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La escena de Cristo sentado a la mesa con cobradores de impuestos y pecadores pinta un retrato de su misión: pese a que somos pecadores, Jesús muestra su infinita misericordia al venir a este mundo a dar su vida por nosotros, con el fin de que podamos conocerle y tener comunión con Él por siempre.

El Señor se sentó a menudo con personas que eran consideradas de mala reputación durante su ministerio. En los tiempos de Jesús, los judíos que trabajaban en los tributos públicos eran odiados por sus compatriotas, pues trabajaban para el enemigo (el Imperio romano) y recolectaban de manera excesiva para beneficio propio (ver Lc 3:12-13). En consecuencia, los cobradores de impuestos eran considerados traidores, deshonestos y la escoria de la sociedad, a tal punto que eran excluidos del culto religioso y de participar como testigos ante el tribunal.[1]

Jesús es cuestionado

Mateo, quien llegaría a ser un apóstol de Jesús y escritor de uno de los Evangelios, había sido uno de los «traidores», un cobrador de impuestos. Cuando Mateo deja su puesto de trabajo para seguir a Jesús, le prepara un banquete en casa (Lc 5:29), donde el Señor comparte la mesa con él y con otras personas de dudosa reputación.

Mientras Jesús participaba de la comida, algunos fariseos —líderes religiosos que gozaban de cierta reputación e influencia política— murmuraron y preguntaron a los discípulos: «¿Por qué come su Maestro con los recaudadores de impuestos y pecadores?» (Mt 9:11).

La escena de Cristo sentado a la mesa con cobradores de impuestos y pecadores pinta un retrato de su misión

La pregunta de los fariseos podría ser válida… ¿Acaso no cuestionaríamos a un congresista si es sorprendido compartiendo la mesa con un corrupto? Sin embargo, el desprecio de los fariseos hacia Jesús es evidente a lo largo de los Evangelios; lo más probable es que la pregunta era más bien una afrenta a Jesús y sus discípulos. Además, era una clara muestra de desprecio y falta de misericordia hacia los demás en la mesa.

La pregunta estuvo dirigida a los discípulos, pero Jesús escuchó y respondió lo siguiente: 

«Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento» (Mt 9:12-13, RVR60).

Jesús está en esta mesa debido a la naturaleza de su misión: mostrar misericordia y llamar a pecadores al arrepentimiento para que reciban salvación.[2] 

Misericordia quiero y no sacrificio

La respuesta del Señor incluye una cita del Antiguo Testamento que tiene implicaciones fuertes sobre los fariseos. 

La cita se encuentra en el libro de Oseas, escrito unos siete siglos antes de Jesús. En ese entonces, el pueblo judío y sus líderes se habían rebelado contra Dios y sus leyes. Por ejemplo, en una ocasión estaban padeciendo necesidad necesidad, lo que los llevó a acudir a Asiria a pedir ayuda en lugar de arrepentirse y acudir a Dios. Dios les advirtió: «Pero él [el rey de Asiria] no los podrá sanar, ni curar su herida» (Os 5:13). En estos pasajes también podemos observar la falta de arrepentimiento del pueblo, cuando Dios indica que se apartaría de ellos «hasta que reconozcan su culpa» y lo busquen (Os 5:15). Cualquier señal de verdadero arrepentimiento era «como nube matinal, y como el rocío, que temprano desaparece» (Os 6:4).

Por lo tanto, cuando Dios dijo por medio de Oseas que quería misericordia y no sacrificio (Os 6:6), estaba confrontando al pueblo judío. El pueblo pensaba que estaba bien ante los ojos del Señor por seguir algunos ritos que Dios había establecido, mientras descuidaban otras áreas de su vida. Hoy en día esto sería equivalente a servir todos los fines de semana en la iglesia, recibir la Cena del Señor o celebrar algunos días religiosos al año, pero vivir el resto del tiempo desobedeciendo la Palabra.

Así, lo que este texto y otros similares exigen es que no basta con seguir algunos ritos, incluso si Dios los ha establecido.[3] No importa en cuántas actividades religiosas participemos si no consagramos a Dios la totalidad de nuestra vida, poniendo toda nuestra confianza y fe en Él. Así como los actos de afecto del esposo hacia la esposa — tratarla con amor, darle apoyo, ayudarla en tiempos difíciles, etc.— pierden validez si al mismo tiempo le es infiel, el desvío del pueblo y de los líderes judíos en la vida diaria convirtió el culto religioso en algo vacío y superficial, sin ningún valor. 

No importa en cuántas actividades religiosas participemos si no consagramos a Dios la totalidad de nuestra vida

La respuesta de Jesús a los fariseos implicaba que ellos no habían entendido el llamado de Dios en ese texto y habían caído en el mismo error de sus antepasados.[4] Los líderes religiosos confiaban en su estricto seguimiento de ciertas ceremonias y reglas (muchas de las cuales ellos mismos habían inventado), mientras que no mostraban el amor y la misericordia que Dios requería. Así como Israel en tiempos de Oseas acudió al médico equivocado (el rey de Asiria) por falta de conocimiento y arrepentimiento, los fariseos tampoco acudían a Jesús, el único médico que podía sanar sus almas.

La misión de Jesús

Pero ¿por qué Jesús dice también que no ha «venido a llamar a justos, sino a pecadores»? Evidentemente, Él no estaba diciendo que los fariseos eran justos. ¿Qué quiso decir entonces? ¿Acaso existe algún grupo de personas que son justas o buenas que no necesitan ser salvadas?

Jesús sigue llamando a pecadores, por medio de las Escrituras, a la fe y al arrepentimiento

La realidad es que nadie podrá pararse delante de Dios en el día del juicio y decirle: «Yo soy justo, nunca he pecado contra ti». Si no reconocemos esta verdad, podemos caer en el error de los fariseos y pensar que estamos bien con Dios por nuestra buena conducta, por seguir ciertos ritos religiosos algunos días del año o porque no somos «tan malos» en comparación con otros. La Biblia es clara en afirmar que «no hay justo, ni aun uno» (Ro 3:10) y que no podemos justificarnos delante de Dios por nuestros propios méritos (Gá 2:16).

Por lo tanto, cuando Jesús dice que «los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos» y que no ha «venido a llamar a justos, sino a pecadores», no se refería a que hay personas sanas y justas que no necesitan de Él. Más bien, Jesús está aclarando cuál es su misión: salvar a los pecadores, a todos nosotros. Pues así como el médico debía estar cerca a sus pacientes para traer sanidad, Jesús muestra misericordia acercándose a pecadores para traer salvación.[5] 

Jesús no ha terminado. Él sigue llevando a cabo su misión. Así como le dijo a Mateo: «sígueme» cuando se encontraba en el banco de los tributos públicos (Mt 9:9), Jesús sigue llamando a pecadores, por medio de las Escrituras, a la fe y al arrepentimiento. Jesús sigue diciendo: «sígueme».


[1] Sproul, R. C. St. Andrew’s Expositional Commentary, Matthew. Crossway, 2013, p. 272.
[2] Carson, D. A. The Expositor’s Bible Commentary, Matthew. Eds. Tremper Longman y David E. Garland. Zondervan, 2010, pp. 264-265.
[3] Ver, por ejemplo, 1 Samuel 15:22; Isaías 1:10-20; Hebreos 11:4; Mateo 23:23; Proverbios 21:3.
[4] Carson, D. A. The Expositor’s Bible Commentary, Matthew, p. 264. Jesús utiliza una fórmula rabínica («vayan, y aprendan lo que significa») que se usaba en aquellos que no habían entendido y necesitaban estudiar más. 
[5] Ibidem.
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