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Uno de los temas que siempre me han inquietado en consejería es la relación entre la responsabilidad del hombre y la soberanía de Dios. Sabía que ayudar a mis hermanas requería su esfuerzo y disciplina pero, ¿hasta dónde? Por un lado vemos a quienes siguen en desesperanza porque creen que no se han esforzado lo suficiente por “cumplir” para agradar a Dios, y por otro tenemos a las que solo se sientan a esperar a que Dios haga algo.

Quizá tú tienes la misma inquietud, así que me gustaría compartir contigo cinco cosas que aprendí del libro La soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre, de Theo G. Donner:

1. El problema del hombre es el pecado.

“Si hubieran hombres buenos y justos, si hubieran hombres que verdaderamente agradaran a Dios por fuerza propia, tales hombres no necesitarían la salvación en Jesucristo y se salvarían por justicia propia. Si era posible para el hombre ser bueno, entonces la muerte de Cristo no era necesaria” (p. 27).

Aunque reconciliar estas ideas sea complicado en nuestra mente finita, la Biblia revela que el hombre es responsable de su propio pecado. Desde Génesis 3 entendemos que el hombre no desea la voluntad de Dios. Romanos 1:18-2:16 nos dice que el hombre no ha querido agradar ni adorar a Dios, aunque en la misma creación Dios le ha dado suficiente evidencia sobre Él. Los versos 2:1-16 nos muestran que los hombres no tienen excusa y enfatizan que son responsables de su propia maldad.

Nadie puede salvarse por su propio esfuerzo. Todos necesitamos que Dios se nos revele para poder obedecerlo y amarlo.

¿Cómo ayuda esta verdad en la consejería?

El problema principal no es Satanás ni sus espíritus. La naturaleza rebelde del aconsejado lo hace responsable delante de Dios por su propio pecado. La solución a las malas obras que lo llenan de culpa no es hacer muchas buenas obras. Debemos guiar a la persona al arrepentimiento y a la fe en Jesucristo, para que reciba el perdón de Dios.

2. Dios es soberano sobre todo.

“La soberanía y el amor de Dios no se manifiestan en una protección contra el pecado, sino en la provisión de un remedio, de una solución al problema del pecado en Jesucristo. Esto implica que aun para ser y seguir siendo el pueblo de Dios, este pueblo necesita la acción soberana de Su Dios, el cual muestra en la elección que no se fundamenta en los méritos o las buenas cualidades del hombre, sino que es incondicional. Dios nos escogió en Cristo, Él es el fundamento de la elección” (pp. 35-36).

Aunque el hombre es responsable por sus actos, Dios es soberano en lo que hace y utiliza las buenas y malas acciones para cumplir Su voluntad.

Dios creó los cielos y la tierra, y continuamente lo sostiene. Eso incluye a las personas, quienes son usadas por Él para cumplir Sus propósitos. Aunque el hombre es responsable por sus actos, Dios es soberano en lo que hace y utiliza las buenas y malas acciones para cumplir Su voluntad.

¿Cómo ayuda esta verdad en consejería?

Puedes descansar, soltar, y confiar en Dios. Puedes estar seguro de que Dios no nos dejó a la deriva, sino que proveyó un Salvador para que su obra sobrenatural te sostenga. No se trata de lo que le ofrecemos a Dios, sino de lo que Dios ha ofrecido por nosotros.

3. Debo caminar cada día mirando a Cristo.

“Somos justificados por la obra de Cristo. La persona que ha de ser salva ha de mirar a Cristo y darse cuenta de que el precio de su salvación está pagado. Hemos de mirar a Cristo para estar seguros de nuestra propia salvación. Cristo murió por los elegidos, los creyentes, los predestinados o los que han de creer por la eficacia o el poder de la cruz” (p. 62).

Como medio de salvación, Dios proveyó la cruz. Toda la Biblia apunta a la obra redentora de Cristo por su pueblo; Él rescata lo que es suyo por derecho. En la persona de Jesucristo, Dios pagó el precio más alto para la redención del hombre por medio de la fe. No somos justificados por nuestras obras, sino por la obra de Cristo.

¿Cómo ayuda esta verdad en consejería?

Podemos confiar en el evangelio, que es poder para la salvación. Podemos confiar en que el poder de la cruz nos sostiene en medio del dolor. Debemos mostrar al aconsejado todo lo que la muerte y resurrección de Jesús implica, y mostrarles cómo afecta su identidad. Su ego es suprimido por Cristo y Su señorío. No deben confiar en un sistema de rituales o leyes de hombres para ser limpios, ni dar rienda suelta a sus deseos con la excusa de que “no son perfectos”. Debemos caminar con ellos recordándoles que han sido libertados del pecado y pueden elegir a Cristo cada día.

4. Todo es por gracia.

“La gracia obra por medio de la fe, de tal manera que la fe es el instrumento por medio del cual opera la gracia para salvarnos” (p. 63).

La fe en Jesús no es nuestra obra. Es imposible que el hombre pueda reconocer su necesidad y creer en Cristo para salvación si sus ojos no han sido abiertos para ver su responsabilidad como pecador. Esa fe nos es dada por gracia. “Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis preceptos y obedezcan mis leyes” (Ez. 36:27). Dios es quien produce el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad (Fil. 2:13). Todo es por gracia.

El cristiano vive en respuesta a la obra de Cristo, con la seguridad y convicción de que todo depende de Aquel que hace todas las cosas conforme al designio de su voluntad.

¿Cómo ayuda esta verdad en consejería?

Podemos mostrarle al aconsejado que es por gracia mediante la fe que Cristo los ama y aprueba. Esto quita de ellos una enorme culpa y vergüenza. Aunque hay consecuencias por el pecado, este no define nuestra identidad ni posición delante de Dios. Seguimos siendo amados, perdonados, y adoptados. La gracia del Señor nos sostiene, capacita, y hace humildes. Para el ser humano es difícil aceptar esta verdad porque queremos ser protagonistas o víctimas, por eso necesitamos enseñar acerca de la gracia una y otra vez.

5. Mi salvación hará que mi vida luzca diferente.

“El cristiano que descansa en la obra de Cristo y tiene el testimonio del Espíritu en su corazón, será movido por el mismo Espíritu a una vida de compromiso y de servicio a Dios, por amor y gratitud; será movido a glorificar a Dios con su vida y manifestar en vida el carácter del Dios santo a quien pertenece” (pp. 85-86).

Jesús es el iniciador y perfeccionador de nuestra fe. Nunca nos dejará. Ni mis obras sirvieron para salvarme, ni mantendrán mi salvación. Sin embargo, eso no quiere decir que no debo obrar; soy llamada a dar frutos de obediencia. El Espíritu Santo habita en mí y me ayuda a perseverar. El cristiano vive en respuesta a la obra de Cristo, con la seguridad y convicción de que todo depende de Aquel que hace todas las cosas conforme al designio de su voluntad.

¿Cómo ayuda esta verdad en consejería?

Aquí nos ponemos prácticos, asignándole al aconsejado tareas para mostrar cómo se aplican estas verdades en la vida diaria. A través de esas asignaciones ayudamos al aconsejado a no olvidar el evangelio y a confesar su pecado, reconocer la soberanía de Dios, confiar en la obra sustitutoria de Cristo, vivir por gracia, y permanecer en la seguridad de la vida eterna mientras Él regresa.  

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