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Me diagnosticaron con dolor crónico cuando era adolescente. Por más de una década me he despertado con dolor.

Recientemente he descubierto que no estoy solo en este dolor. Alrededor del 40% de los estadounidenses sufren de dolor crónico, persistente e intratable. Para darte una idea más clara, imagína esto: en una congregación de 200 adultos, alrededor de 80 de nosotros estamos actualmente en dolor.

Entonces, ¿cómo pueden los pastores, iglesias y ministerios entender mejor y cuidar a sus miembros que sufren?

El problema del dolor

El dolor crónico —tal como artritis, migrañas y los trastornos autoinmunes como el mío— es el segundo motivo más común por el cual las personas van al médico y pierden tiempo del trabajo. Más de la mitad de los enfermos están parcialmente inhabilitados por su dolor durante días a la vez, y más de un tercio se convierten, en cierta medida, en incapacitados por su dolor crónico. Entre los gastos médicos y la pérdida de tiempo de trabajo, el costo anual del dolor crónico en la economía estadounidense probablemente supera los cien mil millones de dólares.

Lamentablemente, el dolor crónico es ampliamente incomprendido y no tiene ningún tratamiento directo o cura. En el caso de las lesiones o del dolor agudo, por lo general hay una causa clara y, por lo tanto, se pueden establecer tratamientos y plazos de recuperación estandarizados. Pero con condiciones crónicas, el dolor, por lo general, no está vinculado a una lesión, y la experiencia del dolor no es proporcional a la magnitud del daño del tejido o cualquier otra cosa que se puede medir empíricamente. A la comunidad médica —a pesar de la mucha preocupación, partidas económicas y la investigación— le quedan palabras como “complejo” y “desconcertante” para las definiciones y descripciones de dolor.

Como resultado, los pacientes rara veces hablamos de nuestro dolor y desánimo. En cambio, nos sentamos silenciosamente en nuestros asientos y bancos tratando de ignorar el malestar y resistir la tentación de mover nuestras articulaciones y los músculos palpitantes.

El dolor desanima, el Cuerpo anima

En mi experiencia con el dolor crónico la respuesta emocional más persistente es el desánimo. Puedo comer alimentos saludables, tomar vitaminas, hacer ejercicio regularmente, dormir nueve o diez horas, y aun así despertarme cansado, rígido y dolorido. La carga emocional de los síntomas físicos es inconmensurable, y ahí es donde la comunidad cristiana puede desempeñar su papel. Nos necesitamos los unos a los otros.

Las iglesias más grandes harían bien en crear grupos de apoyo y cuidado pastoral para los enfermos, pero todas las iglesias pueden simplemente involucrar con compasión y sabiduría en grupos y ministerios actuales a sus miembros que sufren.

Con demasiada frecuencia, cuando he mencionado mi dolor crónico a hermanos en la fe, me han respondido con una posible cura o tratamiento. “Deberías ver a un quiropráctico”. “¿Cuánto magnesio tomas?” “¿Estás familiarizado con los aceites esenciales?”. Estas respuestas tienen buenas intenciones, pero no son las más amorosas. En cambio, nos podemos ofrecer el uno al otro un oído atento, palabras sinceras de ánimo, y orar por la persona que sufre. Probablemente he recibido más de 100 curas potenciales y consejos en el pasado año, y casi cada una de las sugerencias ha sido única. En otras palabras, lo más probable es que lo que funciona para la experiencia de dolor de una persona no va a funcionar para otra.

Un regalo del Padre

Últimamente he estado experimentando mi dolor de una manera diferente. Me he dado cuenta de que se ha convertido en una parte crucial de mi dependencia diaria de Dios.

La realidad de la restauración física y una resurrección corporal tiene una profundidad más grande para los enfermos crónicos. Mientras he compartido desde el púlpito mi lucha con el dolor crónico, he estado descubriendo decenas de otros congregantes que se enfrentan a dolores similares, y la mayoría son más graves que los míos. Me estoy dando cuenta que mi viaje con el dolor me ha permitido ofrecer la presencia sanadora de Dios de una manera más personal (2 Corintios 1:3-7).

En cierto sentido, el dolor es un regalo de nuestro Padre.

El médico cristiano Paul Brand lo ha descrito acertadamente como el regalo que nadie quiere. El dolor es una señal que nos recuerda que algo está mal con nosotros; para mí, es a menudo un indicador que he hecho demasiado físicamente y que necesito descansar. Pero esta señal nos lleva a la paradoja: el dolor es a la vez una maldición y un regalo.

Ningún otro lugar a donde ir

En esto, el dolor crónico es una ilustración perfecta de la vida cristiana. Es un viaje constante y exigente; es sumamente complejo y a menudo sin sentido aparente; y, en este mundo, no hay cura para la dureza o esperanza para la restauración. El dolor crónico, como cualquier tipo de sufrimiento, es una forma de quebrantamiento que nos conduce a Cristo. Cuando el dolor persiste, simplemente no hay otro lugar adonde ir.

En Jesús, el buen médico, tal vez no encontramos las respuestas que estamos buscando, pero encontraremos consuelo para hoy y esperanza más allá de la tumba. Recordamos que, en Su vida, no fue ajeno a la angustia emocional y al dolor físico. En Su Palabra, sabemos que estas ligeras y efímeras aflicciones son nada en comparación con la gloria futura que será revelada (2 Corintios 4:17). Y en Sus promesas tenemos la esperanza de que todas las cosas rotas —incluidos nuestros cuerpos frágiles y dolidos— serán hechas nuevas y completas una vez más, y el dolor finalmente será un recuerdo lejano.

Ven, Señor Jesús.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Voicu Burca.
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