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Una vez tuve una conversación con una mesera acerca de cuán maravilloso es vivir en Florida, particularmente durante los meses fríos del año. Esta joven indicó que era del norte, pero dijo: “No regresaría al norte ni para salvar mi alma”. Yo le dije: “Bueno, tú y yo diferimos en este punto. Tampoco tengo ningún deseo de volver al norte, pero si significara la salvación de mi alma, no dudaría en regresar”.

Cuando decimos: “No haría esto o aquello ni para salvar mi alma”, estamos hablando de manera jocosa. Me atrevo a decir que aquellos que usan esa frase no han pensado seriamente en el significado literal de sus palabras. No están haciendo ningún tipo de declaración acerca de sus almas. Simplemente están usando una expresión popular.

Pero en el siglo diecisiete, la iglesia y la gente en general estaban muy preocupadas con la salvación del alma humana. La Confesión de Fe de Westminster manifiesta esta preocupación, estableciendo los requerimientos bíblicos para la salvación con cierto detalle. En el capítulo 14, la confesión muestra el prerrequisito clave para la salvación. El título del capítulo es “De la Fe Salvadora”, y comienza con estas palabras: “La gracia de la fe, por la cual se capacita a los elegidos para creer para la salvación de sus almas, es la obra del Espíritu de Cristo en sus corazones…”

Presta mucha atención a aquellas primeras cinco palabras. La confesión no habla simplemente de fe. Más bien, pone nuestra atención en “la gracia de la fe”. Llama a la fe una gracia porque viene a nosotros como un regalo de Dios; algo que no podemos comprar, obtener o merecer en ninguna manera. La definición usual que tenemos en teología para gracia es “favor inmerecido de Dios”. Así que la fe es la manifestación de la gracia de Dios. En pocas palabras, aquellos que son salvos son habilitados o capacitados para creer con el fin de la salvación de sus almas. La fe no es vista como un logro del espíritu humano. De hecho, la fe no es algo ejercido de manera natural por un ser humano caído.

Aquí radica el punto crucial del asunto que provoca tanta controversia en teología. Por un lado, Dios requiere fe, y aún así por otro lado, las Escrituras dicen que nadie puede ejercer fe salvadora a menos que Dios haga algo sobrenatural para habilitarlo o capacitarlo para ello.


Publicado originalmente en Ligonier. Traducido por Harold Bayona.
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