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La mayor parte de las cargas que las personas llevan en sus corazones se mantienen ocultas a la vista de los demás. Sin embargo, estas afloran desde el fondo de sus almas como los recibos en una billetera atiborrada, y al igual que los recibos, las tarjetas de crédito y los boletos de autobús, las cargas se van acumulando conforme avanzamos a lo largo de nuestro día a día. Estas son cuestiones de dolor de tipo personal, físico, emocional y espiritual. La vida es dolorosa. A este sufrimiento persistente no se le debería minimizar, por el contrario, debería sacársele provecho. He aquí una gran oportunidad para los cristianos.

La persistencia y prevalencia de este tipo de cargas y ansiedades nos obliga como cristianos a pensar estratégicamente sobre cómo podríamos servir con amor a aquellos que están afligidos. Proverbios nos proporciona un marco adecuado para ayudar a quienes tienen una herida abierta o tienen cicatrices provocadas por las lesiones de este mundo.

La ansiedad en el corazón del hombre lo deprime, pero la buena palabra lo alegra —Proverbios 12:25.

Lo que quiero resaltar es que la “mejor de las buenas palabras” es el evangelio. El evangelio es el bálsamo por excelencia que sana el alma ansiosa.

Al fin y al cabo, las principales preocupaciones del alma giran en torno a: lo que hemos hecho, lo que nos ha pasado, lo que va a pasar con nosotros y lo que sucederá con los demás. Pensamos en nuestras relaciones y en la incertidumbre de las circunstancias, pero todas éstas giran alrededor de la relación que tenemos con nuestro Creador. La fractura en esta relación trae consigo separación, lo que a su vez provoca que nuestras relaciones terrenales se vean también fracturadas. Además, es esta separación de Dios la que ocasiona que surja en nosotros ansiedad sobre el futuro y amargura por el pasado.

¿Y cómo responde el evangelio ante esta realidad?

En el evangelio descubrimos que Dios está por nosotros en Cristo Jesús y que en Cristo ya se ha resuelto por completo el origen de todos nuestros problemas (nuestro pecado). Gracias a lo que Jesús hizo y a que murió por nosotros, nuestra culpa, vergüenza, separación y castigo ya han sido expiados (1 Pe. 3:18). Aún mejor, el que Dios nos reciba en sus brazos, su aprobación y aceptación final ya han sido ganadas por Cristo (Col. 1:21-22). Es esta obra evangélica de Jesús la que nos permite creer verdaderamente que todo nos ayuda a bien (Rom. 8:28). Esto no quiere decir que todo será color de rosa en nuestras vidas, pero sí significa que todo será para nuestro bien. Así como Charles Spurgeon escribió:

Los santos sobrellevan el desánimo creyendo que todas las cosas les ayudan a bien, y que de los males aparentes surgirá finalmente una bendición verdadera —que su Dios traerá para ellos o bien un pronto rescate, o con toda seguridad los sostendrá en las dificultades, en tanto que sea su voluntad mantenerlos en estas—.

Conocer esta realidad de nuestra relación con Dios, una conciencia limpia, y una herencia asegurada es ciertamente el mejor bálsamo para el alma ansiosa.

Si platicas con un no creyente esta podría ser la conversación que —como un detonante del evangelio— puede abrir un agujero en ese oscuro calabozo de vergüenza, culpa y desesperanza. Tus palabras llenas de gracia podrían ser la detonación final que deje entrar la luz divina y sobrenatural. ¡Así que sé intencional!

Si conversas con un hermano en la fe es igualmente importante que le recuerdes el evangelio. A menudo en la vida nos embarcamos hacia aguas turbulentas, nos desviamos de dirección y nos estancamos. Las palabras fieles e intencionales de un amigo son como una brisa fresca del evangelio ¡que sopla en nuestras velas! Esto nos aleja con rapidez de la isla del desaliento hacia las costas de la misericordia. Se nos recuerda que a través de Cristo, Dios está por nosotros. Nuestros hermanos y hermanas fieles traen consigo palabras de verdad a un alma exhausta. ¡Estas son en verdad buenas palabras!

 

Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Carolina López.
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