros fueron incluidos en el Nuevo Testamento. ¿Qué propósito tienen estos libros menos famosos? Esto se vuelve particularmente agudo con el libro de Santiago. Aunque han pasado 500 años desde que Martín Lutero la llamó “una epístola de paja”, las dudas sobre su valor no se han disipado.

Por supuesto, no nos sorprende que este escepticismo continúe entre los estudiosos teológicamente liberales: Martin Dibelius declaró una vez que Santiago “no tiene teología”. También persiste la duda, aunque más sutilmente, entre los evangélicos. Bueno, a veces el libro de Santiago no parece muy cristiano. No habla mucho de Jesús (su nombre aparece solo dos veces), y se trata principalmente de asuntos morales: un montón de cosas por hacer y no hacer.

Para decirlo sin rodeos, el libro de Santiago suena como ley cuando nosotros, como evangélicos, somos entrenados para desear el evangelio. Puede sonar como una retención inapropiada de la era del Antiguo Testamento.

Desafortunadamente, este escepticismo de Santiago nace de un malentendido tanto de la era del Antiguo como del Nuevo Testamento. Hablemos un poco sobre cada uno.

El Antiguo Testamento también es sobre la gracia

Al acecho de esta crítica de Santiago hay una percepción profundamente arraigada —aún prevaleciente en gran parte del evangelicalismo— de que la era del Antiguo Testamento estaba definida principalmente por el moralismo. Era un acuerdo duro, frío y legalista donde las personas eran esencialmente salvadas por obras. Además, no había preocupación por el corazón; todo era acerca del ritual externo. Si Santiago suena como ese Antiguo Testamento, no queremos nada que tenga que ver con eso.

Como la mayoría de las caricaturas, hay un elemento de verdad aquí. Ciertamente, el antiguo pacto implicaba un enfoque en lo ritual; estaba lleno de tipos y sombras. También es cierto que había un fuerte aspecto de ley en el orden del antiguo pacto, con los Diez Mandamientos tomando el centro del escenario.

Sin embargo, en esta caricatura se pasa por alto el hecho de que el antiguo pacto era, en última instancia, un acuerdo de gracia donde las personas fueron salvadas no por sus obras, sino por la obra totalmente suficiente del Redentor venidero. Así, cuando Dios dio la ley, primero recordó a su pueblo el contexto de gracia y redención: “Yo soy el SEÑOR tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre” (Ex. 20:2).

El antiguo pacto era un acuerdo de gracia donde las personas fueron salvadas no por sus obras, sino por la obra totalmente suficiente del Redentor venidero

Parte de la razón por la que la gente malinterpreta la naturaleza del antiguo pacto es porque asume que los fariseos, con quienes Jesús batallaba a menudo, encarnaban los ideales del antiguo pacto. Así asumen que Jesús debe haber estado luchando contra el antiguo pacto mismo. Pero una mirada más cercana a pasajes clave, como el Sermón del Monte, muestra que Jesús no está en contra del antiguo pacto, sino contra las distorsiones farisaicas del antiguo pacto. Esas dos cosas nunca deben confundirse.

El Nuevo Testamento todavía se preocupa por la ley

La otra idea errónea detrás de las críticas a Santiago se refiere a la forma en que la gente percibe la era del Nuevo Testamento. Puesto que somos salvos por gracia y no por obras, algunos asumen que cualquier libro o pasaje que tenga “ley” debe ser, por definición, lo opuesto al evangelio.

Santiago tiene un montón de “ley”. Está llena de imperativos, en un porcentaje mayor que cualquier otro libro del Nuevo Testamento. A Santiago le preocupa que no solo seamos oyentes de la palabra, sino hacedores (Stg 1:22). Él habla del favoritismo (Stg 2:1-4), sobre domar la lengua (Stg 3:1-12), la codicia (Stg 4:2), el orgullo (Stg 4:6), abusar de los pobres (Stg 5:1-6) y otras cosas más.

Entonces, ¿una extensa exhortación moral hace que un libro o un sermón no sea cristiano? Depende. Si las exhortaciones morales se ofrecen como una manera de que una persona pueda ganarse meritoriamente su salvación, entonces sí: ciertamente son contrarias al evangelio. Pablo ciertamente pasó mucho tiempo discutiendo en contra de este mismo abuso. La carta a los Gálatas, por ejemplo, está diseñada para combatir el legalismo, la idea de que podemos ser salvos por nuestras buenas obras. De este modo, Pablo a menudo describe la ley bajo una connotación negativa: “Porque todos los que son de las obras de la ley están bajo maldición” (Gá 3:10).

Pero si uno presenta la ley no como una forma de salvarse, sino como una guía positiva para la vida cristiana, entonces no hay nada “anticristiano” en ese esfuerzo. Los verdaderos creyentes con corazones nuevos deben amar la ley y ser empoderados por el Espíritu para comenzar a guardarla (Ez 36:27; Ro 8:4).

Claro, incluso los creyentes caen terriblemente por debajo del estándar perfecto de la ley. Pero debido a Cristo, la ley ya no es una enemiga; es una amiga. Debemos recordar el primer salmo: “¡Cuán bienaventurado es el hombre… que en la ley del Señor está su deleite, y en Su ley medita de día y de noche!” (Sal 1:1-2).

Pablo y Santiago no están en desacuerdo; simplemente están luchando contra diferentes enemigos del evangelio. Pablo está luchando contra el legalismo; Santiago está luchando contra el antinomianismo (Stg 2:14).

Dejando que Santiago moldee nuestros ministerios

Hay otras amenazas a la iglesia además de los fariseos. Por eso necesitamos el libro de Santiago en nuestras Biblias

Una vez nos damos cuenta de que el enfoque de Santiago en la moral no es anticristiano, surgen profundas implicaciones ministeriales. Por un lado, nos recuerda que el legalismo no debe ser nuestra única preocupación. Hay otras amenazas a la iglesia además de los fariseos. Por eso necesitamos el libro de Santiago en nuestras Biblias. Santiago nos recuerda que el legalismo y el antinomianismo pueden destruir una iglesia.

Santiago también debe afectar la manera en que enseñamos y predicamos a Cristo. Por una variedad de razones, los evangélicos han comenzado a equiparar predicar a Cristo con la predicación de la justificación solamente por la fe. Los dos se han vuelto casi sinónimos. Pero hay otras maneras de predicar a Cristo. Santiago nos recuerda que podemos predicar a Cristo también enseñando cómo seguir a Cristo, obedecer a Cristo y ser como Cristo.

Al final, ser cristiano no significa que dejemos de hablar de la ley. En este sentido, Lutero se equivocó al referirse a Santiago. Si la justificación es todo lo que importa, entonces uno podría encontrar a Santiago innecesario. Pero si la santificación también importa, entonces es esencial.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Sergio Paz.
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