¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Hace un tiempo, durante una asamblea de las Naciones Unidas, el gobierno de los Estados Unidos no apoyó una moción para promover la lactancia materna y limitar la comercialización falsa de la fórmula. No hace falta decir que esto causó conmoción en los defensores de la salud en todo Estados Unidos. Poco después, The New York Times publicó una historia en la que afirmaba que los Estados Unidos se oponía a los fabricantes de fórmulas (conflicto de intereses) y que incluso intentaron intimidar a otros países para que siguieran su ejemplo.

La esfera médica —ginecólogos, pediatras, y médicos de familia— criticó la posición del gobierno norteamericano. Los presidentes tanto del Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogos como de la Academia Americana de Pediatría expresaron ferozmente su desacuerdo y apoyaron la opinión de que “la lactancia materna es la mejor fuente de nutrición para el primer año de vida”. La Asociación Americana de Salud Pública también apoyó la lactancia materna, estableciendo un consenso general de la comunidad médica de que la lactancia materna debe protegerse tanto para la salud de la madre como para el niño.

No es tan simple como parece

La lactancia materna frente a la fórmula puede convertirse en un tema candente para muchos. Particularmente las madres. Después de todo, estamos hablando de la salud de nuestros hijos. Yo no soy madre, pero como doctora, he tenido esta discusión con muchas mujeres. He hablado con pacientes y mujeres en nuestra iglesia acerca de los beneficios y las consecuencias de la lactancia materna así como de la fórmula.

Y es aquí donde he observado, tristemente, tanto en creyentes como en no creyentes, un comportamiento poco saludable que puede no solo afectar directamente la vida de sus hijos, pero que definitivamente tiene un impacto en la vida de la iglesia.

Para la mayoría de las mujeres, la lactancia materna es siempre nuestra primera recomendación. Sin embargo, se sabe que algunas mujeres no pueden amamantar debido a una enfermedad u otras afecciones médicas. Hay muchos factores que influyen en la capacidad de la madre para amamantar a su hijo, los cuales pueden convertirse en una carga difícil de soportar. Y sin embargo, muchas mujeres se sienten agobiadas porque otras madres les han dicho que, si no amamantan, están robándole la nutrición a sus hijos, o están dañando el sistema inmunológico de sus hijos, o no podrán establecer un vínculo con el niño. En otras palabras, les hacen pensar que si no están amamantando están siendo madres egoístas, despreocupadas, y desconsideradas.

Tratar con una condición médica o la vida agitada o una madre trabajadora es bastante difícil, pero tener que lidiar con el juicio de otros que no están sufriendo como tú, solo lo hace peor. Esto sucede mucho más de lo que piensas. La presión innecesaria sobre las madres para amamantar de manera exclusiva, a veces incluso en detrimento de sus hijos, ha sido tan extrema que organizaciones como la Fundación Fed is Best han comenzado a asegurar y alentar a las madres que no amamantan a sus hijos.

No debemos avergonzar a las madres que no pueden amamantar. No debemos dejar de lado a las madres que eligen la fórmula en lugar de la leche materna. Más bien debemos amarlas.

Eligiendo el amor

¿Por qué pasa esto? Cuando tenemos un desacuerdo, la reacción común es tomar una posición de superioridad moral. Al asignar un valor moral a algo que es moralmente neutral, podemos afirmar que somos moralmente rectos y derribar el punto de vista opuesto como inmoral e insensible.

Entonces, le asignamos un valor moral a la lactancia materna, diciendo que es el camino de Dios, el único camino, el camino natural, el camino correcto. Tratamos a las mujeres que eligen (o no pueden) amamantar como si estuvieran en pecado. Las avergonzamos y lanzamos acusaciones de negligencia infantil. Negamos con la cabeza, susurramos a sus espaldas y hacemos comentarios sobre sus decisiones de maternidad, como si supiéramos exactamente qué es lo correcto o lo incorrecto, como si Dios nos diera 10 mandamientos sobre lo que se debe y no se debe hacer con la lactancia materna. Y todo lo que tenemos que hacer es apuntar a estas madres que no amamantan y culparlas para que hagan las cosas a nuestra manera. Aunque en lugar de decir que es “nuestra manera”, a menudo decimos que es “la manera correcta”.

Esto puede ser traicionero para la vida de la iglesia. No tenemos el poder o la autoridad para asignar valor moral a las cosas. Solo Dios tiene la autoridad y la sabiduría infinita para hacer esto (Sal. 147: 5, 139: 4; Mt. 28:18; 1 Pe. 3:22). También hemos fallado en seguir la regla de oro: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 7:12). Además, en Romanos 13:8-10, nuevamente se nos insta a “amarnos unos a otros […], el amor no le hace mal al prójimo”.

Si una madre elige o no puede amamantar a su hijo, no está pecando ni ofendiendo a Dios. Solo te están ofendiendo inadvertidamente al no hacer las cosas a tu manera.

Superando una cultura de vergüenza

El tema de la lactancia materna puede ser controversial. Pero en la iglesia no debería serlo.  Toda madre tiene el derecho a decidir cómo quiere alimentar a su hijo, pero su derecho no le permite actuar sin amar al otro. Las madres en la iglesia no deben menospreciar a otras madres.

La iglesia no debe ser una cultura de vergüenza. Debe ser una cultura de gracia.

Debemos ver todo a través del lente del evangelio. Hemos visto a Jesús cumplir el mandamiento de amar a su prójimo hasta el punto de la muerte. Jesús, que tenía toda la autoridad, entregó humildemente su vida por las personas que lo golpeaban, se burlaban de Él, y lo negaban. No podemos valorar más nuestras opiniones, nuestra forma de hacer las cosas, nuestra propia inteligencia, nuestras experiencias. Hacerlo demuestra que nos amamos más que a nuestro prójimo. Como con muchas cosas, esta es una oportunidad para expresar visiblemente lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz.

La iglesia no debe ser una cultura de vergüenza. Debe ser una cultura de gracia.

Demasiadas veces he tenido conversaciones con madres que lloran porque no han podido amamantar por una razón u otra. A menudo se sienten avergonzadas por no hacer algo que otras mujeres pueden hacer por sus hijos. Muchas veces se sienten juzgadas por otras mujeres quienes las descartan como “madres malas” o “menos mujeres”.

Pero déjame preguntarte esto, hermana. Si una madre está cuidando y amando a su hijo, ¿no cree que esto es más importante que la forma en que eligen alimentarlo? ¿No es más importante ser una mujer temerosa de Dios que ama a sus vecinos? ¿No es eso más importante que si elige leche materna en lugar de la fórmula?

Muchas veces tendemos a asignar un valor moral a cosas moralmente neutrales. De esta manera nos justificamos cuando juzgamos a otras personas que hacen las cosas diferente. Pensamos: “Si es un pecado, entonces está bien que lo desprecie”.

No perdamos de vista lo que es importante. Si esto significa que la mamá que vive al lado tuyo elige usar una marca de pañales diferente a la tuya, si esto significa que ella alimenta a su hijo con algo que con lo que tú no lo alimentarías, o si ella decide dejar que su hijo vea la televisión por una hora antes de la cena cuando tú decidiste diferente, entonces recuerda que no debes juzgarla, sino amarla y reflejar el amor que Dios nos ha mostrado en la cruz.

¿No sería más fácil hablar de estas cosas si tienes una relación con quienes difieres? ¿No es mejor crear un espacio seguro para compartir ideas sin juicio inmediato? ¿No sería ideal poder explicar tu postura y escuchar la de otros, tal vez incluso aprender de otras posturas?

Frecuentemente yo fallo en esto. Mi oración por nosotras es que podamos aprender a amarnos unas a otras más de lo que nos amamos a nosotras mismas, como resultado del primer mandamiento: debemos amar al Señor nuestro Dios.


IMAGEN: Jordan Whitt en Unsplash.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando