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El posmodernismo ha influenciado a nuestra cultura y sociedad. El hombre postmoderno es aquel que es “alérgico a las pretensiones en cuanto a la verdad”[1] y proclama por todos los vientos que cada quien puede tener su propia verdad. Es por esa influencia que cada quién dice tener su propia verdad (a conveniencia) y es “perfectamente válida” ante la opinión del resto. Tal parece que en las calles se escucha un susurro que dice: “nadie puede ni debe cuestionarte”. Se permite hacerlo todo, mirarlo todo, y probarlo todo. Si te gusta, acéptalo; si no, pues toléralo. No puedes pretender que tu verdad es superior a la verdad de tu vecino. Como consecuencia, nunca antes habíamos estado tan confundidos. A la gente parece no importarle mucho el contenido sino más bien si es entretenido, si se dice bien y si de alguna manera es creativo. La substancia cede a lo imaginario y la verdad a la creatividad.

Tristemente, la iglesia ha entrado en esta nueva “ola” y parece que la Biblia —que es la verdad— ya no es completamente cierta y suficiente. Se necesita agregar otros “condimentos” para que sepa mejor y para seguir siendo “relevantes” y no ser ofensivos. La Biblia ya no es necesaria en nuestra liturgia, en nuestras canciones, en nuestras sesiones de consejería, en nuestros escritos, y tampoco en el púlpito. Hay otras “verdades” mejores, más relevantes, y más atractivas que La Palabra de Verdad.

El error de los emoticones

A todos nos encanta compartir en Facebook o Twitter imágenes con versículos bíblicos o frases inspiracionales con paisajes bonitos. Hace unos días me encontré una de tantas publicaciones que mostraba varios “emoticones” que estamos tan acostumbrados a utilizar en nuestros mensajes de texto. Vi que las “caritas” estaban tratando de describir al evangelio, o la realidad de cómo alguien viene a Cristo. “¡Oh! Qué bien”, pensé en ese momento al sumergirme en la lectura. En fin, algo inspiracional para leer esa tarde, y poner una sonrisa en mi rostro. Cuando terminé de leer, no tenía una sonrisa sino una de “¿qué es esto?”.

Mi corazón se turbó porque ese no era el evangelio que yo creo; aún más importante, ese no era el evangelio bíblico. La Palabra de Dios tiene una opinión completamente distante de lo que esos “emoticones” reflejaban.

Esto nos hace volver al tema de la verdad. La verdad es una sola. Si no se tiene el concepto correcto de algo, no es verdad, es falso. La Biblia nos enseña claramente cuál es esa verdad y quién es la fuente de la verdad. Jesús dijo: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Jn. 17:17). El salmista también exclamó: “La suma de tu palabra es verdad” (Sal. 119:160a). Dios es verdad y solo a través de Su Palabra revelada podemos conocerle a Él y su verdad. Lo que Dios ha revelado en Su Palabra “es objetivamente verdad, independientemente de lo que un individuo entienda o crea”[2]. Debemos afirmarlo y vivirlo de esa manera. Él es la fuente de la verdad, y todo cuánto ha dicho es verdad y no tiene error. Dios y Su Palabra son el estándar; no hay otra verdad.

En estos emoticones que mencioné antes no estaba la verdad de Dios; no había rastro de haber sido elegidos en amor desde antes de la fundación del mundo, de la conversión de nuestro corazón por medio del Espíritu Santo, del arrepentimiento Bíblico, o la expiación de Cristo en la cruz, o de Su resurrección de los muertos. Al contrario, esos emoticones hablaban de cómo uno se sentía y cómo uno supo qué hacer y entonces tomó la decisión por Cristo y ahora todo es amor y paz.

El verdadero evangelio

El evangelio comienza con Dios, no con el hombre. Él nos escogió (Ef. 1:4) y nos creó (Sal. 100:3). Él es santo (Mt. 5:48) y el hombre pecador (Ro. 3:19). Luego de que el hombre pecó, Dios hizo el primer sacrificio proveyendo abrigo para cubrir la desnudez de Adán y a Eva, apuntando a ese Cordero perfecto que vendría para pagar una vez y para siempre por los pecados de los suyos. En Génesis 3:15, Dios promete enviar al Mesías para pagar la pena del pecado, satisfaciendo la justicia divina y reconciliando al hombre con Dios; todo para la gloria de Su nombre. Todo esto lo hizo por gracia, no por mérito alguno de nuestra parte (Tito 3:5). Cristo murió en la cruz (Ro. 5:8), pagando el castigo del pecado de los Suyos (1 Pd. 2:24) y no solo eso, resucitó (1 Co. 15:4) y vive intercediendo por nosotros (Ro. 8:34). El hombre debe arrepentirse (Is. 55:7) y creer en Jesús como Señor y Salvador (Ro. 10:9). Pero esto no es obra del hombre, ni está en él decidir (Juan 6:44); es un regalo de Dios (Ef. 2:8). La salvación es un regalo de Dios. Si le amamos y hemos conocido el amor es porque Él nos amó y se mostró a nosotros primero (1 Juan 4:19).

Los emoticones comienzan diciendo que el hombre está enojado con Dios y es el que decide llenar el vacío en su vida con Él. Quién lo hizo cree que ese es el punto de inicio. No considera que es Dios el que por ser perfectamente santo está airado y demanda el pago justo por el pecado, sin embargo sacrifica a Su propio hijo para salvarnos a nosotros. Lamentablemente, estos emoticones tienen la historia al revés. No somos nosotros quienes escogen ser salvos, es Dios quien escoge salvarnos.

Algunos han amoldado el evangelio  a la sociedad actual, convirtiéndolo en algo de conveniencia. Las buenas nuevas que ofrece son las buenas nuevas que cualquier religión ofrecería: confort, alegría, paz, etc. Todo se trata del hombre, de su bienestar, de su armonía con el mundo y todo lo que se les ocurra. Pero esa no es la verdad. En realidad, la verdad de la Palabra de Dios nos habla de un Dios santo que nos creó para alabanza de Su gloria. Doy gracias como Spurgeon cuando dijo que Dios lo escogió antes de la fundación del mundo porque si hubiese sido después, nunca habría decidido salvarle. Es una manera cómica de decir que Él es el soberano, y que todo comienza por Él y termina por Él. Y nos gozamos en esta verdad.


[1] David F. Wells, Above All Earthly Pow’rs: Christ in a Postmodern World (Grand Rapids, Mich.: W.B. Eerdmans Pub. Co., ©2005), 314.

[2] Henry Tolopilo, Colección Berea, vol. 2, ¿Y Tú Qué Crees? La Primacía de La Verdad Bíblica (León: Berea, im 2012), 21.

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