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El 22 de junio de 1633, hace 388 años, la Iglesia católica dictó la siguiente orden en un juicio por herejía contra el astrónomo Galileo:

«Nosotros pronunciamos, sentenciamos y declaramos que tú, Galileo… te has presentado de acuerdo a esta Santa Inquisición como vehemente sospechoso de herejía, por sostener y creer una doctrina falsa, contraria a la Santa Escritura, por sostener que el Sol es el centro del Universo y que no se mueve de este a oeste, y que la tierra se mueve, y no es el centro del mundo».

De esta manera, Galileo se convirtió en el primer gran hombre perseguido por los cristianos por creer en la ciencia. Al final, los científicos tuvieron la última palabra, ya que tres siglos después, en una ceremonia en Roma ante la Pontificia Academia de Ciencias, el papa Juan Pablo II declaró oficialmente que Galileo tenía razón y que la Iglesia estaba equivocada.

Esa es la historia que quizás hayas escuchado sobre Galileo Galilei. Pero esa no es la verdadera historia.

Galileo se convirtió en el primer gran hombre perseguido por los cristianos por su fe en la ciencia. Pero esa no es la verdadera historia

La verdadera historia no tiene que ver con un ilustre científico que es perseguido por una Iglesia católica de mente estrecha; esa historia es casi un mito. Tampoco es una historia sobre un gran genio científico, aunque sí lo era. Tampoco es una historia sobre alguien que se reencarna con el alma del viejo astrónomo como en la canción del grupo musical Indigo Girls, la cual, por unas semanas en 1992, pensé que era casi profunda. Además, debo señalar que esta no es una historia original ya que esta versión está compuesta de varias fuentes.

Pero al igual que muchas historias antiguas, ofrece una lección valiosa para el día de hoy. Sin embargo, antes de llegar a lo que podemos aprender, debemos aclarar la historia.

Derribando a los aristotélicos

En la época de Galileo, la visión predominante en astronomía era un modelo adoptado por primera vez por Aristóteles y desarrollado por Claudio Ptolomeo, en el que el Sol y los planetas giraban alrededor de la Tierra. El sistema ptolemaico había sido el paradigma reinante durante más de 1,400 años hasta que un canónigo polaco llamado Nicolás Copérnico publicó su obra fundamental: Sobre las revoluciones de las esferas celestes.

La teoría heliocéntrica de Copérnico no era del todo nueva, ni estaba basada en una observación puramente empírica. Si bien tuvo un gran efecto en la historia de la ciencia, su teoría fue más un renacimiento del misticismo pitagórico que de un nuevo paradigma. Como muchos grandes descubrimientos, simplemente tomó una vieja idea y le dio un nuevo giro.

Aunque los compañeros de iglesia de Copérnico lo alentaron a publicar su trabajo, retrasó la publicación de Sobre las revoluciones por varios años por temor a que la comunidad científica se burlara de él. En ese momento, la academia pertenecía a aristotélicos que no estaban dispuestos a dejar pasar esas tonterías en el proceso de revisión por pares.

Luego vino Galileo. El prototipo del hombre del Renacimiento, era músico, matemático y científico brillante. Pero si bien era inteligente, encantador e ingenioso, el italiano también era polémico, burlón y vanidoso. Como diríamos hoy: era complicado. Cuando Johann Kepler, su compañero astrónomo, le escribió para decirle que se había convertido a la teoría copernicana, Galileo respondió que él también lo había hecho y que hace años ya que se había convertido (aunque todas las pruebas demuestran que no era cierto). Su ego no le permitía ser eclipsado por hombres que no fueran tan inteligentes como él. Para Galileo, eso incluía a casi todo el mundo.

En 1610, Galileo usó su telescopio para hacer algunos descubrimientos sorprendentes que cuestionaban la cosmología aristotélica. Aunque sus hallazgos no anularon exactamente la visión reinante de ese tiempo, fueron recibidos con amabilidad por el papa Pablo V y el resto del Vaticano. Sin embargo, en lugar de continuar sus estudios científicos y basarse en sus teorías, Galileo inició una campaña para desacreditar la visión aristotélica de la astronomía. Sus esfuerzos serían similares a los de un biólogo moderno que intenta destronar a Darwin. Galileo sabía que tenía razón y quería asegurarse de que todos los demás supieran que los aristotélicos estaban equivocados.

Una cuestión de interpretación

En sus esfuerzos por forzar el heliocentrismo copernicano en las mentes de sus colegas científicos, lo único que Galileo logró fue desperdiciar la buena voluntad que había establecido dentro de la Iglesia católica. Intentaba obligar a la iglesia a aceptar una teoría que aún no se había probado en ese momento. La Iglesia católica se ofreció amablemente a considerar el punto de vista copernicano como una hipótesis razonable hasta que pudieran reunirse más pruebas. Sin embargo, Galileo nunca presentó más evidencia para apoyar la teoría. En cambio, continuó peleando con sus compañeros científicos, a pesar de que muchas de sus conclusiones estaban siendo demostradas erróneas (por ejemplo, que los planetas orbitan alrededor del sol en círculos perfectos).

El mayor error de Galileo fue trasladar la lucha fuera del ámbito de la ciencia al campo de la interpretación bíblica. En un ataque de arrogancia, escribió la carta a Castelli para explicar cómo su teoría no era incompatible con una adecuada exégesis bíblica. Con la Reforma protestante todavía fresca en sus mentes, las autoridades de la Iglesia católica no estaban de humor para soportar que otro alborotador tratara de interpretar las Escrituras por su cuenta.

Pero para crédito de la Iglesia, esta no reaccionó de forma exagerada. La carta a Castelli fue presentada dos veces a la Inquisición como ejemplo de la herejía del astrónomo y dos veces se desestimaron los cargos. Galileo, sin embargo, no estaba satisfecho y continuó sus esfuerzos para obligar a la Iglesia católica a admitir que el sistema copernicano era un asunto de verdad irrefutable.

En 1615, el cardenal Roberto Bellarmine le presentó cortésmente a Galileo una opción: apoyar o callar.

Dado que no habían pruebas de que la Tierra girara alrededor del Sol, no había razón para que Galileo cambiara la interpretación preferida por las autoridades de las Sagradas Escrituras. Pero si tenía pruebas, el Vaticano estaba dispuesto a reconsiderar su posición. La respuesta de Galileo fue producir su teoría de que las mareas oceánicas eran causadas por la rotación de la Tierra. La idea no solo era científicamente inexacta, sino tan tonta que incluso sus partidarios la rechazaron. (72 años después, Isaac Newton explicaría que las mareas son el resultado de la atracción gravitacional del sol y la luna en los océanos).

Tácticas de Galileo: Insultar al papa y mentir

Harto de ser desestimado, Galileo regresó a Roma para llevar su caso ante el papa. El pontífice, sin embargo, simplemente lo pasó al Santo Oficio, el cual emitió la opinión diciendo que la doctrina copernicana es «tonta y absurda, filosófica y formalmente herética en la medida en que contradice de manera expresa la doctrina de la Sagrada Escritura en muchos de sus pasajes». Este veredicto fue rechazado por otros cardenales de la Iglesia.

Sin embargo, Galileo no estaba dispuesto a ceder y, para exasperación de todos, presionó el tema una vez más. El Santo Oficio le dijo cortés, pero firmemente, que se callara sobre todo el asunto de Copérnico y le prohibió abrazar la teoría no probada. Esto era más de lo que Galileo estaba dispuesto a hacer.

Cuando su amigo Maffeo Barberini, un hombre experto en matemáticas y ciencias, asumió el trono papal, Galileo pensó que finalmente encontraría un oído empático. Discutió el tema con el recién nombrado papa Urbano VIII y trató de usar su teoría de las mareas para convencerlo de la validez de su teoría. El papa Urbano no estaba convencido e incluso dio una respuesta, (aunque incorrecta) que refuta la noción.

Posteriormente, Galileo escribió Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo en el que presentaba las opiniones de Copérnico y Ptolomeo. Estaban involucrados tres personajes: Salviati, el copernicano; Sagredo, el indeciso; y Simplicio, el ptolomeo (el nombre Simplicio implica «ingenuo»). Aquí es donde encontramos a nuestro héroe cometiendo su mayor error hasta el momento: tomó las palabras que el papa Urbano había usado para refutar la teoría de las mareas de Galileo y las puso en boca de Simplicio.

Al papa no le hizo gracia.

Galileo, que ahora era viejo y estaba enfermo, fue llamado nuevamente ante la Inquisición, un tribunal de la Iglesia católica encargado de la supresión de la herejía. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de los herejes sospechosos, lo trataron muy bien. Mientras esperaba su juicio, Galileo fue alojado en un lujoso apartamento con vista a los jardines del Vaticano y provisto de una ayuda personal.

Mientras hacía su defensa, Galileo intentó una táctica peculiar. Intentó convencer a los jueces de que nunca había mantenido o defendido la opinión de que la tierra se mueve y el sol está parado y, de hecho, había demostrado lo contrario al mostrar cómo la hipótesis copernicana estaba equivocada. Los miembros del Santo Oficio, que sabían que los estaban tomando por tontos, lo condenaron por ser «vehementemente sospechoso de herejía», una sentencia injusta considerando que el copernicanismo nunca había sido declarado hereje.

La sentencia de Galileo fue renunciar a su teoría y vivir el resto de sus días en una agradable casa de campo cerca de Florencia. El exilio aparentemente le hizo bien, porque fue allí, bajo el cuidado de su hija, donde continuó sus experimentos y publicó su mejor trabajo científico, Discurso y demostración matemática, en torno a dos nuevas ciencias. Murió tranquilamente en 1642 a la edad de 77 años.

Siempre debemos esforzarnos por estar del lado de la verdad, ya que ese es el lado en el que Dios estará

Como escribió el filósofo Alfred North Whitehead: «En una generación que vio la Guerra de los treinta años y recordó al Duque de Alba en los Países Bajos, lo peor que les sucedió a los hombres de ciencia fue que Galileo sufrió una detención honorable y una leve reprimenda, antes de morir pacíficamente en su cama».

Nuestro mundo gira en torno a la verdad

¿Qué podemos aprender de esta historia? El ejemplo de Galileo ofrece diferentes lecciones para diferentes grupos de personas.

Para los científicos, muestra que si estás de acuerdo con la mayoría de tus colegas, lo más probable es que seas olvidado, mientras que la historia recordará a algún chiflado. Para los defensores de las posiciones no consensuadas, les enseña que afirmar que su teoría es correcta no sustituye a respaldarla con experimentos y datos (aun si tienes razón). Para las personas demasiado seguras de sí mismas, la lección es que, a veces, ser persistente y creer en ti mismo solo te meterá en problemas. Para los católicos romanos, proporciona un ejemplo de por qué no deberías insultar al papa (al menos mientras haya una Inquisición).

Es probable que se puedan extraer muchas más lecciones, pero encuentro que la verdadera moraleja no está tanto en la historia, sino en el hecho de que la historia aún necesita ser contada de nuevo. Si bien escuché por primera vez la historia de Galileo en la escuela primaria, no fue hasta casi una década después de graduarme de la universidad que finalmente supe la verdad. Sin duda, algunas personas acaban de escucharlo por primera vez. ¿Cómo es eso posible?

Sospecho que puede tener algo que ver con el hecho de que personas como Bertrand Russell, George Bernard Shaw, Carl Sagan, Bertolt Brecht y las Indigo Girls han estado transmitiendo el mito por siglos. No creo que ninguno de ellos mintiera de manera intencional. De hecho, dudo que alguno de ellos se haya tomado el trabajo, alguna vez, de examinar los hechos. No es necesario. La historia encaja con lo que ya creían: que la ciencia y la religión eran enemigos naturales y eso era todo lo que necesitaban saber.

Sería fácil burlarse de tal credulidad y pereza intelectual. Pero la realidad es que la mayoría de nosotros somos culpables de hacer lo mismo con mucha frecuencia. Somos propensos al sesgo de confirmación (la tendencia a buscar, interpretar, favorecer y recordar información de una manera que confirme o respalde las creencias o valores personales previos) porque preferimos explicaciones simples que encajen con nuestra narrativa preferida. De hecho, casi todos los involucrados en la historia de Galileo, así como el mito que surgió sobre ella, tienen sus raíces en el sesgo de confirmación.

Los cristianos deben luchar contra el sesgo de confirmación porque no tenemos la opción de favorecer cualquier posición preferida. Tenemos un deber más alto con la verdad (por encima de nuestros vecinos seculares) debido al noveno mandamiento: «No darás falso testimonio contra tu prójimo» (Éx 20:16). Es por eso que la lección perdurable del mito de Galileo es la simple amonestación de conformar lo que creemos (y lo que se nos ha dicho) con la verdad (Pr 23:23). Siempre debemos esforzarnos por estar del lado de la verdad, ya que ese es el lado en el que Dios estará (Jn 14:6).


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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