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Cuando quise proponerle matrimonio a mi esposa, busqué primero la bendición de su padre. Esto era angustioso y emocionante a la vez. Estaba tan ansioso que le dije mis intenciones a mi futura suegra. Parecía emocionada también, lo cual reforzó mi determinación. Necesitaba planear mi oportunidad. Resultó que el padre de mi esposa estaba en medio de un proyecto en su casa y me pidió que lo ayudara un sábado por la mañana. Yo estaba más que feliz de hacerlo. Pensé que un día de trabajo proporcionaría la oportunidad ideal para pedirle la bendición sobre los planes que tenía con su hija. 

El trabajo comenzó ese sábado. Yo no estaba preparado para la cantidad de trabajo que me dio. El proyecto requería mezclar cemento, y mucho. Se tenían que abrir bolsas de cemento de 36 kilos, mezclarlas con agua, y luego llevarlas hacia donde se usaría el cemento. No me sorprendió que el padre de mi esposa me pidiera tomar las primeras dos bolsas para mezclarlas y moverlas, pero lo que sí me sorprendió fue que me pidió hacerlo con las siguientes treinta y ocho bolsas. Mis músculos ardían. El trabajo era arduo. Estaba sudado y cansado. Afortunadamente, el trabajo quitó muchos de los nervios que traía. Pero desafortunadamente, no proveyó muchas oportunidades para hablar del tema. Al final vine pasando todo el día hablándole al cemento y a nadie más.

Finalmente, el trabajo terminó. Estaba decidido a pedirle su bendición, aunque me sentía completamente cansado. Me fui acercando, me armé de valor, pero antes de que pudiera preguntarle me dijo: “Escuché que tienes algo qué decirme”. A mi futura suegra se le había salido decirle, así que él ya sabia lo que le iba a preguntar. Él había planeado probar mi voluntad y mis ganas de trabajar.

El trabajo impulsado por el amor

Mirando hacia ese día puedo decir que fue un trabajo difícil y agotador. Sin embargo, fue una gran alegría. En cierto sentido, mi trabajo fue impulsado por el amor que tengo hacia mi esposa. Mi experiencia extrañamente me recuerda a la de Jacob en Génesis. Cada vez que la Biblia habla de Jacob y su amor por Raquel, es claro que él estaba loco por ella. Cuando puso sus ojos en ella por primera vez, fue solo y quitó una enorme piedra que cubría la boca de un pozo de agua (Gen. 29:10). Esa es la estrategia eficaz de un joven enloquecido. Mostró su fuerza y al mismo tiempo le dio de beber a su rebaño, deshaciéndose de los otros pastores. Después de todo, ¿quién quiere competencia?

El amor de Jacob hacia Raquel es obvio. Después, cuando Jacob aceptó trabajar para el padre de Raquel por siete años para poder casarse con ella, se nos dice que los días “le parecieron unos pocos días, por el amor que le tenía” (Gen. 29:20).

En su mente, el amor de Jacob por Raquel transformó los años de arduo trabajo en pocos días llenos de anticipación gozosa. El amor genuino transforma el motivo y la impresión del trabajo. No disminuye su dificultad, solo su monotonía. De la misma manera, el ministerio del evangelio es impulsado por el amor que le tenemos. Nuestro servicio a Cristo nunca debe separarse de recordar constantemente nuestro amor hacia Él.

La obediencia llena de gozo

El amor de Jacob por Raquel, y el mío por mi esposa, son evidencia de que el amor verdadero hace que la obediencia esté llena de gozo. El puritano John Owen escribió: “El amor provoca alegría y deleite en la obediencia”. Si amas a alguien, el servirle no es una carga sino una alegría. Existe una gran libertad en este tipo de amor. Jacob no fue forzado a trabajar siete años por Raquel. Fue una elección que nació de su amor por ella. A mí no me forzaron a mezclar cemento para mi suegro, sino que el amor hacia mi entonces novia hizo que el trabajo fuera fácil. Jesús nos dice: “Si ustedes Me aman, guardarán Mis mandamientos” (Jn. 14:15). Nuestra obediencia a Jesús nunca debe sentirse forzada o de mala gana, sino que debe fluir del deleite que su amor perfecto nos da. A medida que comprendemos su amor por nosotros, crecemos en nuestro amor por Él, el cual produce una obediencia sincera y amorosa.

Amor sin miedo

El amor bíblico no tiene miedo. Nuestro amor por Jesús, o por nuestro cónyuge, nuestros hijos, la iglesia, y nuestro prójimo, debe emanar de un lugar de seguridad. “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor… Nosotros amamos porque Él nos amó primero” (1 Jn. 4:19). El miedo es el producto de la incertidumbre. Tendremos miedo si estamos convencidos de que nuestra obediencia será juzgada y que enfrentaremos la condena de nuestros fracasos. Pero el amor de Jesús remueve el miedo de nuestras almas. Él tomó la ira del Padre; en nuestro lugar, para nuestro gozo. Nosotros podemos amar a Jesús y a los demás con nuestras vidas y nuestra obediencia, porque el Salvador nos ha amado a la perfección, y por lo tanto nos ha dado seguridad. Nosotros hemos sido amados a la perfección, por lo tanto, no le tememos al juicio. Nuestra relación con Dios ha sido establecida en el pacto donde Dios nos promete su amor. Al amar a los demás como Cristo nos amó, le damos seguridad y consuelo a aquellos a quienes extendemos nuestro amor. Ellos no tienen que temernos, sino que pueden reposar en nuestro amor.

La práctica diaria de los cristianos

Ya que esto es verdad, los que seguimos a Jesús debemos habitualmente mantener encendido nuestro amor hacia Cristo cada día. ¿Cómo podemos hacer esto?

  • Medita en el evangelio. Este consejo nunca se hace viejo. Los cristianos siempre tenemos que escuchar el evangelio. El amor de Cristo nunca se enfría y nunca pasa de moda.
  • Confiesa tus pecados. Junto con la meditación del evangelio, el hábito diario de confesar nuestros pecados forzosamente nos hace reflexionar en el amor de Dios por nosotros. Hemos fallado una y otra vez, y sin embargo, el amor de Dios es firme e inamovible para su pueblo.
  • Practica la acción de gracias. El hábito de dar gracias a Dios por sus bendiciones transforma nuestros pensamientos. Es difícil codiciar algo que no tienes mientras que le agradeces a Dios por todo lo que ya te ha dado. Del mismo modo, es difícil ignorar a los demás cuando continuamente nos postramos ante la bondad de nuestro amoroso Dios.

Publicado originalmente en For the Church. Traducido por Yajaira Marmolejo.
Imagen: Lightstock
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