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Nota del editor: 

Este artículo apareció primero en nuestra Revista Coalición: Señor, considera mi lamento(Agosto 2021).

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El lunes por la noche dormimos poco. Mi esposa tosía descontroladamente. Estuve a punto de llevarla al hospital, pero afuera hacía mucho frío y temía por su salud. La semana pasada nevó en nuestra ciudad por primera vez en catorce años y el frío continúa. Al final, la llevé a la guardia del hospital a primera hora del martes. A la entrada han levantado una carpa blanca para atender los casos de COVID-19. Entramos los dos, pero en seguida me sacaron a mí. No quería irme porque me di cuenta de que ella no quería soltarme la mano.

Esperé afuera caminando de un lado al otro por el frío, mientras seguían llegando más personas enfermas. Una madre con su hijo de unos cinco años en brazos. Una joven con su madre anciana. Una pareja, ella muy débil y sostenida por él. Aproveché el tiempo para orar por mi esposa. No me parecía que su caso era de COVID-19, ya que había sido vacunada, pero su salud me preocupaba. También oraba por los que iban entrando y por una mujer de nuestra congregación que está internada por COVID-19. 

Hasta ahora, no hemos perdido a ningún miembro de nuestra iglesia en esta pandemia, pero no ha pasado lo mismo con algunas iglesias amigas. Esta segunda ola en Argentina ha sido muy dura, en parte porque pensábamos que ya había pasado lo peor, pero de nuevo la incertidumbre nos arrastra hacia el fondo. Económicamente nos estamos hundiendo y muchos sueñan con abandonar el país. 

Mientras esperaba a mi esposa, también pensaba en el salmo 77 y este artículo sobre el lamento que debo entregar esta semana. Me di cuenta de que este salmo refleja nuestra situación. En este momento, con un pico histórico reciente de muertes por el coronavirus en el país, podemos decir con el salmista: “Este es mi dolor: que la diestra del Altísimo ha cambiado” (Sal 77:10). Nuestra iglesia sufre y podemos preguntarnos: ¿Dónde está la mano rescatadora del Señor?

La estructura de un salmo de lamento

El género literario del salmo 77 elude la clasificación sencilla. Más de la mitad de los salmos son de lamento y no cabe duda de que este es uno de ellos. Sin embargo, la segunda parte presenta rasgos de himno de alabanza.

En general, los salmos de lamento siguen una estructura similar:

  1. La invocación: el salmista se dirige a Dios.
  2. La descripción: el salmista describe su sufrimiento o el motivo de su angustia.
  3. La petición: el salmista pide salvación o restauración.
  4. El argumento: el salmista explica por qué Dios habría de conceder su petición.
  5. Expresión de confianza: el salmista detalla por qué cree que Dios responderá.
  6. Adoración: el salmista alaba a Dios por la respuesta anticipada.

Todos estos elementos se encuentran en el salmo 77. En la primera estrofa, el salmista se dirige a Dios: “Mi voz se eleva a Dios, y a Él clamaré; mi voz se eleva a Dios, y Él me oirá” (v. 1). En seguida, sigue con el segundo elemento, una descripción de su sufrimiento: “En el día de mi angustia busqué al Señor; en la noche mi mano se extendía sin cansarse; mi alma rehusaba ser consolada” (v. 2). Leer este versículo mientras esperaba a mi esposa en el hospital me recordaba la difícil noche que recién habíamos pasado.

El salmo 77 ofrece una clase maestra de cómo navegar entre las rocas destructivas de la duda

La primera mitad del salmo 77 (vv. 1-10) parece un típico lamento individual, pero en la segunda mitad encontramos evidencia de que el lamento individual del salmista debe entenderse en un contexto nacional. Los versículos 15 y 20 indican que él entiende su propia angustia personal en el contexto del sufrimiento de todo el pueblo de Dios. No sabemos cuál es el contexto histórico exacto, pero percibimos un espíritu similar al de Habacuc: “¿Hasta cuándo, oh Señor, pediré ayuda, y no escucharás, clamaré a ti: ¡Violencia! y no salvarás?” (Hab 1:2).

Pensar en la petición de Habacuc nos ayuda a ubicar en el salmo 77 la tercera característica de un salmo de lamento: la petición puntual. Leemos: “De noche me acordaré de mi canción; en mi corazón meditaré; y mi espíritu inquiere” (v. 6). Como Habacuc, el salmista pide una respuesta a las preguntas generadas por su angustia y la de su pueblo:

“¿Rechazará el Señor para siempre,
y no mostrará más su favor?
¿Ha cesado para siempre su misericordia?
¿Ha terminado para siempre su promesa?
¿Ha olvidado Dios tener piedad,
o ha retirado con su ira su compasión?” (Salmo 77:7-10).

Al igual que Habacuc, el salmista pide entender los propósitos de Dios. Detrás de esta petición explícita se encuentra la petición implícita de que Dios favorezca nuevamente a su pueblo, que se acuerde de la misericordia, que cumpla sus promesas, que tenga de ellos piedad y compasión.

Así es como llegamos a una bisagra del salmo. En su profundo dolor, el salmista se atreve a pronunciar una frase horrenda y casi blasfema: “la diestra del Altísimo ha cambiado” (v. 10). Él se pregunta, “¿dónde está la mano salvadora del Señor?”. El silencio de Dios lo lleva a cuestionar todo: las columnas de su fe se sacuden, el mundo tiembla y su cosmovisión tambalea. El Dios que siempre fue fiel a su pacto parece haber desaparecido. Con razón se siente “turbado” (v. 3), su espíritu desmaya (v. 3) y se mantienen “abiertos los párpados” (v. 4).

La disciplina espiritual de recordar

Mientras está bajo el inminente peligro del naufragio de su fe, el salmista cambia de rumbo. Él ofrece una clase maestra de cómo navegar entre las rocas destructivas de la duda a partir del versículo 11. Nos muestra que la memoria puede funcionar como un radar que usa al pasado para ver el futuro. Nos enseña la disciplina espiritual de recordar.

En los versículos 11-15, el salmista presenta el tercer elemento típico de los salmos de lamento: el argumento sobre por qué es razonable que Dios conceda su petición. Con maravillosa ironía, su argumento representa a la vez la respuesta a su petición. Recordemos que su petición es entender si Dios se ha olvidado de su pueblo. Al apelar al carácter de Dios en busca de una respuesta, su pregunta se va contestando sola. Con tono decidido proclama: “Me acordaré de las obras del SEÑOR” (v. 11). Enseguida, otro espíritu invade al salmo.

Dios ha sostenido a su pueblo en momentos de terrible persecución y aun en medio de plagas peores que esta

El salmista recuerda las maravillas antiguas de Dios, medita en su obra, en todos sus hechos portentosos y llega a una conclusión que expresa en forma de pregunta: “Santo es, oh Dios, tu camino; ¿qué dios hay grande como nuestro Dios?” (v. 13). La respuesta es obvia. El resto del salmo se convierte en un himno de alabanza (v. 16-20).

Al principio, el salmista parece referirse al poder de Dios demostrado en la creación: las aguas temen, los abismos se estremecen, los nubarrones centellean saetas. Casi podemos sentir el viento en nuestra propia piel: “La voz de tu trueno estaba en el torbellino, los relámpagos iluminaron al mundo, la tierra se estremeció y tembló” (v. 18).

Pero el enfoque se agudiza y de repente vemos que esto no es cualquier tormenta, sino que el salmista nos ha transportado a un momento climático en la historia de Israel. Como visto desde un avión a gran altura, de repente se abren las turbulentas nubes y vemos un escenario histórico: “En el mar estaba tu camino, y tus sendas en las aguas inmensas” (v. 19). Nos damos cuenta de que el salmista, al escribir, oye la música del cántico del mar de Moisés: “Canto al Señor porque ha triunfado gloriosamente; al caballo y a su jinete ha arrojado al mar. Mi fortaleza y mi canción es el SEÑOR, y ha sido para mí salvación” (Éx 15:1-2).

El Señor nos guía como rebaño

Al momento de escribir este artículo, han pasado dos días desde que llevé a mi señora al hospital. Llegaron los resultados del hisopado y, gracias a Dios, solo tiene bronquitis y está mejorando. Pero siguen llegando informes de gente enferma. La hermana que mencioné sigue en el hospital. Tenemos una familia completa que está con COVID-19. Hay cinco o seis situaciones parecidas en este momento. Los ancianos de nuestra iglesia han movilizado ayuda para los necesitados, pero cuesta llevar la ayuda espiritual necesaria porque no se puede ver en persona a los contagiados. En otras partes del mundo parece que la situación vuelve a la normalidad, pero no aquí. 

Reina la incertidumbre, pero me afirmo en la disciplina espiritual que enseña el salmo 77. Recuerdo cómo Dios guió a su pueblo Israel. También recuerdo que Dios en su providencia nunca ha abandonado a su iglesia comprada por la sangre de Cristo. Ha sostenido a su pueblo en momentos de terrible persecución y aun en medio de plagas peores que esta. Y me consuelan las últimas palabras del salmo: “Como rebaño guiaste a tu pueblo por mano de Moisés y de Aarón” (v. 20).

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