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Jonathan Edwards vivió con  una pasión que lo impulsaba: Soli Deo Gloria —para la gloria de Dios. Su propósito principal en todas las cosas, su objetivo general en toda la vida, era traer honor y majestad al nombre de Dios. Él deseaba exaltar la grandeza de Dios con cada respiración que tomaba y con cada paso que daba. Cada pensamiento, cada actitud, cada elección, y cada empeño debía ser para la gloria de Dios.

Cada una de las setenta resoluciones de Edwards se centraba en esa pasión suprema por el honor de Dios. A través de estas ambiciosas declaraciones de propósito, Edwards siguió su pasión por glorificar a Dios en todas las cosas. Su visión centrada en Dios lo sacó y lo impulsó hacia adelante en toda la vida. Era Dios —majestuoso y santo en su infinidad, cuya soberanía no tiene limites, cuya gracia no está sujeta a nada— a quien Edwards constantemente mantenía en frente de sus ojos adoradores. Era Dios, suficiente en sí mismo y completamente suficiente para su pueblo, a quien Edwards buscó agradar con todas sus fuerzas. Fue Dios quien se convirtió en la meta de la vida cristiana diaria para Edwards y al que siguió con una decisión radical y una ambición santa. En medio de todas sus labores como pastor, Edwards se mantuvo enfocado en Dios, que es el principio, el medio, y el final de todas las cosas; la primera causa y el último propósito, y todo lo que está en medio. Dios mismo ha hecho de la promoción de su gloria su fin más alto, y Edwards, del mismo modo, vivió para esto por encima de todo.

El día de hoy, unos trescientos años después del tiempo de Edwards, hay una desesperada necesidad de que surja en la escena de la historia una nueva generación que premie y promueva la gloria de nuestro maravilloso Dios. Contemplar la visión de este Dios todo-supremo, todo-soberano, y todo-suficiente transforma a los individuos en formas que cambian la vida. Esto es lo que hemos aprendido de Edwards, y esto es lo que tenemos que experimentar en nuestras propias vidas. Nuestra teología elevada, centrada en Dios mismo, debe traducirse de manera práctica en la vida cristiana día con día.

Que Dios levante hoy una multitud cada vez más grande de personas que se consuman en esforzarse por ser santos como Él es santo. Que Dios le de a su Iglesia un ejército de seguidores de Cristo que renuncie a sí mismo de manera radical y esté totalmente dedicado a Él. Que un remanente llegue a su debido tiempo y cause otro Gran Avivamiento. Y que puedan las “Resoluciones” de Edwards ser las huellas que ese remanente siga.

Este extracto se toma de La Decisión Inquebrantable de Jonathan Edwards por Steven Lawson.


Publicado originalmente en Ligonier. Traducido por Markos Fehr.
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