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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de El valor de ser protestante. Amantes de la verdad, empresarios y emergentes en el mundo posmoderno, de David F. Wells. Publicaciones Andamio.

¿Por qué la vida ha perdido su centro? Realmente, hay dos respuestas para esa pregunta. Una es bíblica y la otra es cultural.

La respuesta bíblica explica por qué toda la vida se ha desordenado. Según comienza el siglo XXI en Occidente, parte del desorden es la sensación de que la vida no tiene centro, que va a la deriva, que no tiene significado. Esta respuesta, que lo explica todo, es el pecado. Y es la respuesta normativa. No cambia. Esta, en todas las épocas, es la respuesta que explica el desorden de la vida.

La respuesta cultural, una vez explorados muchos de los escritores contemporáneos, simplemente mira dentro de la vida social modernizada de Occidente para ver qué puede explicar acerca de la pérdida de significado, la desaparición de la “centralidad” que muchas están experimentando. Las respuestas en esta línea siempre están sujetas a modificación según cambie la propia cultura. Por lo tanto, siempre son provisionales. Y en la medida que sean nuestros mejores pensamientos acerca del tema, siempre estarán sujetos a revisión.

Necesitamos pensar desde ambas perspectivas mientras consideramos por qué la vida ya no parece centrada. Por supuesto, es vital conocer lo que Dios ha revelado acerca de la vida humana caída, que es una respuesta a esto. De una manera diferente, sin embargo, también ayuda ver de qué manera esa experiencia de la caída ahora mismo actúa en un contexto cultural en particular, que es la otra respuesta que estamos buscando. Esto es lo que experimentan los contemporáneos. Es lo que entienden. Su comprensión, por supuesto, es bastante incompleta y, en el fondo, es errónea. Sin embargo, nos presenta un punto de contacto porque todos estamos experimentando las mismas pérdidas juntos. Es la fe cristiana la que explica esas pérdidas.

Hemos reemplazado el centro real de la vida por uno de nuestra cosecha, imponiendo nuestros intereses a los de Dios.

La respuesta bíblica acerca de por qué hemos perdido nuestro centro es bastante directa. El centro no se ha perdido. Lo que se ha perdido es nuestra capacidad para verlo, reconocerlo, inclinarnos ante él, reordenar nuestra vida a su luz, hacer lo que debemos como personas que viven en la presencia de este centro, este Otro, este Dios trino, santo y amoroso Dios de la Biblia. Porque comenzamos nuestro viaje vital con la premisa alternativa de que no está ahí, o de que no ha hablado, o de que no le importa. No reconocemos su presencia providencial y moral. Comenzamos como si la vida estuviera vacía y sin centro y como si dominara nuestras decisiones de hacer de la vida lo que queremos. Y así creamos nuestro propio centro, creamos nuestras propias reglas y nuestro propio significado. Todo esto surge de un centro alternativo en el universo. Somos nosotros.

Lo que Pablo afirma es que, desde la caída, hemos estado “honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador” (Romanos 1:25 RV60). No reconoceremos en nuestro interior que Dios sí que existe. También intentaremos ignorar nuestra propia sensación de estructura moral de la vida (Romanos 1:18-20; 2:14-15). Y realizamos algunas sustituciones. Hemos reemplazado el centro real de la vida por uno de nuestra cosecha, imponiendo nuestros intereses a los de Dios, nuestra perspectiva a la suya, nuestras normas a las suyas, nuestro signifi cado al suyo, y nuestras verdades privatizadas a su verdad absoluta. Todo esto es la esencia del pecado. Y el resultado, dice Pablo, es que ahora nuestras mentes “se envanecieron” y nuestros corazones “se entenebrecieron” (Romanos 1:21). Esta es la perspectiva inalterable, la proclamación insistente, de la Biblia.

¿Acaso, pues, es una gran sorpresa que ahora nuestro mundo esté vacío? Nos hemos apartado de la mano de Dios. Estamos volando lejos de él. Rechazamos la realidad tal y como él la definió. Redefinimos nuestro mundo y a nosotros mismos para dar cabida a nuestra rebeldía. Por eso la vida ha perdido cualquier centro que no sea nosotros mismos. Esta es una razón por la que necesitamos el glorioso evangelio de Cristo.


Imagen: Lightstock.
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